Por Diego Barovero* – Esteban Moore**
En este mes de marzo recordamos dos hechos trascendentales para la historia política argentina del siglo XX. El nacimiento (Chascomús, 12 de marzo, 1927) y la muerte (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 31 de marzo, 2009) de Raúl Ricardo Alfonsín. Hitos, partida de nacimiento y lápida final, que marcan el paso por la tierra de un hombre, cuya dilatada militancia política se forjó llevando su mensaje renovador, pacientemente, con grandes sacrificios y una asombrosa escasez de medios económicos, a todos los pueblos de su provincia y con el paso de los años a toda la extensión del territorio nacional.
Su entrega a los ideales republicanos, la defensa de los derechos humanos y la tradición democrática de su partido, la Unión Cívica Radical, a los cuales nunca renunciaría, lo llevaron a ocupar los más altos cargos partidarios y ser elegido concejal (Chascomús 1954-1955), diputado provincial (1958-1962) y nacional (1963-1966). Posteriormente, en 1983, luego de una intensa y debatida campaña electoral, en la que debió superar grandes obstáculos, fue electo presidente de la república.
La salida del período del terror, muerte y degradación cultural impuesto por la dictadura militar (1976-1983) dejaba miles de muertos y una imponente deuda externa, agravada por la estatización de la deuda en dólares de los grupos empresarios del país (Circular A 251, firmada por el entonces presidente del Banco Central Julio González del Solar). A pesar de la esperanza y el fervor popular que despertaba la apertura democrática, el imaginado futuro, la transición no sería fácil y pondría sobre la mesa de discusión problemas de difícil solución. A lo que se debe agregar que las fuerzas armadas aún mantenían su influencia y poder de fuego, ciertos medios periodísticos estaban anclados en el pasado reciente, las corporaciones se guiaban por sus intereses particulares y sectores de la oposición adoptaron actitudes caníbales, cuyos referentes, impacientes, correspondieron y se dejaron llevar en su discurso por el clamor popular, la inestabilidad emocional del electorado (la lectura de Julio César de W. Shakespeare les debería ser de lectura obligatoria) e hicieron gala de un profundo desconocimiento de las relaciones causales que nos propone la historia y de la noción de tiempo: elementos que caracterizan al estadista.
La imponente estatura y presencia política de Raúl Alfonsín, cuya repercusión se extiende más allá de nuestras fronteras, relegó a un segundo plano su continua meditación sobre los procesos democráticos, su análisis y su pensamiento difundido a través de la actividad periodística y los ensayos que escribió posteriormente, actividad intelectual que trasciende el contexto que le impuso la realidad cotidiana.
El periodismo político, en el que asume una ética de la enunciación, de la palabra propia, decir lo que se piensa, sin enmascaramientos; fue central en el transcurso de su vida, participando de este modo de una larga tradición en nuestra patria, fundada por aquellos que desde el fondo de nuestra historia, además de la palabra recurrieron a la pluma para predicar y convencer: Sarmiento y Mitre son preclaros ejemplos de esta práctica.
En los años cincuenta publicó comentarios y artículos en Adelante medio partidario dirigido por Ricardo Balbín, asimismo colaboró en la Revista de la Cooperadora de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en El Imparcial de Chascomús, diario local con influencia en la zona; en el cual asumiría la dirección (1971-1973), responsabilizándose de la página editorial. Bajo su conducción el periódico inició un intenso proceso de modernización, aumento su número de páginas, renovó la diagramación y la gráfica, dispuso una sensible ampliación de la temática a tratar e instaló en sus oficinas la primer teletipo de su ciudad, la que contaba con el servicio informativo de la agencia de noticias United Press International, un verdadero avance para un medio periodístico de alcance regional.
