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Chile y la Argentina: dificultades de la segunda ola

“Segunda ola”, llamó García Linera a este momento en el cual de nuevo muchos gobiernos de Latinoamérica son de centro-izquierda (México, Colombia, Venezuela, Argentina, Perú, Chile): y lo caracterizó como momento más problemático que el de la “primera ola”, cuando eran presidentes Chávez, Néstor Kirchner y Correa.

Redacción
17/09/2022 21:55
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Por Roberto Follari, Especial para Jornada

Problemático para estos actuales gobiernos, en cuanto las condiciones de recesión mundial son muy diferentes a aquel período de expansión del capital; a lo que se suman los efectos enormes de la pandemia, ahora los de la guerra, en algunos sitios las presiones del Fondo Monetario, y en todos el aprendizaje por la derecha de lo que ha sucedido, con lo cual plantea ahora nuevas estrategias de socavamiento y desgaste.

  Cuando Bush (hijo) se encontró desconcertado en Mar del Plata con la embestida que acabó de una vez con el proyecto del ALCA, los nuevos gobiernos latinoamericanos eran una aplanadora frente a la cual las estrategias tradicionales de Estados Unidos no sabían cómo reaccionar. Eso ha cambiado mucho, y ahora propuestas como las del lawfare (ataque mediático/judicial a los gobiernos) están afinadas, y en aplicación. Muy exitosas por momentos en Brasil y Bolivia –aunque en ambos casos hoy la derecha no tenga todas las de ganar-, y ciertamente en Ecuador y la Argentina.

   Asistimos en nuestro país a un recrudecimiento de la violencia de pequeños núcleos de ultraderecha –que encuentran un caldo discursivo del cual valerse-, y una difícil situación económica, donde los sectores más pobres no han podido recuperarse de la caída vertical que tuvieron durante el gobierno de Macri. Y en Chile el texto que planteó la Constituyente fue ruidosamente rechazado por la población, sintiendo los sectores conservadores que viene ahora su gran oportunidad.

  Nada fácil, vemos, la “segunda ola”. Gobiernos que se basan en la redistribución social de la renta, quedan en fuerte dificultad cuando no hay casi nada para redistribuir. En esos casos, los repertorios parecen mínimos: un sector de la militancia sueña con años mejores, y cree que todo es cuestión de que falta decisión en el Ejecutivo. Cristina misma pareció entender que la diferencia entre su presidencia y esta, reside sólo en la que hay entre ella y Alberto Fernández: que hoy bastaría con aplicar “la lapicera”. Lo cierto es que ello llevó a la renuncia de Guzmán, exigida en nombre de ir contra el FMI y promover mayores logros sociales. El paradojal resultado fue la posterior apelación a Massa, alguien obviamente más cercano al stablishment que Kulfas o Guzmán.

  En Chile, ha quedo claro que la lógica de la revuelta no es la lógica de la institucionalización. Y que la variedad de movimientos sociales con específicos intereses cada uno (reivindicaciones étnicas, de género, ambientales, etc.) es muy potente para peticionar, pero muy poco para convertirse en propuesta (Constitución), o para convertirse en gobierno. Sectores a menudo antiestatales, difícilmente pueden articular una propuesta de dirección del Estado. De tal manera, no es Boric quien ha fracasado con el proyecto de Constitución, como se lee en el periodismo poco avisado, y también en alguno de izquierda: el problema es la lógica diversa de la lucha en la calle con la construcción de la legalidad, la distancia que hay entre demandar al Estado y saber conducir el Estado.

  El ejemplo chileno es, por contraste, una prueba de que el modo de liderazgo concentrado que Chávez, Correa o Néstor Kirchner inauguraron en la primera ola, es más eficaz como herramienta constructiva, que el sostenimiento de pluralidades de base societal: cuando Boric planteó su primer gabinete, pareció más preocupado por llenar el cupo de jóvenes, de mujeres y de diversidad sexual, que por establecer experiencia, coherencia y eficacia de conjunto en el Ejecutivo.

  A su vez, la ineficacia que hasta ahora evidenció el gobierno argentino para detectar y persuadir a grupos que en redes y calles han proclamado y ejercido la violencia hasta llegar al atentado criminal, muestra que la “segunda ola” también ha esfumado la capacidad del Ejecutivo para la necesaria autodefensa dentro de la ley: que no ha habido decisión para usar con fluidez los mecanismos del Estado.

  La economía pasa momentos difíciles, pero los sectores populares cayeron 17 puntos de sus salarios con Macri, y sólo han perdido 2 con el actual gobierno. No es que en lo económico la segunda ola no sea claramente mejor que los gobiernos de derecha. Pero si se ha perdido la capacidad de operar con fuerza desde el Estado –principal atributo de aquella primera ola exitosa-, es notorio que el stablishment juega con la cancha inclinada ampliamente en su favor.-

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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