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La moda

El consumo que nos consume

07/06/2022 17:19
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada
 
Mis amigos suelen decirme: «¡A vos nunca te gusta lo que le gusta a la gente!». Pero se equivocan. Mi problema no es con «la gente», mi problema es con la moda. La moda trivializa, banaliza todo; convierte lo que toca en un objeto de consumo, independientemente de la naturaleza del objeto. Tergiversa su fin último y lo sitúa rayano a lo prescindible.

La moda —que es una de las tantas expresiones que tiene nuestro bienamado capitalismo— nunca se interesa por el impacto útil y específico que pueda tener dicho objeto en el mundo (hablo en términos de cambio; de cambiar algo, de hacer aportación genuina), le interesa el lucro. Puesto de esta manera, todo se enfría, todo se vuelve calculado, todo se expresa en verdes números.

Bien, podría ser éste el único inconveniente aparente, y hasta pueda parecer demasiado poco como para escandalizarse, digo: sabemos cómo funciona la sociedad de consumo. Pero no, el análisis no termina aquí, falta lo que yo considero como lo peor.

 

 

Al estar inmersos en el mercado y en la ya nombrada sociedad de consumo, no es difícil caer en el juego torcido de nuestros queridos jugadores (y en ningún momento debemos olvidar que nosotros somos los jugados). Rápidamente, lo que ha decidido traernos la moda —todo aquello que muchas veces no ha llegado a nosotros por la fruición o la inquietud— se nos presenta como «lo nuevo», «lo interesante», «lo disruptivo»; pero bien puede ser «lo viejo», lo que antes no se observaba al no resultar rentable, que así sucede las más de las veces (y tenemos sobrados ejemplos).

Entonces, es cuando ocurre: se produce el fenómeno de masificación y adhesión incondicional, ¡y que tanto atenta contra el criterio individual! Bueno, es claro que masificación y criterio individual se contraponen, aunque irónicamente el origen de la masa nace —o debería nacer— en la conciencia de cada quién, ¡pero precisamente! Es esto mismo lo que permite cuestionar su legitimidad, ya que a la postre siempre predominan las emociones del conjunto como un todo: el individuo desdibuja sus contornos.

La necesidad de pertenecer, de formar parte, nos ofusca y seduce al punto de elegir abandonarnos en la corriente. Sin embargo, esto se presenta deseable porque si uno no se deja a la fuerza del arrastre se arriesga a ser embestido por la marejada; más aún en caso de enfrentar a la multitud por defender su autonomía, en caso de decir: «¡Oigan! ¿No les parece que "lo nuevo" no es tan cool. (Será el momento de protegerse de las piedras, porque lloverán).

La masificación puede ser emancipadora por la misma fuerza intrínseca que entraña, pero puede ser también una penosa forma de ocultamiento, pues una oveja negra se nota menos entre quinientas blancas; pero lo que es más grave aún: puede ser una forma de control (y no creo que logre definirse con exactitud su alcance).

No, mi problema no es con la gente, mi problema es con las manos invisibles que orientan el criterio siempre contra el discernimiento de cada uno en particular. Mi problema es con las estrategias que pretenden la homogeneidad, que pretenden llevarnos a todos —juntitos y de la mano— hacia tierras promisorias. Mi problema es con la globalización indiscriminada que nos prefiere agachados, ya sea viendo el celular o besando botas. No nos olvidemos de que la política hace exactamente lo mismo. La mal llamada política… debería, quizá, llamarla marketing. Todo se cifra en la imagen, lo importante no es ser sino aparentar (tal vez «ser» nunca fue lo importante).

 

 

¿Recuerdan los globitos amarillos de Macri, las sonrisas, la «Revolución de la Alegría» y el «Cambio»? ¿Recuerdan los brazos alzados de Cristina, sus cadenas nacionales, sus paseos por La Matanza y los festejos? (Sí, Cristina también bailaba, sonreía y tiraba papelitos —pero celestes y blancos—).

¿Será la demagogia —también— una suerte de marketing? Habría que preguntarle a Bernard Manin, quien hace tiempo nos ilustró con su maravilloso texto Metamorfosis de la representación.

Aunque tal vez mi problema sí sea con la gente y con este mundo helado que se deja avanzar; porque avanzan contra y sobre él.

Tal vez mi problema sea con la comodidad y el relajo; con los espejitos de colores y los regalos; con el aburrimiento que genera vacíos; con los vacíos que nos habitan, que nos dejan sangrando... y pidiendo sangre.


 

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