Por Roberto Suárez, Especial para Jornada
El Milei que logró el sorprendente respaldo en las PASO y el segundo lugar en la primera vuelta que le permite ir al balotaje era un dirigente autoproclamado narcocapitalista, un ultraliberal libertario que promueve el fin del Estado en un combo de ideas que sazona con promesas de libre portación de armas, venta legal de órganos y la dolarización de la economía para terminar con la inflación. El Milei producto de la televisión: con su mirada clavada en la cámara mientras profería todo tipo de insultos disparaba el rating y le aseguraba día tras día una silla en los programas de debate y en las conversaciones en redes sociales. Cuando el monstruo tomó vuelo, ya era demasiado tarde. Milei era un provocador, pero sobre todo un cultor de su propia imagen. Vistiendo de cuero negro, jamás sonríe ante una lente y se hace llamar “el león”. Una de sus presentaciones más memorables lo muestra destrozando con un bastón una caja que representaba el Banco Central, que Milei prometía “incendiar” para terminar con la emisión de dinero.
Convertido ya en una inesperada estrella política a la que ahora todos le prestan atención, lanzaba algunas de las que serán sus primeras medidas en caso de llegar al poder. No olvidó que el combustible de su campaña es la polémica. Milei dijo, por ejemplo, que anulará, referéndum mediante, la ley de aborto que rige desde diciembre de 2020, un asunto especialmente sensible para un electorado progresista que lo resiste.
El Estado ideado por Milei se ocupará solo de cuestiones relacionadas con la defensa, la seguridad interior y las relaciones exteriores.
Basaba su programa también en la venta de órganos, la libre venta de armas, la privatización del mar, y muy duro su negacionismo, compartido con su vicepresidenta, de la nefasta dictadura militar, adempás de atacar al Papa Fancisco tratándolo de “maligno”.
Dios y su perro muerto Conan, en los diálogos que venía sosteniendo con ambos, le habían asegurado que ganaba en primera vuelta. La decepción fue grande: sacó los mismos votos que en las PASO. Le fallaron sus guías mentores, y en la desesperación a las muy pocas horas, se fue a una cena secreta con el expresidente y a un abrazo con su exrival Patricia Bullrich, dejando de lado una de las frases estrella de su campaña electoral: “Es imposible hacer una Argentina distinta con los mismos de siempre”.
El pacto Macri-Milei, y el impacto resumido en el abrazo de la “Montonera tirabombas en jardines de infantes”, Patricia Bullrich, con el ultraderechista confirma que del ridículo se vuelve. Si esto puede resultar contradictorio o indigerible para el común de los ciudadanos, cuánto más cuando Milei ha comenzado un complejo camino de retroceso en materia de propuestas. Es lo que le impuso Mauricio Macri como parte de las negociaciones.
Solo basta ver a un nuevo Milei hablando por redes sociales, leyendo, menos intolerante, más templado, levantando el mismo discurso que mantuvo Bullrich durante la campaña, lo que es la confirmación de este cambio que surgió tras el pacto con Macri. Acuerdo que dejó heridos de los dos lados. Muchos seguidores y colaboradores cercanos del ex león están en desacuerdo total con pactar con la “casta”, y cambiar el plan que venían proponiendo, y entregar el manejo de la campaña y del gobierno. Del otro lado quedaron la viudas de Macri, los dirigentes del PRO, y los aliados, sobre todo los radicales, que se enteraron de la maniobra por los medios, y que ahora están en un segundo plano viendo qué hacen, aparentemente llevar adelante la neutralidad ante el 19N, azorados de ver la infedilidad del hombre y la mujer a los que venían siguiendo desde el 2015, que pactaron con un Milei que odia y critica al radicalismo y a sus máximos símbolos, Yrigoyen y Alfonsín, culpándolos de todos los males de Argentina. Pero falta saber si sus votantes aceptarán las piruetas discursivas de quien se presentó una y otra vez como el outsider dispuesto a “exterminar a los políticos enquistados” y negoció con uno de los opositores más conocidos y con peor imagen.