Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Otros, menos ingenuos, suponen que se ganaría el equivalente en dólares de lo que ganan al cambio de hoy: al blue, esos 100.000 andarían por los 220 dólares. Pero no: se pasaría a ganar 30 dólares, o 20, que es lo que da la relación entre masa disponible de pesos y de dólares en Argentina.
En Ecuador se sostuvo la dolarización con las remesas de los migrantes en Europa y Estados Unidos, más las entradas por el petróleo. Argentina no tiene condiciones equivalentes, y necesita financiar importaciones mucho mayores que las de un país más pequeño como es Ecuador. No tenemos dólares: todo el mundo sabe que ese es uno de los males de nuestra economía. Y la dolarización no traerá dólares nuevos: se hace con los que el país tiene.
De tal modo, el disparate de Milei sigue andando, montado en la angustia de la población por la corrida bancaria. La ilusión es que tomando el dólar como moneda, nuestra economía podría asimilarse a la de Estados Unidos. Pero hoy Ecuador no está bien, con un desastrado gobierno de derecha que tiene que ver con lo que fue el proceso de dolarización. Ningún país se enriquece por tomar al dólar como moneda: eso ha servido para parar algún proceso inflacionario, a cambio de reducir enormemente el margen de maniobra monetario de los gobiernos. Lo cual, en una Argentina castigada por el FMI, resulta una enorme complicación más.
En JxC las cosas no andan mejor: se sacan una forzada fotografía de ocasión, para ocultar -siendo sólo los de PRO- sus fuertes fricciones internas. Y esta semana juntarán a sus economistas. Ojalá algo nuevo se les ocurra. Por ahora, la receta, con ser de una conmovedora obviedad, no puede ser más inflacionaria. Por un lado, “unificar el precio del dólar”: es decir, devaluar. En buen lenguaje, eso es lo que quieren. Devaluar es hacer saltar de inmediato la inflación: si esta ya es muy alta, piensan aumentarla con entusiasmo.
La otra medida no menos desastrosa que se promete, es la de bajar los subsidios. Obvio, ello implica aumentar las tarifas para toda la población, o para la enorme mayoría de la misma. ¿Cuál es el fruto de esta decisión, anunciada hasta el hartazgo por Patricia Bullrich? Aumentar la inflación. Esa es la otra promesa central del programa opositor.
Como se ve, no sólo en lo político está fallando la imaginación de la derecha ideológica argentina. En ese campo, Macri sintetizó de modo inaudito la propuesta de su sector: puede haber muertos por represión, pues de lo que se trata es de imponer a palos y en tiempo mínimo las reformas con que se pretende quitar toda clase de derechos a los argentinos. Chau a la jubilación estatal, adiós a los derechos de indemnización ante el despido: es notorio que la famosa y demorada “reforma laboral” es, junto a la jubilatoria, la obsesión de los ajustadores del stablishment nacional.
En los equipos de Rodríguez Larreta y en personajes como Melconian anida algún asomo de racionalidad, así como en Morales, quien llama “desquiciado” a Milei. Pretenden instalar cierta apertura de diálogo político. Pero no se sabe con quién: decir que dejan fuera al kirchnerismo, es dejar fuera a -cuando menos- un tercio de la representatividad política nacional. De modo que su diálogo está naufragado desde antes de comenzar.
Es claro que Milei sintetiza bronca y antipolítica, y que quienes lo votarían no concuerdan con sus propuestas. Casi nunca las conocen: pero no venderían las calles de la ciudad a privados, no venderían sus órganos alegremente ni tomarían a su familia como posible mercancía. Ni eliminarían a la escuela pública y gratuita. Lo apoyan igual: creen que el hombre de la peluca les disminuirá sus actuales males. Lo cual, ciertamente, es una ilusión que se caerá a pedazos el día en que Milei tenga funciones de gobierno. Sólo las calamidades que vendrán en ese caso, han de disuadir a cualquiera de seguir apoyándolo.-