Dos meses después del golpe de estado que derrocó al gobierno constitucional de Arturo H. Illia, funda Inédito (1966-1972); publica columnas de opinión en Replanteo (1974), periódico dirigido por su amigo y colaborador Raúl Borrás; y funda y dirige dos años más tarde la revista Propuesta y Control (1976-1978) que tuvo una segunda época (1990-1992), en la que, entre otros, colaborarían Carlos Alconada Aramburú, Roque Carranza, Germán López, Aldo Neri, Jorge Roulet, Conrado Storani, Jorge Sábato, Luis Corcuera y Miguel Angel Zavala Ortiz.
De ellas quizá la más importante para la temprana proyección y difusión de sus ideas sea Inédito, publicación política y cultural en el más amplio de los sentidos. Respecto de los propósitos de Inédito los responsables declaran en un texto titulado ‘Carta al lector’ (N°1) que este medio: “…. estará en la línea de lo argentino, lo popular y lo democrático; que no quiere encerrarse en lo dogmático, sino enfocar las cosas con amplitud, con honestidad y con independencia.”
La dirección periodística estuvo a cargo de Mario Monteverde y la posición política y las editoriales fueron responsabilidad de Alfonsín. El hecho de que debía mantener un bajo perfil dada la situación política impuesta por el gobierno militar, hubo de firmarlas bajo el seudónimo Alfonso Carrido Lura (anagrama de sus nombres y apellido). La columna titulada ‘Crónica furibunda’ que nos revela una característica poco conocida de su personalidad, el humor y la ironía, las firmaría como Serafín Feijo (nombre de su padre y apellido de su abuela paterna).
El primer número llegó a sus lectores el 31 de agosto de 1966, su temática revela lo variado de sus intereses, en el sumario se destacan: el análisis político de coyuntura, comentarios de la actividad gremial; la situación de la industria azucarera en Tucumán; la persecución a las parejas iniciada por la campaña moralizadora dirigida por funcionarios municipales y el comisario de la Policía Federal, Luis Margaride; un artículo sobre las protestas estudiantiles en la Universidad de Berkeley, California; la defensa de la autonomía universitaria en nuestro país; en política internacional analiza las diferencias de ideales entre París y Washington encarnadas en las figuras de Charles Degaulle y Lyndon B. Johnson, quienes pugnaban por afirmar para sus respectivos países el liderazgo político en Occidente; completan este número: una entrevista al escritor Leopoldo Marechal; notas sobre cine, la censura, música , discos, libros y un homenaje a Federico García Lorca en el 30 aniversario de su asesinato.
Entre los colaboradores habituales se hallaban los políticos Juan Carlos Pugliese, Conrado Storani, Ricardo Molinas, Carlos H. Perette, Carlos Alconada Aramburú, Hipólito Solari Yrigoyen , Carlos Sánchez Viamonte; los periodistas Gregorio Selser, Rogelio García Lupo, Santiago Senén González; Philippe Labreveux y los escritores y ensayistas Alberto Ciria, Mario Szichman y Augusto Céspedes. También hallaron espacio en sus páginas los sindicalistas: Antonio Scipione, Raimundo Ongaro, Amado Olmos, Tomás Uncal , Antonio Alac. Sobre el análisis de la marcha de la economía hicieron su aporte: Juan Sábato, Alfredo Concepción y Jorge Roulet. Nombres que afirman la pluralidad de opiniones y la apertura hacia diversos sectores del pensamiento y la sociedad argentina de una revista creada y financiada por radicales que pensaban soluciones posibles a los problemas que condenaban el país al atraso.
El editorial de Alfonsín en esta ocasión, La inversión de los términos ya es una muestra del rumbo de su pensamiento que con coherencia sostendrá durante su vida: “Una crítica común se hacía al gobierno de Illia: La aparente contradicción entre lo que podríamos llamar la concepción política y la económica […] la incompatibilidad existente entre un sistema que en el plano de los derechos cívicos admitía la más amplia libertad y en el campo económico se esforzaba por ordenar el proceso, organizar el desarrollo […] incurriendo en la incoherencia de tolerar abusos por una parte y atentar contra la libre empresa por la otra.” Esta era la opinión de los medios, del gobierno, el empresariado y de muchos sectores que se autodefinían como pertenecientes al campo popular, que buscaban consolidar la inversión de aquellos términos.
