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A ver: ¿cuántos pequeños cromañones hubo después de la tragedia de Cromañón?

Pregunta, para empezar: ¿Cuántos pequeños cromañones se vienen produciendo estos años en la bendita ciudad de los buenos aires? Más allá de lo que nos dicen las noticias el caso es que dos por tres se vienen produciendo pequeñas enormes catástrofes. Catástrofes con muertes. Catástrofes de “apenas” un dígito. Por eso, catástrofes rápidamente olvidables.

13/05/2023 22:18
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

El más reciente “Cromañón” sucedió en la última semana del abril del 2023. Un derrumbe . La muerte de un hombre de 35 años, de una nena de 12 y de una abuela de 72. Todo esto a las 1:35 de la madrugada, en un galpón de la avenida Rivadavia al 8.700, en Floresta. Allí vivían unas 25 familias, 150 personas. Allí, justamente, una madre salvó a su beba anidándola en su pecho, abrazándola. Este episodio me recordó un capítulo de mi libro Madre argentina hay una sola (editado por Sudamericana). Comparto el capítulo titulado “Madre coraza”.   

     Para creer sigue siendo mejor ver. Alguna vez me impresionó cierta página de Juan Rulfo, referida a una madre que con su cuerpo escuda y salva la vida de su pequeño hijo. Decenas de vecinos de la calle Vuelta de Obligado al 3700, en Buenos Aires, en el setiembre de 1996 vimos algo increíble en la plaza Balcarce. Algo de: ver para creer.

    Vayamos antes al magistral párrafo de Juan Rulfo. Cuenta acerca de una mujer que muere luego de una alocada carrera del caballo que monta. Lleva la mujer, en sus brazos, a su niño:

“A mí me tocó cerrarle los ojos llenos de agua; y enderezarle la boca torcida por la angustia: esa ansia que le entró y que seguramente le fue creciendo durante la carrera del animal, hasta el fin, cuando se sintió caer. Ya les conté que la encontramos embrocada sobre su hijo. Su carne ya estaba comenzando a secarse, convirtiéndose en cáscara por todo el jugo que se le había salido durante todo el rato que duró su desgracia. Tenía la mirada abierta, puesta en el niño. Ya les dije que estaba empapada en agua. No en lágrimas, sino del agua puerca del charco lodoso donde cayó su cara. Y parecía contenta de no haber apachurrado a su hijo en la caída, ya que se traslucía la alegría en los ojos (...) ella podía haberse defendido al caer; pero que hizo todo lo contrario: se hizo arco, dejándole un hueco al hijo como para no aplastarlo.”

    Buenos Aires, Capital Federal. En la plaza Balcarce eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando sucedió que un enorme y frondoso árbol, de más de diez metros de alto y cinco metros en el diámetro de su copa, se derrumbó sin aviso. Si caía hacia su izquierda, aplastaba a la calesita. Pero cayó en diagonal, en dirección a la zona de los juegos, allí donde están las hamacas y los toboganes y algún que otro banco para los mayores. Al momento de la caída del árbol, una mujer de unos 30 años, Estela Salas, tenía a su nena de meses en brazos mientras vigilaba a su otro chico de 5 años que estaba cerca, a poco más de un metro. El árbol crujió y cayó en dirección a su banco. La mujer lo alcanzó a vislumbrar. Adivinó ciegamente. Con una mano empujó violentamente a su chico, precisamente en dirección a donde iría a dar la copa del árbol. Y acto seguido ahuecó su cuerpo y estiró su cabeza. Con este movimiento consiguió envolver por completo a su bebita. Tras la caída y el impacto, la mujer quedó en el suelo, pero siempre abrazando, acorazando a su pequeña. Yo vivía en un departamento del edificio que da frente a esa plaza, y bajé luego de escuchar los gritos.

Bajé y vi a la mujer, ya sentada. Sus brazos, sus hombros, sus piernas y sobre todo su rostro habían recibido todo el impacto de las ramas. Quedó desfigurada, apenas si podía ver a través de uno de sus ojos inflamados. No soltaba a la bebita. Y la niña no había sufrido ni un rasguño. El otro chico estaba aprisionado, no visible, abajo de las ramas y el follaje del enorme árbol caído. Apenas se le escuchaba la voz. A los quince minutos vinieron los bomberos y con motosierras empezaron su rescate. Cuando el chico emergió estaba blanco del susto, pero podía tenerse en pie, había recibido un golpe menor en un brazo y en una rodilla. Resulta que la madre lo había empujado hacia el único hueco posible del árbol. La madre había pensado con su instinto. Y allí estaba, ella, desfigurada. Cuando vio a su hijo ponerse de pie entre las ramas, vení, estáte conmigo, le dijo. Y lo atrajo, lo abrazó con el  brazo que le quedaba libre.

   Llegó la ambulancia. Y apareció el marido, que trabajaba de albañil a dos cuadras. Él vio a los chicos, vio a su mujer, temblaba, se abrazó a ellos. Empezó a salirle un llanto seco al hombre, y en eso se desmayó.

 

Posdata I

La encontraron embrocada sobre su hijo.

Tenía la mirada abierta, puesta en el niño.

Ella podía haberse defendido al caer;

pero hizo todo lo contrario:

se hizo arco,

dejándole un espacio al hijo como para no aplastarlo.

(Madre mejicana hay una sola).

 

Y pensó con su instinto.

Y ahuecó el pecho y estiró su cabeza

y con ese acto consiguió envolver completamente a su niña.

Y empujó hacia el lugar imposible a su otro chico.

Y los salvó a los dos.

Y quedó desfigurada, ella.

Pero la alegría volvió bello a su rostro destrozado.

Vení, estáte conmigo – le dijo a su hijito de cinco.

(Madre argentina hay una sola).

    Así es: Madre argentina hay una sola. Como hay una sola madre chilena y una madre boliviana y una madre peruana y una madre venezolana y una madre italiana y una madre ucraniana y una madre rusa y una madre asiática y una  madre que me parió… Todas, absolutamente todas, saben pensar con el instinto.

Posdata II

   Pregunta, para terminar: ¿Cuántos pequeños “cromañones” se vienen produciendo estos años en la bendita ciudad de los buenos aires? Ah, sin ir más lejos se “celebraron” los nueve años de aquel incendio de Iron Moutain, donde murieron 8 bomberos y 2 rescatistas. Ese incidente se “conmemoró” con otro incendio de “documentación delicada” de grandes empresas, entre ellas, bancos. “Delicada”, con ese eufemismo se encareta a la documentación relacionada con el muy posible “lavado de dinero”. No es la primera, ni es la segunda vez que ocurre algo semejante. Otros incendios de galpones con documentación financiera “altamente sensible” ocurrieron, abrigados por la impunidad, por ejemplo en Canadá, en Gran Bretaña, en Italia, y más lejos, en Japón. Siempre con la misma firma. Damas y caballeros, en fin.

    Pero ¿qué tienen que ver estos tremendos incendios con esas madres heroicas que abrazan y anidan entre sus brazos y producen milagros terrenales ¡y salvan a sus niños? Lo que pasa es que una cosa lleva a la otra, y la otra a la siguiente. Y aquí estamos, escribiendo otra vez “en fin”.

 

zbraceli@gmail.com   ===   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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