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10 años más con García Márquez, el contador más dichoso de esta tierra

A Gabriel García Márquez pude entrevistarlo en su casa y además escribí un libro sobre él, Ciento un años de soledad (Capital Intelectual, 2012). La entrevista era de las llamadas  “imposibles”; aquella se me dio por casualidad. Esa “casualidad” no la conseguí googleando, ni afanando por internet: me costó una paciencia, una búsqueda periodística de 4 años enteros. Ni uno menos.

20/04/2024 20:55
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

 

   Estos días, con motivo del número redondo desde su partida, me convocaron a una punta de entrevistas (diarios, revistas, radio, tevé de aire y de cable). Y ahora, tras las entrevistas, me pregunto: ¿Será cierto que estuve con GGM en su casa de la Cartagena colombiana? Fotos y grabaciones que tengo a mano me lo confirman, me dicen que sí, que es cierto, estuve con el autor de Cien años de soledad.

    Me piden y piden definir a GGM en tres líneas. Lo intento: el Gabo fue un curioso genial, se desquitó de la absurdidad de la vida viviéndola “para contarla”, persiguió la poesía con denuedo, gozó como una bestia con el acto de contar, hizo una fiesta de la escritura. Fue, por todo eso, el escritor más dichoso de la tierra. Amaba, como nadie, su profesión de periodista

    Como dije recién, el reportaje a Gabo era de esos que denominamos “imposibles” porque en más de medio siglo había concedido sólo dos para medios argentinos. Él lo decía: si aceptaba otro, iba a quedar muy mal con decenas de periodistas que estaban en una infinita lista de espera.

    El caso es que un día de 1992 me puse en manos del disparate de hacer el “reportaje imposible”. Pasaron un año, dos, tres, cuatro años… hasta que lo conseguí. Sintetizo las peripecias: lo gestioné con Gloria Rodrigué, la entonces directora de Sudamericana: nada. Lo gestioné con su representante, la catalana Carmen Balsell: nada. Lo gestioné con su sobrina y asistente: nada. Cierto día vino a Buenos Aires Maruja Pachón para promocionar el por entonces último libro de GGM,  “Noticia de un secuestro”; Maruja, la secuestrada por Pablo Escobar, protagonista del libro. A ella le dije: “A usted, después de secuestrada y liberada, García Márquez la metió en un libro. Yo ahora quiero sacarla de ahí y reconstruir su secuestro, muertes y liberación. Esto en el sitio de los hechos”. Maruja aceptó, algo escéptica, incrédula; pero me dio su dirección y teléfono en Colombia. Pasaron los meses, ya en el setiembre de 1996 pesqué una invitación de Avianca y así pude entrevistar a Maruja en su casa de Bogotá. Ese día, después de una cena y ya en confianza, Alberto Villamizar, su esposo, me mostró las cartas que recibió de Escobar durante la negociación para la liberación. A esa altura de la noche, con el coraje facilitado por el vino blanco chileno, me animé a pedirle a Maruja que me consiguiera “una entrevista de 15 minutos con García Márquez por teléfono”. “Qué teléfono ni qué 15 minutos”, me dijo. A la mañana siguiente lo ubicó y lo convenció y me pasó el teléfono del premio Nobel. Así llegué a él. Cuando lo ubiqué telefónicamente le pedí dos horas de reportaje. Me bajó de la palmera con un comentario desolador: “Debo decirle que ya me hicieron todas las preguntas. Verá usted, con 20 minutos le sobrará. Venga mañana a las 5 de la tarde”. Madremía.

   Y me llegó el día con su 5 de la tarde. GGM me recibió muy serio, casi osco, me dijo:

 –Dígame el señor, ¿qué quiere tomar?

–Lo mismo que suele tomar usted.

–Arsénico. Yo tomo arsénico.

    Enseguida me comentó la razón de su ceño apretado:

–Usted la buscó a Maruja para que me pidiera este encuentro. Se valió de una trampa que es mortal para mí, y es que Maruja Pachón es la única persona en el mundo a la que no le puedo decir que no.