La respuesta de Alfonsín sobre este estado de cosas es contundente, ante todo se debe normar y respetar la irrestricta defensa de las libertades y derechos del ciudadano y la participación del estado en la regulación, donde fuera necesario, de ciertas variables de la economía. Asimismo señala la necesidad suprema, para evitar autocracias y dictaduras, construir lo que él define como una Democracia Social. Concepto que lo guiará en su actividad política futura y que predice tempranamente la inclinación, de este lector de Juan de Mairena, hacia la social democracia (agosto, 1966).
Antes de continuar deseamos dejar apuntada la importancia del conjunto de estas editoriales para la historia de nuestra política contemporánea (recogidas en volumen en la Colección Nueva Información dirigida por Rogelio García Lupo, Buenos Aires, 1986). Ellas no sólo constituyen su testimonio personal acerca del debate político de la época, sino que también poseen un alto valor histórico e informativo, pues constituyen una crónica detallada y sistemática del pensamiento y las ideas que intentó imponer, el gobierno de la Revolución Argentina asociado a las corporaciones, el cursillismo y el nacional catolicismo, que accedió al poder mediante un golpe de estado.
La lectura detenida de las mismas es la prueba fehaciente de que Raúl Alfonsín, no creía ni creyó, en las proscripciones políticas de ningún sector de la vida social argentina. Él sostenía, con el vigor que lo caracterizaba, que la unidad del pueblo: “…no significa eliminar las discrepancias, sino sencillamente respetar el juego limpio de la democracia. Unión en la autenticidad, firmeza en las convicciones, defensa común de valores fundamentales. He aquí la tarea para los argentinos de hoy, preocupados por la Argentina de mañana.” En lo concerniente al Peronismo mantuvo siempre una mente abierta, reconociendo que muchas de sus medidas en el campo social concretaron viejos anhelos expresados por sectores mayoritarios de nuestro pueblo; sin embargo no pudo dejar de señalar el hecho de que “Perón montó una organización que convirtió a su gobierno en un régimen casi autocrático”.
En la década de los 60 habrían de producirse grandes cambios políticos y culturales en el mundo, se sucedieron distintos movimientos descolonizadores y procesos revolucionarios, a los cuales las grandes potencias respondieron, cada una en su campo de influencia, con inusitado rigor. La Iglesia Católica publica las constituciones, decretos y declaraciones, resultantes de las reuniones del Concilio realizado en Roma (1959-1965), en las que renueva y profundiza su mirada ecuménica. Estos documentos y las encíclicas papales que le siguieron fueron, sin hacer abandono de su laicismo, leídas con atención por Alfonsín. En abril de 1967 escribe sobre la encíclica Desarrollo de los pueblos, es un: “extraordinario documento del Papa Pablo VI, constituye la exteriorización de una vigorosa toma de posición de la Iglesia ante los problemas del mundo moderno”. La compara acertadamente con la Quanta cura y Syllabus (Pío IX, 1864) “…de signo diametralmente opuesto […] que juzgaba inaceptable la libertad de cultos, consideraba que la libre expresión de los pensamientos y opiniones arrojaban a los pueblos en la corrupción de las costumbres y del espíritu y que el pontífice romano no podía ni debía transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.” Sobre los documentos emitidos por la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Medellín, 1968) infirió que anticipaban una actitud de la iglesia: “que nos permite abrigar la esperanza de cambios muy importantes en nuestro continente”.
Si bien es reiterativa su inclinación a opinar, obsesiva si se quiere, acerca del sistema democrático, en la editorial de la revista (noviembre de 1969) sostiene: “…la actividad creadora se da exclusivamente a través de la participación democrática; que la libertad política cultural e intelectual se asegura en el control democrático de las instituciones, y que es necesario democratizar, no simplemente el registro de la voluntad popular, sino todos los ámbitos donde el hombre ejerza una actividad.” Niega el pensamiento de aquellos que consideran que sufragar sea convertirse en cómplice del sistema, y que la liberación del pueblo sólo se lograría por la vía revolucionaría. Descree, por otra parte de la utopía, particularmente la comunista: “… cuyos más obcecados representantes todavía creen en la etapa ideal que sobrevendrá luego de la dictadura del proletariado”.
