Hay un proceso psicológico que han dado en llamar Efecto Pigmalión. Poco más o menos refiere al hecho de pro-yectar una noción previa que más tarde llega a tomar carnadura por su misma presunción. Un ejemplo no muy riguroso de esto sería imaginar que nos irá muy mal en una entrevista de trabajo; luego, por semejante ideación, haremos lo imposible para reafirmarlo comportándonos torpemente. Al final, podremos decir gustosos «¡ya lo sabía yo; me fue muy mal!». Pues bien, que —según Ovidio— Pigmalión fue un escultor que, a fuerza de obstinación, por decirlo de alguna manera, logró que una de sus estatuas cobrara vida para luego desposarla. Dirán ustedes qué me traigo yo con todo esto y por qué siempre debo ser tan plúmbeo y pertinaz con mis introducciones, pero les pido —como tantas veces— algo de paciencia.
Ocurre que me suena tan extraño eso de hablar de «democracia amenazada» que al punto recuerdo a Orwell y su Rebelión en la granja. ¿Acaso no era un cerdo el que proclamaba que «ningún animal en Inglaterra es libre» y que «es la pura verdad»? ¡Y esta analogía es de gran importancia! Hoy hemos tenido que escuchar, de la boca del Secretario de Asuntos Estratégicos de la Nación, Gustavo Beliz, que:
Se está trabajando con un estudio pionero que marca y propone un pacto para el buen uso de las redes sociales (para dejar de) intoxicar el espíritu de nuestra democracia.
¡Pero todo esto me suena tan afectado; despierta en mí una suspicacia ineludible! Observemos cuidadosamente. En su breve discurso —que hemos visto por doquier sesgado y aislado de su contexto, es cierto— ha instalado sin el menor escrúpulo que existe un «buen uso» de las redes y que se debe dejar de «intoxicar el espíritu» de la democracia (eso, sin contar que antes hablara del «bien común»). Pero yo me cuestiono… ¡¿Quién le ha dicho a este señor que es a tal grado nuestro portavoz?! ¡¿No es que hablamos, primero y sobre todo, de que es el pueblo quien ejerce la soberanía en una democracia?! (Pido por favor que contengan la socarrona risita inevitable). ¡Pues no! Que nos han clavado a una subjetividad, ¡y en plena democracia!
¡Ah, cuánto lamento yo tener que hablarles así! ¡Yo mismo fui quien les dijera que «no recibirán de mí opiniones politizadas y mucho menos políticas»! Sin embargo, debo excusarme, ya que el lado político del que me asiento en todo momento es el de la dignidad y libertad humanas (y, fundamentalmente, la libertad de consciencia). No puedo menos que inflamarme cuando siento que una mano allanadora pretende tachonar mis alturas. ¡Ocurre, damas y caballeros, que este secretario se ha pasado muy por alto el buen principio constitucional número 14! Consta y se propugna, en el mentado artículo, que:
Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos (...) de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa.
¡¿Debemos entonces someternos al contralor de un ente cualquiera antes de dictar nuestros pareceres?! ¡Lo sé, lo sé bien, mis queridos! Alguien estará pensando ahora que lo que dijera Beliz se asienta en el Pacto por la Información y la Democracia, etcétera, etcétera, ¡pero vamos! Si se comienza por sospechar de la salud de la democracia, ¿qué se sigue entonces? Y yo pregunto, ¡¿es que resulta que nuestra democracia se encuentra en tan ominoso riesgo?! Sin dudas es terrible, ¡y terriblemente peligroso!, prefigurar los enemigos.
No contento con lo anterior, nuestro hombre también utilizó un argumento falaz que es —como todas las falacias— siempre despreciable: la falacia ad verecundiam. Decía Beliz que no están trabajando «solos», sino que han «convocado a cuarenta universidades de toda la Argentina», haciéndonos creer que por el solo hecho de trabajar en conjunto con diversas instituciones (y poco importa si de prestigio) se legitima cosa alguna.
Pero mencionemos una última cosa. Si bien los medios digitales de la actualidad son un penoso flagelo en un ingente número de casos, siguen siendo por mucho la más feliz alternativa independiente para alzar nuestra voz. ¡Ocioso es destacar que un elemento cortante no es un arma si no se usa para tal fin! ¿Deberemos entonces comer con cucharilla? ¿O es acaso que tan devaluada se encuentra nuestra estima que debemos esperar a que nos den el alimento en la boca; que mastiquen y digieran por nosotros?
Ya lo decía yo, ¡y hace tan poco!: «El mal comienza con su desplazamiento: imaginarlo tan solo en lo otro». A fin de cuentas, todos somos potencialmente malvados, ¡y todos somos animales! No obstante, todavía parece ser que algunos se perciben diferentes; pues ya nos avisaba la justamente célebre granja de Orwell:
«TODOS LOS ANIMALES
SON IGUALES,
PERO ALGUNOS ANIMALES
SON MÁS IGUALES
QUE OTROS».
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