Ella lo declaró no hace mucho, lo más campante: “El que quiere estar armado que ande armado” Y argumentó: “La Argentina es un país libre”. En uso de esa libertad yo opino: los dichos de la señora Bullrich entristecen y espeluznan y avergüenzan la condición humana
Por Rodolfo Braceli, Especial para Jornada. Desde Buenos Aires*
Es evidente: las sombras contagiosas de Bolsonaro y de Trump se asoman con alevosía, arrecian sobre los ciudadanos desprevenidos.
Alguien que estaba armado –armado hasta los dientes– el pasado sábado 10 de octubre, mató a su señora esposa y a continuación se suicidó. Él, muy encumbrado empresario, se llamaba Jorge Neuss (72) y ella Silvia Saravia (69). Las cosas por su nombre: fue un femicidio, otro más. Y pudo concretarse porque el señor Neuss tenía al menos un arma, debidamente cargada, en su chalet. En realidad tenía, según trasciende de las investigaciones, 30 armas “hogareñas”. Eso sí: todas prolijamente registradas. Desgraciadamente, las armas nacen para, tarde o temprano, cumplir su cometido.
¿Qué responsabilidad tiene la ex ministra Bullrich en este episodio de la señora Saravia “de” Neuss? Ninguna responsabilidad. Pero si reflexionamos un minuto sobre su penosa frase: “El que quiere estar armado que ande armado”, puede deducirse que semejante dicho es una invitación a incurrir en la macabra tentación de apretar el gatillo. Tarde o temprano.
Permiso, voy a recuperar reflexiones referidas al desarme familiar; reflexiones frecuentes en esta columna. Vayamos al país imperio, Estados Unidos. Hay casos a patadas. Detengámonos por ejemplo en aquel niño que nació en el 2012. Ya había cumplido sus 4 años de edad, cuando un día iba en el asiento trasero del auto que manejaba su mamá. Caramba, el niño vio un revólver debajo del asiento, y, curioso, lo alzó. Y apretó el gatillo –porque para eso están los gatillos– y le dio un balazo por la espalda. Pobrecita ella. Qué mala leche, qué niño travieso le salió, ¿no?
Renuevo mi cordial pedido: si la lectora o el lector tiene armas en su casa, no se demore, agarre rápido una masa y déle y déle y no deje de darle, hasta desfigurarlas. No seamos pelotudes: las armas convocan a la muerte. Y la muerte más temprano que tarde viene, y hace lo suyo, naturalmente. Qué más quiere la muerte, para eso está.
En el 2001 viajé a Mendoza para reportear el “Plan Canje de Armas”, más valorado en otras provincias y países que en Mendoza. Gabriel Conte lideraba aquel saludable proyecto: quien daba un arma de fuego para su destrucción recibía un vale para comprar alimentos. En las escuelas a su vez se canjeaban juguetes bélicos por retoños de árboles. La noticia –flor de noticia– fue ninguneada y pronto traspapelada.
Pregunta que viene al caso: ¿sabíamos que en Estados Unidos, por accidentes con “armas hogareñas”, cada dos años mueren tantos norteamericanos como en toda la guerra de Vietnam? Con el Plan Canje se aplastaban las armas con una prensa. ¿Y después? En la Facultad de Artes la luminosa Eliana Molinelli propuso que esas armas mutaran “en memoria y en esculturas”.
Es increíble: la propuesta del “desarme” provoca, en muchos, crispación y violencia: “¡Quedaremos inermes!”, claman enfurecidos, al borde del odio. Alguna vez escribí que la inseguridad se combate con pan repartido y no con pólvora. Titulé: “¿Alfabetización o tortura?” Un señor profesor de Villa Urquiza me corrigió: “Alfabetización ¡y tortura!”
Que el civilizado profesor y tantas gentes prolijas de mi extrañada Mendoza me disculpen: combatir la muerte con más muerte es galopar ciegamente hacia el abismo. A la Muerte ganémosle con la Vida. Mejor que el olor a pólvora en casa, el olor a pan. (Pero ojo al piojo: el pan de cada día, y pa-ra-to-dos.)
Damas y caballeros: a las armas en casa no las carga el diablo, las cargan ciertos humanes que, da la casualidad, a la hora de discutir sobre el aborto salen diciendo que están “a favor de las dos vidas ¡porque la Vida es sagrada!” Caramba o caraxus: son los mismos que claman por picana y pena capital; sin embargo defienden y justifican las armas en casa; “tenemos que defendernos” – dicen.
Memoria: enero del 2009, Tupungato. Un chico apodado Chupetín, 14, discute con Franco, de 12. Este le ocasiona un corte en una mano. Chupetín busca la escopeta “familiar”, recortada, calibre 16, y le quema el corazón a Franco.
El 17 de marzo del 2015 Walter Roja, de 13, juguetea con el arma de su papá, gendarme; con un disparo se atraviesa la cabeza. Esto pasó en Uspallata. Tupungato y Uspallata quedan en Mendoza ¿no?
