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A ciento veinte años de su nacimiento y a cien de sus 20 poemas de amor… se supo: Neruda es un traficante

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A ciento veinte años de su nacimiento y a cien de sus 20 poemas de amor… se supo: Neruda es un traficante

Salvador Allende no huyó, murió en su sitio: es decir que triunfó desde su momentánea derrota. No muy lejos Víctor Jara, en el estadio-cárcel, cantó hasta que le decapitaron las manos.

20/07/2024 22:09
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

Enseguida le metieron cuarenta y seis balas. Unos días después, recién comenzada la primavera, moría alguien que escondía un peligroso arsenal: el poeta Pablo Neruda. Pero antes Neruda nació. Para vivir.

    El arsenal de Neruda era imperdonable: estaba armado hasta los dientes. Eso era, Pablo, un traficante… ¿Un traficante de qué? Lectora, lector, paciencia. Ya diremos traficante de qué.

     Hará unos ocho, unos diez años en realidad,  recorriendo una librería de usados en la avenida Corrientes de Buenos Aires, encontré, pegados, un libro con el rostro de Neruda en la tapa y otro libro con el rostro de Pinochet,  también en la tapa. Aunque estaba solo dije en voz alta: “¡Joder!” Después, siempre en voz alta, me encontré preguntando: “¿Qué será de la vida de Neruda?” Y agregué: ¿Y qué será de la muerte de Pinochet?” Clarísima la diferencia entre el poeta y el asesinador: uno, luminosamente, era hacedor de vida, y el otro, a pura tiniebla, era hacedor de infinidad de muertes contra natura.

     Al libro de Neruda instintivamente lo toqué, como se toca a un pan recién salido del horno que le dio semblante. Al libro del asesinador me dio cosa rozarlo; me dio nausea, asco en realidad. De vuelta en mi casa, busqué la autobiografía de Neruda, Confieso que he vivido, y el azar me hizo leer este breve relato de suyo:

     “Una vez en Isla Negra nos dijo la muchacha: ´Señora, don Pablo, estoy encinta.´ Luego tuvo un niño. Nunca supimos quién era el padre. A ella no le importaba. Lo que sí le importaba era que Matilde y yo fuéramos padrinos de la criatura. Pero no se pudo. (...) El cura se erizó como un puerco espín: ´¿Un padrino comunista? Jamás´. Neruda no entrará por esa puerta ni aunque lleve en sus brazos a tu niño. La muchacha volvió a sus escobas en la casa, cabizbaja. No comprendía.”

     Sigue contando Neruda:

    “En otra ocasión vi sufrir a don Asterio. Es un viejo relojero. Ya tiene muchos años (...) Su mujer se moría. Su vieja compañera. Pensé que debía escribir algo que lo consolara un poco en tan grande aflicción. Que pudiera leerlo a su esposa agonizante. Escribí el poema. Sarita Vial lo llevó al periódico. Lo dirigía un señor Pascal. El señor Pascal es sacerdote. No quiso publicarlo. Neruda, su autor, es un comunista excomulgado. No quiso. Se murió la señora”.

     Luego de estos dos relatos Neruda desenvaina y enarbola sus luminosos pétalos, y cuenta:

    “Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: ´No puede usted bautizar a nadie porque es anticomunista´. No le diría al otro: ´No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista´. Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ese. Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca la lucha sino para que esta termine. (...) He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable”.

     Hace más de cinco décadas que murió Neruda. Pero, qué carajo va a morirse. Si desde el fulgor de sus páginas tiene pulso y tiene semblante y tiene voz como para decir “Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ese”. Si tiene voz para soñar con un camino que nos lleva a todos a una gran ternura.

     Por estos días, el consulado de Chile, en Mendoza a través de la librería de García Santos, y en Buenos Aires a través de la Embajada de Chile en Argentina y el Centro Cultural Matta, nos trajeron la noticia de homenajes por los 120 años cumplidos de su edad, la edad del frondoso poeta Ricardo Elíacer Neftali Reyes Basualto, que así se llamaba Pablo Neruda. El recordatorio y celebratorio incluyó otro aniversario, el del centenario de la publicación de 20 poemas de amor y una canción desesperada. Estamos refiriéndonos al poemario más difundido de la tierra, la obra veinteañera  de un jovencito que por entonces trabajaba en los diques de puerto Taicahua, y un poco antes era maquinista del ferrocarril de Temuco. El maquinista ferroviario había nacido el 12 de julio de 1904, en Parral. El premio Nobel lo recibió de manos del rey Gustavo Adolfo, un 10 de diciembre de 1971, a los 53 años de su edad. El 23 de setiembre de 1973 las noticias dijeron que nuestro Pablo murió. Evidente error de información; si lo hubieran matado entonces no estaríamos memorándolo hoy, aquí, en este parpadeo de la eternidad. Porque la muerte no siempre se sale con la suya. Que no.   

    Posdata.  Como sabemos, su casa de Santiago de Chile fue saqueada, violada, desfigurada por la feroz prepotencia del golpe que manipuló desde lejos un tal Kissinger. Doce días después, en un hospital de Santiago, el oceánico Pablo empezaba a respirar de otra manera. Si hubiese fallecido hace medio siglo no estaríamos escuchando ahora la lenta cadencia, la suave arena de su voz, que nos dice y enseña y señala un camino que sueña con vivir en un mundo de seres cordiales que  nos lleva, a todos, “a una gran ternura”.

    Porque, hay que decirlo, el entrañable Ricardo Elíacer Neftali Reyes Basualto era un fundamentalista, era un fanático de la esperanza, un traficante era. En su casa de Isla Negra los perros del odio encontraron efectivamente que Neruda estaba armado, armado por los cuatro costados. Armado de ternura, armado del amor de los amores, armado de fraternidad. Es que no me cansaré de repetirlo: el enorme Pablo era un traficante, definitivamente.

   Este mundo, esta arenita insignificante del cosmos, sigue en pie, vadeando ese río de cadáveres alimentado por los Pinochet, por los Videla, por los Massera, por los Trumps, por los Bolsonaro, por las Bullrich, por los Milei, por los que quieren andar armados, por los hacedores de genocidios, por los prósperos y cínicos negacionistas de nuestro tiempo, por lo fabricantes de guerras, naturalmente, siempre preventivas.

 

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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