–A veces craneo bien. Después de mil gestiones intuí que ella podía ser la llave que me abriría su puerta.

–Si lo que quería era eso ¡le salió bien!

–Lo noto...algo  contrariado, García Márquez.

–Es que yo estoy, primero, contra las entrevistas. Segundo, de acceder a ellas tendría en el orden de diez diarias. Entonces le digo no a todas. Y en Buenos Aires me han querido entrevistar y dije siempre que no. Me va a matar toda la prensa, que son mis amigos, además.

   Tras 4 años, así conseguí y así empezó aquella entrevista. Al rato estábamos conversando con naturalidad, superé la esclavitud de mis preguntas preparadas, entramos en clima de confesión y el gran Gabo hasta me dijo que recién a los 60 años de edad se dio cuenta que la muerte no sólo le pasaba a los demás, también a él le pasaría eso, la muerte.

    Después de aquel reportaje real de 1996 escribí un reportaje ilusorio que incluí en mi libro “Ciento un años de soledad”. Esta ficción empieza en la sala de terapia intensiva de un hospital. Encuentro a García Márquez en la víspera de cumplir sus 101 cumpleaños, agoniza manso. Está para morirse, como todos. Le desconecto el cablerío, las zondas y, ya que estoy en Colombia, lo secuestro. ¿Dónde lo llevo? Lo llevo a su casa, al único lugar donde no lo van a ir a buscar. Y el diálogo ilusorio empieza así:

–¿Cómo dices que te llamas?

–Rodolfo… Rodolfo Braceli.

–Ya que tanto sabes, ¿cómo dices que yo me llamo?

–Gabriel García Márquez. Ese es su nombre.

–¿Y qué estás haciendo aquí?

–Quiero hacerle una entrevista, pero esta vez desde la ficción… si es que no se me encabrona.

–Con qué vaina me vienes… Ah, ya recuerdo: tú eres aquel argentino de las 5 de la tarde que me entrevistó hace tantos años.

–En 1996. Y en esta su casa de Cartagena.

–Carajo, se nos pasaron 20, qué digo ¡más de 30 años!

–33, hoy es el 5 de marzo del 2029.

–Si como dices yo soy García Márquez, mañana a las 9 mis huesos y mi corazón estarán cumpliendo ciento un año.

–Ciento un años de soledad.

–Pero no en soledad.

–¿Cuál es la diferencia, don Gabo?

–Los años de soledad algunos los cumplen solos y otros los cumplimos acompañados. Espera, no desenvaines tu próxima pregunta, dime ya: ¿cómo es que estoy aquí? ¿Me has traído tú o qué?

–Supone bien: yo lo he traído. Algo así como un secuestro.

–¿Y dónde me dices que estaba?

–Hasta hace unas horas estaba atrapado entre tubos y cables, hospitalizado. En soledad, y solo.

–No te frunzas, con tu gesto me estás diciendo que pronto voy a morir.

–En horas, don Gabo, usted va cumplir ciento un años.

–Carajo, a mi edad ya no se cumplen años, se cumplen siglos. Fíjate en las habitaciones, ¿anda Mercedes por ahí? Extraño el sonido de sus pasos…

–Su mujer… partió hace tiempo.

–¡Cabrón, me estás diciendo que la madre de mis hijos ha muerto!… Pero dime, ¿qué día es hoy?

–Es lunes, 5 de marzo del 2029. Del hospital lo rescaté ayer, domingo a la tarde.

–Qué vaina, todo cerrado.

–¿Qué necesitaba usted, Gabo?

–Zapatos.

–Zapatos tiene.

–Nuevos, ¡zapatos nuevos necesito! Carajo, ¿no ves que me voy a morir?

 

   Posdata.

   Esta semana se cumplen los diez años de su partida. Gabriel García Márquez, ni en su realidad ni en mi ficción, ha muerto. Ahora precisamente está escribiendo el libro de poesía que nunca mostró a nadie. Es decir: está respirando de otra manera. Respira contando, contando su prodigiosa vida. Vida tan prodigiosa como la del último ser de esta tierra.

 

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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