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Radicales en la neblina, entre principistas y traidores

Una vez más el centenario partido enfrenta tensiones internas que amenazan con otra ruptura, o con lo que tal vez pueda ser peor: la indefinición.

19/09/2024 23:18
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La llegada de Javier Milei alteró todo lo conocido en el escenario político. Un revulsivo acorde con la profundidad de la crisis, pero también, del hartazgo social frente a la falta de soluciones. 

Por ello, el impacto de la derrota en todos los partidos (salvo los ganadores de La Libertad Avanza), es -aún- de dimensiones desconocidas. Se advierten con el tiempo en la impotencia, el desorden, el desgranamiento, los conflictos, pero también en las diferencias de criterio a la hora de tomar posiciones de coyuntura ante la agenda libertaria.

El radicalismo no ha sido una excepción. Como tampoco lo son el peronismo y sus interminables vertientes. O el mismo macrismo que, más alineado con el Presidente, muestra intentos de algún movimiento autónomo.

Pero los radicales parecen estar haciendo más ruido en su reacomodamiento, pues sus diferencias no sólo oscilan entre extremos, sino que además son públicas. Y virulentas. Se tildan de traidores y entreguistas. De cómplices del pasado o incapaces de ver la realidad.

Nacido y afianzado con una tradición de partido popular, de centro y policlasista, la Unión Cívica Radical (UCR) pudo equilibrar tanto los principios republicanos, institucionalistas y de libertades individuales, con un marcado énfasis en las demandas sociales y el progreso de los menos favorecidos. La clase media encontró en esas ideas un canal de comprensión a sus aspiraciones de superación, que otros sectores más conservadores o corporativos dejaban de lado. Y no dudó en acompañarlo en las urnas, con mayor o menor suerte, pero casi siempre con expectativas de gobierno o fortaleza parlamentaria.

La orientación socialdemócrata que Raúl Alfonsín pudo impulsar puertas adentro del radicalismo marcó a las generaciones de la recuperación democrática, y pareció ser un equilibrio perfecto de la historia partidaria en defensa de la República con la preocupación social. Y respaldo popular, casi nada.

Sin embargo, la crisis del 2001 melló mucho de lo logrado y desde ese momento la identidad, como la potencia de sus ideas, entraron en una licuadora cuyo jugo hoy no parece conformar a ninguno de los que supieron identificarse con aquel ideario que figuras como Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Ricardo Balbín, Moisés Lebensohn y tantos dirigentes más ayudaron a construir y alimentar.

 

 

El reciente análisis parlamentario del veto de Milei a la ley de movilidad jubilatoria, inicialmente un proyecto de la bancada radical que había conseguido acompañamiento mayoritario en ambas cámaras para convertirse en ley, originó un nuevo cisma partidario, que como suele suceder, puso sobre la mesa otras inconsistencias pasadas.

No sólo porque 5 diputados radicales acompañaron el veto, y por ende fueron contra sus propios votos originales y los de sus correligionarios, sino porque además se muestran dispuestos a seguir acompañando casi sin derecho de inventario las iniciativas del Poder Ejecutivo. Además, el pedido de expulsión del partido, abrió un debate virulento que involucra a sus principales figuras.

El propio Alfredo Cornejo salió a sostener la postura de los díscolos, pese a que los diputados que le responden (Lisandro Nieri y Pamela Verasay) votaron en contra del veto. Pero el gobernador entiende que estas aguas turbulentas en medio de un proceso político que recién comienza y que supone un profundo cambio de modelo económico, debe ser en lo posible acompañado más que obturado.

El mandatario parece cuestionar a quienes con posturas principistas terminan siendo funcionales al kirchnerismo, o al menos, generando escenarios para que quienes son en gran parte responsables del descalabro actual puedan tener ocasión de resistir el cambio de rumbo.

Entre ellos, Cornejo apunta al presidente partidario, Martín Lousteau, al que le recordó esta semana haber votado en contra de la Ley Bases en el Senado que todo el bloque radical acompañó menos él, y que sin embargo, nadie le pidió la expulsión partidaria.

Más duro fue Cornejo en las redes sociales, donde aseguró que "la política de mayorías populares no es para sectas, ni se hace con purgas" y le pidió a la conducción nacional que lidere y contenga antes de acusar de querer entregar el partido a Milei.

Así, dos posturas en principio irreconciliables aumentan la tensión y amenazan con que los bloques en el Congreso vuelen por el aire, y que ello, tal vez tenga efecto en todos los comités del país, las legislaturas y los concejos deliberantes.

Es probable que la sangre no llegue al río, por acción y efecto de la política, sin embargo, dos nuevas instancias muy próximas amenazan con recrear el mismo debate: la ratificación o no de un casi seguro veto a la ley de financiamiento universitario (un asunto más que sensible para el radicalismo) y luego, el Presupuesto 2025, con más ajuste, recorte de partidas para obra pública, salud y educación, además de objetivos de difícil cumplimiento como una inflación anual de 18,3 %, un crecimiento del 5% y un dólar oficial para diciembre del año próximo de 1.207 pesos.

 

 

Más que cuán cerca o lejos quieren estar de Milei, los radicales también están discutiendo cuán lejos o cerca quieren estar del kirchnerismo y todo lo que eso supone. Una pelea con antecedentes recientes, cuando con la denominada transversalidad, parte del partido se encolumnó detrás de Néstor Kirchner, Cornejo y Julio Cobos incluidos. Hoy, el desafío es evitar que un proceso similar se produzca con sentido inverso y que la salida de radicales mileístas (ya sea por convicción política o conveniencia electoral) sigan debilitando al viejo partido.

Desdibujado, sin debate doctrinario, mucho menos ideológico, las posiciones de coyuntura han dejado casi sin voz a los radicales, y tal vez peor, lejos de ser considerado como una opción de poder.

Ni tan pragmáticos que se doble, ni tan principista que se rompa, podría ser la impronta que por estos días se imponga, aunque la demorada reconfiguración radical siga esperando y nadie pueda asegurar que efectivamente sucederá.

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