Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada
Me encuentro meditando acerca de la comida. Es evidente que ‘comida’ no es cualquier cosa, aunque ocurre con esto algo muy particular debido al ineludible sesgo moral. Por poner dos sencillos ejemplos, ya en las Escrituras se anuncia, en Romanos 14, que:
«El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido».
Y, en Mateo 15, cuando los escribas y fariseos inquirían a Jesús por dejar que los suyos comieran pan sin lavarse las manos:
«No lo que entra en la boca contamina al hombre».
Etcétera, etcétera. Ya en el comienzo de nuestra era —y mucho antes— la cuestión del comer era motivo de exhortaciones, admoniciones y alegrías. Pero intentamos, en este caso, ser un poco más minuciosos a la hora de hablar del asunto.
No podemos discutir que es un bien ser agradecidos y que debemos honrar el alimento, que debemos alegrarnos en cada comida y gozar de la ventura de probar bocado, pero no podemos olvidar lo dicho: comida no es cualquier cosa. ¿Que qué quiero decir? Pues muchas cosas pueden servir de alimento, pero tales cosas no necesariamente son un buen alimento. Esto parece una obviedad, pero vayamos despacio.
Fundamentalmente, «alimento» es lo que cualquier ser vivo come para subsistir; es un método básico y hasta rudimentario para sostener nuestra existencia. Cualquier cosa que nos deje vivos puede ser considerada como alimento. Pero la cuestión recae en el hecho de que, con el tiempo, el ser humano ha ido especializándose en la procura de su sustento y ha logrado un refinamiento maravilloso. Si tomamos en cuenta la inefable acumulación de saberes en torno a la gastronomía y la evolución de la técnica, podemos llegar a decir sin pena que hay, al día de hoy, mejores alimentos que otros; hay comidas más comidas que otras. Esto es así, y a su vez no deja de ser triste el hecho de que una enormísima cantidad de personas en nuestro mundo siquiera se alimenten con lo elemental; que siquiera les alcance para procurarse un alimento decente. Hoy, que hay tal sobreabundancia de producción; que se eliminan toneladas de alimentos no-probados (y me ha tocado verlo de primera mano cuando viviera en Cancún, donde los hoteles descartan ingentes volúmenes de alimentos día tras día...).
Pero regresemos al punto. Una persona que haya dedicado gran parte de su vida a especializarse en la gastronomía, muy bien puede tener derecho a decirnos secamente: «eso que estás comiendo no es comida». Y, por más que pueda sonar pecaminoso, debemos conceder su aserto. ¡Que nuestra persona se ha especializado; ha dedicado horas y horas al perfeccionamiento del manejo de los alimentos y tiene autoridad para pronunciarse al respecto! No hablo, perdónenme, de alguna personilla remilgada y desagradable que mire con burla el plato ajeno, porque considera —por algún extraño juicio— que ella podría granjearse algo mejor; no hablo de envidiosos y pedantes —acaso sean lo mismo— gastronómicos. Hablo de un cocinero hecho y derecho. Y todo esto porque, año tras año, era tras era, el ser humano ha ido dando con la forma más adecuada de producir el alimento y de elaborarlo. Estudiosos y trabajadores de toda índole han agregado su condimento a la receta y, gracias a ello, podemos decir en nuestros días que gozamos de una espléndida variedad de manjares. ¡Y acaso pase cosa semejante en diversos aspectos de lo humano! (Que sería lo deseable).
Es cierto, muchos diletantes, gente aficionada y que cocina por mero gusto, pueden incluso hacerlo mejor que un encumbrado chef —y hay muchos casos ejemplares—. Puede incluso que aquel pastel de nuestra madre sepa mucho mejor que el más renombrado plato de la carta más exclusiva, ¡y tal cosa es un bien! (Aunque pueda deberse también a nuestro viciado gusto).
Como sea, no deja de ser cierto que para la cocina hay ciertas reglas. Que comida, comida, no es propiamente cualquier cosa… Que acaso quien se empeña y en ello pone su corazón —pero que asimismo no ha dejado de prepararse— es capaz de elaborar el plato más delicioso del momento, ¡incluso puede que legue al porvenir un estimable descubrimiento! Pero es innegable que comida, mejor dicho: buena comida, comida de excelencia, ¡comida con mayúsculas!, no es cualquier cosa.
Pues bien, lo mismo ocurre con el arte.