Por Roberto Follari
Viene una ola que no sabemos si es la segunda, pero puede ser la peor. No nos salvará el Estado, no nos salvará nadie desde arriba, y de nada sirve enojarse con los gobiernos: sólo hay que exigir de ellos que hagan las cosas todo lo bien posible. Pero es la sociedad la que tiene la iniciativa. O nos cuidamos en serio, o la muerte puede enseñorearse en el país
El presidente se ha contagiado de coronavirus, como ya ocurriera a los presidentes de Inglaterra, Brasil o Perú. Hasta hoy, todos se recuperaron sin problema. Mientras, se profundiza investigaciones periodísticas y judiciales sobre la llamada “mesa judicial” del macrismo: el juez Borinski estuvo 15 veces con Macri en Olivos, mientras a Casanello se lo acusó falsamente en su momento de una sola reunión con CFK y se lo defenestró por tv, buscando su destitución.
¿Qué cabría para Borinski o para Hornos, si se aplicara parecido criterio? Y, por cierto, fue el aniversario de Malvinas, donde cabe la memoria activa sobre los combatientes que murieron, los que regresaron y sobreviven, y los muchos que se suicidaron en estos años. La soberanía sobre Malvinas sigue siendo una exigencia irrenunciable.
No son cuestiones sobre las cuales la atención social esté fijada. Como afirmaba Durán Barba, la mayoría de la población sabe poco de política, y se ocupa de sus propios asuntos. Ha estado entregada a los feriados de Semana Santa, en algunos casos al recogimiento religioso de estas fechas. Claro que la conclusión que saca el ecuatoriano es problemática: se puede vender cualquier cosa a la población, porque si no sabe de política, puede creer cualquier embuste, disparate o mentira. Y es cierto, se puede.
Pero es torpe creer con ello que se logra dominar el comportamiento de la población. Porque si esta acepta casi cualquier cosa como información política, es porque la política no le resulta central a la hora de las decisiones. En lo que realmente importa, las personas sí se cuidan bien.
Al momento de votar, de poco sirven a los sectores hegemónicos sus ardides comunicacionales: el MAS recuperó la presidencia contra la propaganda mayoritaria, el peronismo volvió en Argentina en sólo 4 años y primera vuelta, en Ecuador ganó Arauz la primer vuelta contra jueces y muchos medios. A la hora de lo que importa, la realidad y la política se imponen sobre la hojarasca mediática.
De modo que hay que ir a la población a ver cómo está, lejos de los ruidos de quienes organizaban manifestaciones contra las vacunas y ahora piden vacunas, o los que eliminaron el ministerio de salud, y ahora dan lecciones sobre salud. O los que dicen que con la vacuna vamos lento, cuando somos de los 20 primeros países en el mundo. Eso es ruido de fondo, el foco de la población está en otra parte.
La gente está cansada de la pandemia, y ha aflojado un tanto los cuidados. La llegada de las vacunas alivia, pero algunos la entienden como si ya no fuera necesario el distanciamiento. Pululan las fiestas clandestinas con amontonamientos varios, las reuniones familiares y los encuentros en los bares. En todo eso se ha ido perdiendo exigencia, y el barbijo es bien usado por muchos, pero otros ni se lo ponen, o lo usan por debajo de la nariz.
Mucho turismo en Semana Santa, mucha necesidad de distracción. Pero poca conciencia de la situación que se vive. La subida de los contagios es de proporción geométrica: es muy probable que en una semana estemos por encima del peor momento del 2020, y se puede subir aún mucho más que eso en los contagios. Ello es muy posible, según lo que vemos en Chile, en Paraguay, Uruguay o Brasil.
Y con las nuevas cepas, los contagios son en mayor número, y la letalidad puede aumentar. Las vacunas pueden atenuar la situación: los vacunados se contagian, pero no hay noticia de que mueran. Por eso, la velocidad en la vacunación es central: hay que exigir máxima premura en el uso de las vacunas que se van logrando, dentro de la intrincada situación internacional para conseguirlas.
Sin dudas que la conciencia social es central. Los gobiernos, nacional y provinciales, se mueven en la tensión de tener que endurecer medidas y no oponerse al gusto por el libre movimiento que todos tenemos, más las necesidades de no paralizar la economía. De tal modo, si la sociedad no se toma en serio la emergencia, los resultados pueden ser catastróficos.
Viene una ola que no sabemos si es la segunda, pero puede ser la peor. No nos salvará el Estado, no nos salvará nadie desde arriba, y de nada sirve enojarse con los gobiernos: sólo hay que exigir de ellos que hagan las cosas todo lo bien posible. Pero es la sociedad la que tiene la iniciativa. O nos cuidamos en serio, o la muerte puede enseñorearse en el país.-