Barrilete cósmico, huracán futbolero inefable, parte de los recuerdos compartidos de generaciones de argentinos. El que nos compensó tras la guerra con los ingleses, el de “la mano de Dios”, el que subió al Nápoles a la cima de Italia y de Europa
Por Roberto Follari
El de los momentos de mayor euforia, el del éxtasis del campeonato mundial, el del seleccionado, el de Argentinos, el de Boca, el de Newell’s, el técnico de sus últimos años.
Somos, por él, un poco más Argentina. Fuimos campeones del mundo con su zurda. Nos conocen en todo el mundo por su figura: mucho más que por el asado, que por el mate, hasta que por grandes como Fangio, Monzón o Vilas. Diego es el símbolo nacional, la identidad argentina, el que levantó a equipos sólo con su personal habilidad, el goleador impensable, el inventor de imposibles, el buscador de lo insólito.
El Diego que llevó al fútbol a quienes nunca lo miraban, el Diego que era una especie de malabarista o prestidigitador, el que apiló ingleses como se apilan bolsas, el que mostró que la picardía es parte decisiva del juego y la contienda. Diego de América y del mundo. Diego el villero. Diego el rebelde: el que se enfrentó a negocios de la FIFA, el que exponía al Grondona de la AFA.
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El que sufrió las revanchas del aparato y el negocio. El que se animaba a todo, pero que todo no podía. Al que buscaron hundir en el desprestigio, a veces con éxito. Siempre tuvo amigos falsos en su entorno. No faltaron quienes se colgaron de sus botines. Algunos movileros, empresarios, periodistas que vivieron de él, y quizá sigan haciéndolo tras su muerte. Parásitos del genio.
Traficantes de afectos con fines mercantiles, aplastadores de sueños, sombras de la sombra de Diego. ¿Que no fue para nada ejemplar? Eso hubiera faltado. Que le pidiéramos a quien nació y vivió en la villa entre todas las carencias y que llegó a las máximas alturas del dinero y la fama, que mantuviera el equilibrio. Imposible.
Lo juzgan desde su asiento los que nunca fueron tan pobres ni tan ricos, nunca fueron asediados por la prensa y los “paparazzi”. Un sector de gentes que juzgan con moralina al ídolo, pero nunca con moral a los grandes dueños del negocio del fútbol. Y de los otros grandes negocios. Amigo de Fidel. Circula el video donde canta la marcha peronista, adscripción que todos le conocieron. Leal a lo popular hasta el final, contra lo “políticamente impuesto”.
Siempre rebelde ante el poder, armando sindicato de futbolistas, reivindicando el Sur pobre frente al Norte opulento. Siempre el villero que bailaba con la Mona u otra cumbia. Brillante, irónico, rápido.
Enfermo, también las adicciones lo golpearon y arruinaron. Parte de la memoria de los argentinos, leyenda hasta ayer viva, imagen de nuestras esperanzas y frustraciones, espejo de la patria y sus vaivenes. Todo el afecto a tu memoria, Diego, a la vez sectorial y universal, argentina y del planeta, del Barcelona y de España. Te llora el mundo.
Se va una época con vos: los tiempos de la euforia y de la cima. Te extrañaremos desde esta escena sin abismos, desde esta época mundial que nos clausura ribetes y entusiasmos.