Por Roberto Suárez
Pero no por ello aquel proceso -pese a sus momentos más difíciles- dejó de ser considerado como un modelo (esencialmente pacífico en su diseño y su puesta en práctica) para muchos que querían transitar un camino similar.
Pese a las imperfecciones y errores que toda construcción humana conlleva, resulta profundamente injusto para las generaciones que la hicieron posible que desde el extremismo antisistema o el centrifuguismo territorial se desprecien o minimicen los logros alcanzados.
Un exitoso periplo histórico que propició el tránsito de un régimen político autoritario a otro democrático. De la muerte a la vida.
A mi entender, este largo período de libertad no se caracteriza por ser una etapa modélica o mítica pero sí, en cambio, un periodo fascinante, repleto de dificultades y cuyo resultado final fue exitoso a todas luces. Dificultades encarnadas en el miedo a despertar los fantasmas del pasado violento.
Se logran estos 40 años como lo posibilitaron las circunstancias, con evidentes claroscuros, con tensiones, con cambios doctrinales, con derramamiento de más sangre de la deseada, con renuncias ideológicas. Con deudas pendientes, reflejadas desde 1983 a hoy, donde atravesamos al menos 10 crisis económicas, algunas de años de duración.
Estamos en presencia de un gobierno de Alberto Fernández y el kirchnerismo que llevó la crisis más adelante de lo que la puso su antecesor Mauricio Macri y el PRO. Al cumplirse los cuatros años se debe elegir un nuevo gobierno el próximo domingo en un balotaje entre dos propuestas distintas.
Una representada por Javier Milei, que promete aniquilar “a la casta política” argentina, pero que con el tiempo se tuvo que asociar con parte de ella. Autoproclamado “anarcocapitalista”, promueve el fin del Estado en un combo de ideas que sazona con promesas de libre portación de armas, venta legal de órganos y la dolarización de la economía para terminar con la inflación.
“Viva la libertad, carajo” es el lema con el que sedujo a miles de argentinos que lo hicieron ganar las elecciones primarias, una libertad que, como destacamos antes, ya la tenemos, la recuperamos en 1983, en este país se vive en libertad. Lo que pasa es que la libertad de Milei es en materia económica, laboral, tecnológica, educativa, de salud y de seguridad; su propuesta incluye privatizaciones, la libre portación de armas hasta la desaparición del Banco Central y la dolarización.
Porque él es un “ultraliberal libertario”. El libertarismo ─un término que, al igual que libertario, en el pasado estaba reservado al anarquismo, como aún puede verse hoy en el diccionario de la Real Academia Española─ es una corriente política que tiene sus orígenes en una época anterior al Iluminismo del siglo XVIII. Según explica la Universidad de Barcelona (UB), sus raíces se ubican en el individualismo político del siglo XVII. Los libertarios mantienen los valores liberales clásicos: individualismo, libertad económica y defensa del mercado como mejor orden para la asignación de recursos.
Y además a Milei lo complementa Victoria Villarruel, como candidata a vicepresidenta, hija y sobrina de represores, y coordinadora de un centro de víctimas del terrorismo que intenta frenar los juicios de lesa humanidad, negando las atrocidades de la dictadura, algo que también comparte Milei.
Y esto sí que no se puede dejar pasar el domingo.
Ante esa oferta de la ultraderecha, es aquí donde hay que acudir a la idea del pacto democrático, esto es, un acuerdo que, al tiempo que salvaguarde la autonomía de los sujetos sociales, defina un marco compartido en el interior del cual los conflictos puedan procesarse y resolverse, y las diferencias coexistan en un plano de tolerancia mutua.
La concepción del pacto democrático aparece hoy como la mejor alternativa para permitir la coexistencia entre una pluralidad de actores con intereses diferentes y un orden que regule los enfrentamientos y hagan posibles comportamientos cooperativos.
Sin ninguna duda hoy es más necesaria que nunca esa idea, y esa idea no la está proponiendo Milei: la propone Sergio Massa.
Salir de la grieta será posible al facilitar al pueblo el desarrollo de sus potencialidades, así como el de sus derechos imprescriptibles: el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la libertad, a la igualdad, a la propiedad en función social y a la participación activa y responsable en las decisiones políticas, así como en la generación y distribución equitativa de la riqueza. Libertad hay, necesitamos más justicia social.