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Ser escritor

Una condición mediadora

15/06/2023 08:47
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

El bueno de Facundo Cabral decía: «Nadie puede dar consejos, no hay hombre que sea tan viejo». Así yo: no soy tan viejo y, por supuesto, no puedo dar consejos. Pero el caso es que me imagino a papá o a mamá frente a la criatura que le ha dado por concebirse escribiendo; digámoslo como es: la criatura se quiere meter a escritor. Entonces yo, que hago las veces de tal, me figuro a los padres como azorados con sus ojos prendidos del horizonte, escudriñando una réplica acorde a tamaño desvarío: «¡¿Escribir?! ¡Vamos! ¿Pero por qué no mejor te fijas en la programación?».

Nadie crea que exagero. Sabido es que los escritores espantan, no ya por sus palabras astutas, agudas, alumbradoras o, tal vez, incendiarias, ¡no! Un escritor espanta por su sola condición, ¡yo mismo me espanto de tan adventicio destino que me ha tomado por su objeto! De hecho, intenté zafarme de una cruz semejante, pero mis habilidades fueron infructuosas y cedí al fatal embate. Aquí me encuentro, siendo un escritor… que lo mismo quiere decir un náufrago en lo cotidiano.

¡Cuidado! Verdad es que escribo en favor de la criatura novel, del retoño de escritor, pero a veces las palabras elogiosas deben abrirse paso entre una densa marisma, ¿cómo era aquello de Borges? «Mucho debe mentir un hombre para poder ser verídico y muchos son los embustes inútiles que han de escapársele antes de conseguir una palabra que informa la verdad». Bueno, que de su primer aserto no estoy muy seguro, pero estimo correcto el segundo. Así, llegar hasta el mar literario que se difunde es una tarea fragosa e incesante.

 

 

Esta semana pasó ya el Día del Escritor en Argentina y por eso estas palabras. Dije lo de «náufrago en (o de) lo cotidiano» porque para ser escritor hay que encontrarse en un estado intermedio, casi siendo un transitivo hacia todo. ¿Serán los escritores como ángeles? Digo ahora, como ángelos, mensajeros de las otras realidades; vínculos involuntarios de la Palabra errabunda y juguetona. Porque al escritor lo representamos quiescente, a su mesa acostumbrada, tal vez con su café o alguna bebida ardiente, absorto como quien duerme despierto, pero, estrictamente, el escritor contiene una agitación irrefragable; el escritor borrajea sus devaneos particulares que son como tormenta, siempre incisivos, siempre atenazadores. Uno escribe porque el flujo aguijador de la realidad lo atraviesa como daga al punto de llegarse hasta el papel. Por eso algunos no saben más que imprimir heridas, miasmas, dolores amargos, estertores, y por eso también que aquellos que son (verdaderamente) escritores dejan siempre su sangre, el reguero de sus venas.

Pero con todo, el oficio de escritor no es tan escandaloso como pudiera pensarse (y que se piensa). Es un acto de fe por sobre todas las cosas, porque significa la acción del que eleva sobre el horizonte su sonante voz para recibir un reverbero transformado. Escribir es una señal (por eso «náufrago»), pero que es la más alta afirmación de la existencia del mundo, porque el escritor espera siempre una respuesta; siente la línea que vadea cual aislado capitán como un mar común que no solo divide los reinos de la vida, sino que duplica la vida misma. Aunque la noche arrecie o se cubra la ventana del cielo con la cerrazón del temporal, el escritor navegante sabe que existe lo que no ve porque, aunque quizá desquiciado, nadie es nunca lo suficientemente insensato como para hablar para nada (incluso los locos hablan por y para algo). El escritor es un creyente incurable, ¡a tal extremo incurable que se imagina tener interlocutores aun cuando la vida lo haya dejado! ¡Escribe para la posteridad! ¡Escribe para el mañana no visto!

 

 

Sin embargo, sobrevenirle pueden momentos de zozobra; así, en un momento de abandono terrible, he dicho yo alguna vez lo siguiente:

«Ser escritor no se elige, se prefiere. Pero, en verdad, nunca es preferible.
Si acaso la fortuna te vence; si no has podido prevalecer, si no has resistido lo suficiente y sucumbes… ¡Es que no has escuchado los consejos, maldita sea!
Si no lo has buscado —porque no es posible elegir y porque sabes que no es preferible, ¡Dios sabe que no!—, pero no has podido soportar lo debido y cedes, entonces es probable, tal vez lo hayas conseguido: has devenido en escritor.
No te ufanes, ¡es una derrota! 
Ser escritor no se elige, se prefiere… pero, en verdad, nunca es preferible».

Pero, más allá de mi lírica entonación lanzada como un reproche, ocurre que ser escritor no es una elección ni es preferible, es una condición… inevitable. Y está bien así.

¡Feliz día a todos los que, a pesar de lo imprevisto aterrador, no pueden más que escribir! ¡Adelante, la vida es lienzo abierto y navegable!

 

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

 

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