Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Los políticos tienen buena entrada económica. No todos, sólo los que ganan. Pero también a veces se quedan súbitamente sin cargo ni trabajo ni sueldo. Y no todo es fácil: hay que bancarse las presiones, los gritos, los ataques. Hay que levantarse por la mañana y ver que el propio nombre es puesto en el barro por algún adversario partidario o algún vocero mediático. No todas son rosas.
Convengamos que algunos políticos se han ganado bien el desprestigio. Pero la ignorancia social de ciertas exigencias de la política, muestra una visión unilateral de parte de quienes le echan la culpa de todos los males sociales, cuando –por el contrario- es la posibilidad de su superación.
Porque los ricos, los ricos-ricos, no son políticos. Son los grandes empresarios (no confundir con el verdulero de la esquina ni con el dueño de una Pyme, por favor). Vean el listado de las principales fortunas de la Argentina. Todos son empresarios.
Se lo habrán ganado trabajando, pensarán algunos. No parece. Si un empresario gana el sueldo de uno de sus trabajadores multiplicado por 200. ¿Será porque trabaja 200 veces más? Si el operario trabaja 8 horas diarias, ¿será que el empresario trabaja 1600 horas por día? Ah, es que lo suyo es cualitativo, requiere más nivel. ¿200 veces más nivel? ¿a quién se le ocurre? ¿cada hora del empresario vale 200 horas del empleado? Seguramente no. La diferencia económica es abismal, injustificable, y crece en los últimos años.
Así es el capitalismo. Pone los huevos en un lugar y cacarea en el otro. La explotación se ejerce en el trabajo, pero la dominación aparece como pura responsabilidad de los gobiernos. Y la gente se enoja con éstos, sólo con estos. Los empresarios -grandes beneficiarios de la política- la pasan bien, nadie los critica. La bronca se la llevan los políticos. Tanto, que ingenuamente se dice que en la Casa Rosada “está el poder”, como si no estuviera también en la Sociedad Rural, en la UIA, en alguna Embajada privilegiada, en los estrados judiciales, en los grandes medios de comunicación, en las iglesias, los destacamentos militares y policiales, en la gran banca.
La ligan los políticos. Si llegan a tocar algún interés empresario, como fue en el caso de la ultradeudora Vicentín, se los ataca por “atentar contra la libertad económica”. Pero cuando decenas de miles de empresas argentinas pagaron la mitad de su sueldo con dineros del Estado durante la pandemia, a todos les pareció “natural”. Eso no era “comunismo”, no era que el Estado se entrometiera en lo privado. Fueron muchos miles de millones de dólares de traspaso de dineros estatales a las empresas, para que ellas no quebraran y no dejaran cesantes a sus empleados.
Una conocida empresa metalúrgica mendocina fue salvada de la quiebra durante el gobierno de Cristina Kirchner, y ahora nuevamente por una asociación de capital mayoritario del Estado nacional y minoritario del Estado provincial. El jefe de esa empresa se cansó de hablar en contra del gobierno que le hizo el salvataje: no hubo reacciones públicas contra la actitud del empresario.
Durante la dictadura militar –para la cual el gran empresariado supo tener actitud de simpatía- el secretario Cavallo decidió convertir la deuda privada de los grandes empresarios en deuda pública, deuda estatal, deuda de todos. Allí comenzó parte del infierno que hoy los argentinos padecemos con la deuda. “Las ganancias son de nosotros, las deuditas son ajenas”, parecen decir algunos. Porque siempre ha sido así: a la hora de las pérdidas y las deudas, los grupos privados en Argentina han apelado a que los banque el Estado. Que les dé préstamos, subsidios, que condone deudas. Las sumas suelen ser bastante mayores a las que mensualmente implica la Asignación por Hijo en todo el país.
No hablemos de las coimas, que tanto se han dado en la obra pública. Se habla de los políticos coimeros, corruptos que sin dudas arruinan al país. Pero no se habla de los que pagan la coima, que –como es obvio- se benefician más en el negociado que el político. La coima es menor que la diferencia que hace el empresario; si no, este no la pagaría. O sea: siempre se alzan con más dinero que el político del caso. Algo de lo que no suele hablarse.
Sólo con buena política se doblega al mundo oculto de los negocios, ése que efectivamente manda a la hora de los precios y los salarios, a la hora de nuestro bolsillo. Si queremos una economía más saludable, no podrá dejarse en manos de un mercado sin controles, que sólo se guía por el lucro y la ganancia de sus diferentes actores.-
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