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Respirar lo bastante

Tener la vida; tener de más

28/08/2022 22:50
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Espero me permitan hoy el atrevimiento de hacer una confesión. Sin embargo, antes de proceder con ello debo hacerles saber lo que tantas veces me dice una querida amiga (amiga que añade peso a sus palabras a fuerza de años). Sugiere, mi paciente compañera, que yo soy algo así como el tierno Amadís de Gaula antes de conseguir su nombre: un muchacho que busca su rumbo incesantemente contra los embates de los tiempos, y que es por ello que suelo justificarme tanto al momento de prodigar mis palabras. Ustedes ya lo saben, aquello de: «No dispongo de suficiente espacio…»; «Ustedes se preguntarán: “¡¿A qué ha venido este…?”» y demás locuciones que suelo emplear de continuo. Pero no ocurre que yo me sienta incapaz… Aunque sí diría —tal vez— que llego a sentirme algo impropio.

¡Impropio, sí! ¡Intruso! Y es que ocurre que yo nunca antes había imaginado eso de tener un público al cual deberme. Pero ya suenan las palabras insidiosas: «¡Que uno escribe para que lo sepan, para que lo saboreen! ¡Nadie escribe para nada!», y debo concederles todo permiso. Empero, yo me dirijo más allá todavía, y es hasta el punto de confesarles que yo no creí jamás vivamente eso de que alguien pudiera considerar fructífero dedicarme sus minutos, sus preciosísimos minutos de un solo uso; ¡jamás pensé resultar caro para ningún lector! (Y por eso que procuro siempre tasar justamente el valor de mis palabras, combatiendo a destajo contra el vencimiento de los prebendarios).

 

 

Pero así las cosas, ha querido la Vida que me llegue hasta sus pies para hablarles… ¡¿de qué?! Pues lo diré: de la misma vida y ya, de la vida a vistazos limpios. Por eso me encuentro aquí frente al papel aun —sobre todo— con el tiempo mordiéndome la boca; pero, como tantas veces, el tiempo olvidando mis manos… Yo a mano suelta, como tantas veces. Porque no tenía cómo y vengo a sacar de no hay dónde para entregarme a sus brazos otro jueves. Porque sé que algunas manos me esperan, ¡y nada hay que sea más valioso que recibir el tacto generoso de nuestros semejantes, la mano abierta del corazón abierto! También porque hoy, hace tan solo minutos, de visita a mi antiguo colegio, acompañando a mi amigo más perdurable, he vuelto a reconocer lo importante.

En el enmarañado trajín que es hoy mi vida (¡y agradecidamente!) —momento en el cual hasta llego a tropezar con las letras—, recordé al noble poeta, al más grande poeta; hombre cabellos de plata, poeta del canto perenne y libertario: Walt Whitman. Cantaba, el manhattanita: «Encuentro cartas de dios en la calle,/ cartas firmadas con su nombre / y no las recojo porque sé que en cualquier sitio encontraré otras semejantes».

 

 

¡¿Y cómo no notarlo?! A cada momento que ando la Vida me habla del deber, ¡y por eso que el deber para con ustedes! ¡El deber para con vos! Que no dejo de ser atravesado —quizá hilvanado— por la punta acerada de la Vida que me pretende a cada instante y en cada esquina. Que no cejo en hablar repetidamente de lo mismo hasta parecer un encaprichado con su juguete… pero no olvido aquellas letras de quizá Unamuno, tal vez de Sabato, que aseguraban que lo más que uno puede hacer (y lo mejor) es no hablar más que de cosas pocas a fuerza de habérselas adueñado, a fuerza de haber conquistado alguna costa de la verdad. ¡Y aunque alguna tan solo!

Por lo que yo hoy vengo a vocearles… ¡y quizá no un canto nada original! (Que aún no entiendo el por qué de buscar la originalidad como si las cosas surgieran espontáneas y no fueran más bien una prosecución del lógico aporte que cada uno dispensa hasta de incógnito). Por eso que me es necesario contarles —y hasta llorarles bien— que contar se cuenta con pocas cosas y que a mí me son bastantes las siguientes:

La amistad buena, mi mujer amada, mi casa (que es mi lecho con ella) y un propósito. Lo demás casi que se pierde en la madeja y no importa; lo otro, que se queda corto de cortedad, que se agota porque sí y ya no importa. Que la única extensión de la vida es su desarrollo continuo. Que respiro, respiro y respiro, y que la próxima bocanada de aire será el acicate para un nuevo aliento.

¡Respiremos, amados lectores! ¡Respiremos!
 

 

 

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