Por Roberto Suárez
De la iniciativa participará el arzobispo porteño y primado de la Argentina, Jorge García Cuerva, que oficiará una misa en el Luna Park al final de la cual se leerá un comunicado que se prevé crítico de la actual situación social producto de las políticas recesivas aplicadas por el gobierno nacional.
Una manera de saldar una deuda histórica con el cura que fue el símbolo de unión con los pobres y que encontró la muerte por luchar con su prédica en defensa de los derechos humanos.
Hoy se cumplen 50 años de aquel 11 de mayo de 1974, cuando el padre Carlos Mugica cumplió con algunas de sus rutinas habituales. A las ocho y cuarto de la noche, después de celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano, en el barrio de Villa Luro, se disponía a subir a su humilde Renault 4-L, cuando un triste personaje, en el que algunos testigos creyeron reconocer el comisario Rodolfo Eduardo Almirón, el jefe de la “Triple A” lopezrreguista, bajó de un auto y le pegó cinco tiros en el abdomen y en el pulmón. El tiro de gracia se lo dio en la espalda.
Algo presagiaba el Padre Carlos porque tiempo antes había afirmado: "Tengo los días contados. Sé que me van a matar y será López Rega. No me importa, lo único que no quiero es que le carguen el crimen a otros", le confió a su hermano Alejandro. Fue acribillado de 14 balazos por los sicarios a los que “El Brujo” les pagó 10.000 dólares. Esto ocurrió en pleno gobierno Peronista del cual López Rega era funcionario. Pocos días antes, del aberrante crimen político, fue cuando el último 1º de mayo de Perón: el día que echó a los Montoneros de la Plaza y los trató de imberbes y estúpidos´
El entierro del padre Mugica resultó multitudinario y los habitantes de la villa y curas villeros llevaron a pulso su féretro hasta el cementerio de La Recoleta, en una ceremonia fúnebre en la que se fundieron personas de los orígenes sociales más diversos.
El sacerdote fue sepultado en el cementerio de Recoleta, hasta que el 9 de octubre de 1999, el cuerpo de Mugica regresó donde seguramente hubiera querido descansar, la villa de Retiro, en la capilla Cristo Obrero que había construido. El Cardenal Bergoglio participó de la ceremonia y reclamó: “por los asesinos materiales, por los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia”.
Carlos Mugica nació en Buenos Aires el 7 de octubre de 1930, en el seno de una familia de clase alta. Su padre, Adolfo Mugica, fue diputado conservador entre 1938 y 1942 y posteriormente, en 1961, ministro de Relaciones Exteriores, durante la presidencia de Arturo Frondizi. Su madre, Carmen Echagüe, pertenecía a una familia de estancieros bonaerenses.
En 1949 comenzó la carrera de derecho, de la que cursó sólo dos años, en la Universidad de Buenos Aires. En 1950 viajó a Europa, donde comenzó a madurar su vocación sacerdotal. En marzo de 1952, a los 21 años ingresó al seminario para iniciar su carrera sacerdotal, y se ordenó como sacerdote en 1959.
En el mes de enero de 1959 se produjo un acontecimiento de particular importancia para los católicos: el Papa Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II que daría inicio en octubre de 1962. El concilio tenía por finalidad renovar la Iglesia, reducir el autoritarismo en su seno y acercarla a la gente, principalmente a los más necesitados. Mugica y muchos otros curas jóvenes recibieron estas novedades con entusiasmo, pero no ocurrió lo mismo con la cúpula eclesial, que se esforzó por evitar a toda costa que los cambios llegarán a nuestro país o los aceptaron a regañadientes. El papa Paulo VI continuó la obra de Juan XXIII y fue el encargado de cerrar el Concilio en 1965.
El 26 de marzo de 1967 el Papa Paulo VI dio a conocer la encíclica “Populorum Progressio”, que Mugica recibió alborozado pues la consideraba revolucionaria ya que hacía hincapié en la situación de los más pobres.
Desde Latinoamérica, un grupo de sacerdotes propuso un nuevo compromiso: La Teología de la Liberación, y surgen los sacerdotes tercermundistas, donde militó fuertemente el padre Carlos, hasta ser asesinado por la Triple A.
Como mejor homenaje quiero cerrar esta columna con una oración que escribió Mujica en 1972 a la que llamó “Meditación en la villa”.
“Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece;
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro; yo me puedo ir, ellos no;
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de la que me puedo ir y ellos no;
Señor, perdóname por encender la luz y olvidándome de que ellos no pueden hacerlo;
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre;
Señor perdóname por decirles: ‘No sólo de pan vive el hombre’, y no luchar con todo para que rescaten su pan;
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.
Señor, sueño con morir por ellos; ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame”.