Se inclinará con el paso del tiempo, desde su filiación en la Unión Cívica Radical, por las corrientes de opinión de distintas variantes del pensamiento democrático que son representadas por diversos partidos políticos social-demócratas en el mundo. En 1996, la Unión Cívica Radical se integraría a la Internacional Socialista como miembro pleno. Alfonsín sería elegido presidente del Comité para América Latina y el Caribe y también en uno de los vicepresidentes de la organización.
Inédito, dirá Alfonsín, “es una respuesta afirmativa, esa es su razón de ser, y al mismo tiempo, es orgullosa de su soledad entre casi todos los medios masivos de difusión. Por eso es que no se conforma con la lucha por la democracia clásica, sino que trabaja para la instauración de una democracia social”. En lo concerniente a su relación con la Unión Cívica Radical, nunca se apartó de su tradición, se publicaron los documentos y se comentaron las declaraciones emitidas por el Comité Nacional del Partido. En 1972, a raíz de un documento del partido exigiendo la institucionalización del país, Alfonsín escribe en su editorial titulada ‘Ultimátum al gobierno’: “Un movimiento y un hombre. Radicalismo y Ricardo Balbín. A despecho de muchos ataques (internos y externos, agregamos), quienes no consideran que la conducta sea un romanticismo pasado de moda, ni la moral una mercancía en desuso, los hombres cabales, con preocupaciones y ocupaciones altruistas, cualesquiera fueren sus ideas políticas, tienen para con ambos, al menos, el respeto que merece una acción tenaz en pro de ideales permanentes.” Luego, a la muerte de Juan Domingo Perón, Alfonsín asiste a una reunión en el Comité Nacional y declara respetuosamente a la prensa que el motivo de su visita era brindarle su aval, a las declaraciones de Ricardo Balbín acerca de la posición adoptada por el partido. Años más tarde en la despedida que se le tributa luego de su fallecimiento en la ciudad de La Plata, Alfonsín, en un emotivo discurso rescatará las condiciones éticas y morales del hombre y sus servicios a la república, confirmando que entre ellos, a pesar de las discrepancias, existía una comunión de ideas superadoras de las diferencias.
En años posteriores prescindiendo de amanuenses redactará y dará a conocer La cuestión argentina (1980) un ensayo en el analiza la situación política y social del país; Ahora, mi propuesta política (1983); Qué es el radicalismo (1983); El poder de la democracia (1987); Democracia y consenso (1996); Memoria política -transición a la democracia y derechos humanos- (2004) y Fundamentos de la república democrática -curso de teoría del estado -(2006). La cámara de diputados de la provincia de Buenos Aires reunió y publicó su Obra Parlamentaria 1958-1962 (1987). Sería fundamental que la cámara de diputados de la nación hiciera lo propio con sus intervenciones como diputado nacional, realizadas en el período 1963-1966, que son imprescindibles para comprender el desarrollo de sus ideas.
Raúl Alfonsín fue un político de amplias lecturas, su curiosidad intelectual se extendía a diversos campos del saber: filosofía, ensayo social, antropología, teoría del estado, constitucionalismo y política internacional. Asimismo puso especial atención a los documentos de la iglesia, las editoriales y el ensayo periodístico y las declaraciones de políticos nacionales y extranjeros. Y, no se puede negar, tenía la inclinación a citar en su obra escrita y discursos a autores diversos, lo hizo desde los días lejanos de El Imparcial y de su diputación provincial, eso sí siempre contextualizando el decir ajeno con el propio.
*Presidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano
**Poeta y escritor. Personalidad Destacada de la Cultura