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Argentina 1985: Verdades e hipocresías

Mucho se ha dicho sobre el film que llenó las salas del país, y que pobló de debates los cafés, asados y reuniones familiares. Se evidenció presencias y olvidos, logros y falencias, pero quizás no se insistió en un aspecto principal: es una película bien filmada, con guión que liga el humor y lo tierno con lo duro y escabroso.

Redacción
29/10/2022 23:28
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Por Roberto Follari, Especial para Jornada

Es llevadera, ágil y -sin negar la barbarie de la dictadura, presente en el estremecedor relato de Calvo de Laborde-, puede ser vista sin la pesantez del alegato o del mensaje doctrinario. Por eso la fueron a ver millones de personas, y hay otras que lo harán en diferentes soportes electrónicos: el film sale de la sola denuncia, sin dejar de hacerla.

  Cientos de miles de jóvenes se habrán enterado así de lo que fue la dictadura. Algunos de esos que siguen a Milei por desinformación o estética, podrán saber que los que lucharon y murieron por una Argentina mejor, son exactamente lo contrario ideológico del  ultraderechista de moda. Y muchos advertirán así lo que pudieron hacer aquellas Fuerzas Armadas de otra época que, preparadas mayoritariamente en centros estadounidenses, suponían que en la acción represiva ilegal estaba el modo de pacificar el país (al que ellas mismas habían polarizado a través de múltiples golpes de Estado).

  Macri y Bullrich quieren sacar de nuevo las Fuerzas Armadas a la calle para represión interna: como si todo aquello nunca hubiera ocurrido, como si los múltiples juicios a torturadores y genocidas hubieran sucedido en Tasmania o Kamchatka, no en nuestra Argentina o nuestra Mendoza. Viene bien la película para refrescar memorias: viene bien para mostrar pasados que nos dañaron por décadas y décadas, con huellas que aún están vivas, así como con cicatrices no cerradas.

  Es cierto que no se habla de la CONADEP. Es cierto que se da poco espacio a Alfonsín: radicales quieren que se hable más de ellos, pero olvidan que el sector de Víctor Martínez conspiraba para echar al presidente. Peronistas se quejan con razón de que en las palabras finales no se nombra a Néstor Kirchner en cuanto al recomienzo de los juicios, pero es cierto que no hay diatriba contra el peronismo en el film: no se subraya cuando el candidato Luder trataba de mantener la impunidad militar. Desde el peronismo contraatacan: algunas oposiciones hoy furiosas, olvidan que Cafiero y la Renovación apoyaron sin fisuras a Alfonsín contra las rebeliones carapintadas.

  Lo cierto es que razones para decir que no todo está en el film, sobran. Pero no todo está en un film, aún en el mejor. Igual, hay indicios: no se afirma que Strassera fue funcional a la dictadura, pero se lo hace saber por la bronca del personaje ante algún comentario. Y es que no hay una apología del fiscal: se lo presenta querible por momentos pero medroso, obsesivo, e incluso evasivo, como sucedía con el político gubernista que venía a visitarlo.

  Se recupera a las Madres de la Plaza, y al equipo que colaboró con Moreno Ocampo: ese equipo de jóvenes nos era desconocido a muchos. La actitud ambivalente del gobierno alfonsinista se muestra en un discurso de Tróccoli que expresa sin fisuras la “teoría de los dos demonios”.

  Quizá los más hipócritas en todo esto no son ni radicales ni peronistas, sino el bloque de neta derecha de la Argentina, que apoyó abiertamente a la dictadura, que silenció atropellos y bendijo persecuciones. Lo hacían en casas y charlas, pero también desde algunos tradicionales medios del país. Es allí mismo donde vemos con rechazo cómo el hijo de Strassera pretende aprovechar su efímero momento de fama para hablar contra el kirchnerismo, haciendo la insólita afirmación de que ese sector político poco hizo por los derechos humanos, singularmente por los que extremadamente conculcara la dictadura.

  El personaje de “strasserita” es muy simpático en el film, porque representa a un niño de 10 u 11 años. Que ahora un hijo del fiscal -sea el mismo del personaje o no- pretenda darse pergaminos en defensa de derechos humanos en que nadie lo conoció, lo conoce ni lo reconoce, es realmente patético.

  Que no se suban al caballo del film los erráticos y oportunistas que jamás estuvieron del lado de los que sufrieron la dictadura, y de los que lucharon luego contra el olvido de sus horrores. Cada uno en la historia de este país sabe de qué lado se ha estado. Venir a pescar en río revuelto, es creer que se puede hacer carroña de la memoria de los que fueron arrasados por un Estado ilegalizado y clandestino. Es un permiso que nadie les ha dado, y una gran falta de respeto al testimonio y legado de las víctimas.-

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