Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Tiene experiencia en política y en gobierno, algo que no puede exhibir Milei. Ante esa situación, hemos asistido a un pacto de Milei con Macri, resistido desde los dos lados: muchos en JxC, algunos en LLA. El hombre de la melena dice que no es un pacto sino un apoyo incondicional, algo tan poco creíble como ascender el Aconcagua marcha atrás. Ahora habla bajito y oculta los insultos al Papa, la idea de Benegas Lynch de privatizar el mar y las ballenas, su propia idea de privatizar las calles, la libre venta de armas o la venta de órganos y hasta de niños. No. Ahora se trata de un Milei razonable que lee todo lo que dice para no equivocarse, y que parece decir lo que le dicta el macrismo. Y que disimula la privatización de la educación y de la salud, de las que tanto ha hablado, así como el aumento sideral de los boletos del transporte urbano.
El disimulo incluye esconder a Villarruel, súbitamente esfumada: es demasiado cercana a la dictadura de Videla. También jubilar por un tiempo a Marra, incluso a Lemoine, para que no digan lo que efectivamente piensan. Es una clara estrategia de esconder a los propios, incluso a los economistas menemistas como Carlos Rodríguez: parece que Macri impuso los suyos y hubo que callar a Nápoli, cercano al candidato pero enredado ahora en una complicada trama de escándalo sexual.
Mientras, Massa fue apoyado -críticamente- por los socialistas, así como por todas las centrales sindicales de peso en el país: también por un grupo de intelectuales tan lejanos al peronismo como Sarlo o Gargarella. El radicalismo se mantiene neutral dejando libertad de acción, si bien se puede advertir un ala mayoritaria más cercana a la moderación y a Massa, y otra menor, que se liga a posiciones como las de Bullrich.
Está la moneda en el aire. Hay no pocos que votan a Milei sin saber por qué, como un anciano que el otro día elogió todo lo que recibe de subsidios por el PAMI y “por eso voto a Milei”, según dijo. U otros que sostienen la extraña teoría de “lo voto porque no va a hacer lo que dice”: votar a alguien porque no podría hacer lo que propone es una postura muy contradictoria, pero se la ha escuchado bastante. Se equivocan quienes afirman esto: nadie va en contra de sus propias ideas. De modo que quizá el candidato no consiga todo lo que se propone, pero va a ir seguramente hacia allí, y nunca en otra dirección. Va a intentar hacer lo que se ha propuesto, no lo que digan electores sueltos.
En todo caso, para muchos se juega aquí, a 40 años de la democracia, la lucha entre esta y el autoritarismo. Una candidata a vice que se juntaba con Videla no es una buena carta de presentación democrática: por ello se atrevió Cecilia Pando a pedir a LLA un levantamiento de prisión a los presos por la represión ilegal. Los problemas democráticos se arreglan con más democracia, no con personajes que están en su negación o que -como sucede con Milei- no saben responder la pregunta de si acuerdan con esa democracia.
El disimulo funciona también en otras latitudes. En Gaza, Israel lleva ya más de 10000 palestinos muertos por sus ataques y bombardeos, cuando sus propios muertos fueron alrededor de 1500. ¿Se puede llamar “respuesta” a esto? ¿Se puede llamar “defensa” a tamaña escala desproporcionada y excesiva? Se bombardea un centro de refugiados produciendo decenas de muertos, y la justificación es que “había allí un terrorista”: todos los demás deben morir, sea esa una excusa cierta o inventada.
Latinoamérica ha dado la espalda a esta ofensiva inacabable -que dicen que recién empieza- en Gaza. Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Israel. Colombia y Chile llamaron a sus embajadores en aquel país, para consulta de posible ruptura. México y Brasil piden la paz, que es hoy el alto el fuego. Ecuador y Argentina condenaron la violación de derechos humanos por el ejército israelí en Gaza.
Todos han condenado el ataque de Hamas del día 7 de octubre pero también las acciones israelíes, mucho más prolongadas y presentadas equívocamente como “respuesta” o como “guerra”, cuando son una avanzada de aniquilación sobre el pueblo palestino, sin más.
Turquía está dando asistencia militar a los palestinos, Hezbolla se prepara desde Líbano. Irán amenaza -y suele cumplir de modo muy fuerte-. Y todos los países árabes no pueden dejar de alejarse de las relaciones que algunos de ellos venían tejiendo con Israel. El aislamiento de este país se acentúa, lo que quizá llevó a Blinken a hablar de proteger a los civiles palestinos.
Es que no se trata de antisemitismo: entre otras cosas, porque los árabes también son semitas. No es antijudaísmo, porque miles de judíos practican el “Not in my name”, condenando las decisiones bélicas de Netanyahu. Es pedido de que el estado de Israel dé por terminada su incursión, escondida y disimulada bajo los nombres de “derecho a la defensa” o “lucha antiterrorista”: como si los argentinos no supiéramos que también un Estado puede ser terrorista.
Ni aquí ni allá, la estrategia del disimulo y del maquillaje es de los mejores modos de llegar a una representación seria de los intereses sociales. Ni aquí ni allá puede la democracia beneficiarse de discursos que esconden fuertemente sus intenciones. En la Argentina, ojalá sirva el debate de candidatos para dejar más claras las posiciones y propuestas. En Medio Oriente, ojalá un alto el fuego que habría que imponer -pero que Israel no quiere y EE.UU. no sabe propiciar- sirva a la paz para israelíes y palestinos, y no a una escalada de largo plazo con resultados totalmente imprevisibles.-
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