¿Hemos olvidado la tragedia de la escuela de Patagones?
¿Recordamos aquel adolescentes que en plena avenida Cabildo de la capital federal empezó a los tiros sin mirar a quién?
¿Recordamos aquel ex militar que persiguiendo a dos motochorros disparó y mató a un hombre que yendo a su trabajo pasaba por ahí?
Más memoria: un joven en una quinta de Buenos Aires escucha ruidos en el medio de la noche. Toma su arma, gatilla, desploma al bulto. Después, linterna en mano, ve que el bulto “era” su madre.
Mayo de 2014, madrugada. En una casa de Carlos Tejedor un joven nota movimientos en su jardín. Corre la cortina. Le dispara a una sombra. La sombra tenía 81 años. “Era” su madre.
En el barrio La Esther, de Ituzaingo, el cabo de la bonaerense Gustavo Gaglardi, 27 años, nota movimientos en su patio. Busca su arma, dispara sobre una sombra acuclillada. La sombra “era” su hijo de 4 años.
En Carrasco, esquina Potosí y Schoroeder, el señor Alonso sufre un robo con maltrato a su familia. Compra un arma. Un mes después ve que alguien anda a oscuras en el living. Le apunta, gatilla. Enciende la luz y alcanza a ver la mirada final de su hija, Federica Alonso. Tenía 24 años Federica.
Enero del 2008: en Tucumán una nena de 10 años juega con el revólver de su papá, se le cae al piso, el arma despide una sola bala; la bala da en la frente de la niña.
Mayo de 2005, Rosario: un chico de 5 años va a la casa de su tío. Su primo de 8 juega con un arma. Dispara sin intención. El balazo lo recibe el de 5, en la cabeza.
Febrero de 1986: Alejandra, 17, con un arma que está de adorno, simula disparar sobre su hermano. Pero el disparo sale realmente y mata a Gabriel, de 14. Gabriel “era” el hijo del guitarrista Cacho Tirao, Alejandra es la hija.
Ojo al piojo: la paranoia, tan sembrada estos años por los medios (des)comunicadores, se ha convertido en ideología. Y en prioritario recurso electoral. No le copiemos a los brasileños, ni a los yanquis. Estos son la primera potencia mundial. Pero además son, lejos, el país más paranoico del mundo. Del país imperio todo el tiempo nos llegan noticias pavorosas: adolescentes que entran en universidades y en escuelas y matan a por docenas. A estos episodios se los suele caratular con un eufemismo alevoso: “Incidentes críticos”.
Posdata
Suponiendo que Dios exista, ella, la bala, al decidir sobre la vida y la muerte, le roba atribuciones al Dios que decimos venerar. A ella, la bala, le pasa como a la piedra: es inocente. La piedra nunca tendrá la culpa de la pedrada. Ni la bala la 0culpa del balazo.
Por eso en el hogar, preferible el olor a pan que el olor a pólvora.
Volvamos un momento a aquel nenito de 4 años, del estado de Florida: iba en auto con su madre. Ella manejaba. La criatura encontró un arma debajo del asiento. ¡Qué bonita! La alzó y disparó en la espalda de su madre. Ella siguió, al llegar a un móvil policial, dijo que “alguien” la había atacado. La policía dictaminó que el arma era de ella y el dedito que apretó el gatillo, el de su precioso hijo. La señora se llama Jamie Gils y sigue viviendo. Jamie Gils es una famosa activista defensora del uso de armas en los hogares.
Si sigue las amorosas enseñanzas de su madre –que de pedo está viva–, este niño, pronto hombrecito, ¿adivinen por quién votaría en las próximas presidenciales del gran Imperio Norteamericano? Seguro que elegiría al dulce (neo)liberalismo republicano. Y, Trump mediante, sería enardecidamente racista y xenófobo y, naturalmente, partidario de la pena de muerte. Mientras tanto, aquí, en esta patria idolatrada, la señora Bullrich seguirá engordando su imagen “presidenciable” con las indisimuladas simpatías de aquellos crispados, enfermos de odio, que siempre reclaman por una mano fuerte. Palo y a la bolsa. Por favor, dice la señora Bullrich, “¡si las laser no son armas letales!”
A todo esto, el señor Neuss, usando un Magnum calibre 357, destrozó los sesos de su mujer y después los suyos. Se ve que lo había planificado. Tenía con qué: utilizó una de las 30 armas que tenía declarada y distribuidas en sus magníficas mansiones. Bastó un arma. “El que quiere estar armado que ande armado.” Él evidentemente quería.
Hay gente capaz de gritar “¡viva el cáncer! Hay humanos capaces de enarbolar el famoso ¡viva la muerte! Ellos mientras tanto aseguran que están “a favor de las dos vidas ¡porque la vida es sagrada!” Madremía. Madretuya. Madre nuestra que estás en la tierra.
* [email protected] == www.rodolfobraceli.com.ar
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