Por Luis Abrego
El conflictivo cierre de listas para las elecciones presidenciales tuvo un episodio que resalta especialmente por el trasfondo que supone la nominación de Sergio Massa como precandidato del frente ahora denominado Unión por la Patria (UxP).
Bajo la figura del también ministro de Economía, el kirchnerismo y sus aliados buscaron la esquiva unanimidad y atar su suerte política (tras la sucesión de tropiezos de la gestión de Alberto Fernández) a lo que pueda hacer de ahora en más el zigzagueante funcionario.
En una pulseada entre débiles e incapaces, Massa aprovechó el desconcierto oficial para coronar el riesgo que tomó cuando se hizo cargo de su ministerio, tras la implosión que había generado –primero- la salida de Martín Guzmán y a los pocos días, de Silvina Batakis. Todo ello, en medio de una escalada inflacionaria, corridas cambiarias y la fractura expuesta de un gobierno que nunca superó las diferencias entre el presidente y su vice, Cristina Fernández.
Cuando todo hacía suponer que Massa debería conformarse con ser el administrador de la crisis para asegurarle al Frente de Todos (FdT) alguna chance competitiva, las negociaciones de las que apenas trascendieron algunos detalles como los que expresó la propia Cristina, lo colocaron en el lugar que siempre pretendió: el del candidato único, con el camino despejado, la suma del poder político y el respaldo de los principales referentes.
"No puede haber orden económico si no hay orden político", repitió Massa como un karma en las últimas semanas atribuyéndose a sí mismo la noción de orden y la capacidad de la conducción política capaz de despejar el horizonte de una gestión por momentos nublada y errante. "No nos entra un quilombo más...", imploró a los propios para lograr lo que finalmente logró.
Claro, para ello (y aquí no abundan las explicaciones) hubo que hacer desistir a quienes ya estaban lanzados en la carrera presidencial: Eduardo Wado De Pedro y Daniel Scioli. Un ministro y un embajador a los que en nombre de la unidad y la lealtad se les exigió bajar sus candidaturas para ungir a Massa, a pesar del madrinazgo y padrinazgo (respectivamente) que cada uno tenía.
Probablemente nunca se sabrá el tenor de la exigencia de Massa para que tan poderosos actores cedan a sus pretensiones. Pero sí es imaginable el efecto que en la economía y el mercado podría haberse generado con un ministro fuera de juego, o lo que es peor, enojado y ¿tal vez? renunciante.
Como suele suceder en ese universo de la verticalidad que es el peronismo, los que prometieron dar batalla e ir hasta el final, arriaron rápido sus banderas para "encolumnarse" detrás de un dirigente con el que gran parte del kirchnerismo aún tiene cuentas pendientes, aunque desde 2019 juegue en el mismo equipo. Salvo uno, Juan Grabois que finalmente irá a interna testimonial con él.
Son muchos los que recuerdan su elección bonaerense de 2013 cuando venció al kirchnerismo; o su creación en 2015 del Frente Renovador (FR) que dividió el voto peronista y permitió el triunfo de Mauricio Macri; o sus dichos sobre lo irreversible de su salida del planeta K tras haber sido allí jefe de Gabinete y hasta su amenaza de "barrer a los ñoquis de La Cámpora...". Hoy, no sólo no los barrió, sino que además será su candidato a presidente.
Más allá de su plasticidad discursiva, Massa representa para un gran sector del kirchnerismo todo aquello que fuertemente combaten. Desde sus vínculos con los Estados Unidos, su llegada a los inversores y los cónclaves del FMI, a sus posturas moderadas, aunque no del todo claras en asuntos donde la ideología exige definiciones.
En ese sentido, Massa parece ser la continuidad de Alberto, con un discurso agradable para cada interlocutor posible. Una suerte de pragmatismo exacerbado que le permite posicionarse en el centro, a la derecha o la izquierda si es necesario: todo depende de las circunstancias y de las conveniencias.
Así, el desafío de Massa será mantener a flote una economía débil y golpeada tanto por la inflación como por las restricciones externas, sino también por la profundización de muchas otras variables cometidas por su propio gobierno: desde la caída de las reservas al aumento de la pobreza.
En su doble rol de ministro y candidato, le costará prometer una esperanza que hoy no se vislumbra y sin que los pronósticos negativos se hayan atenuado. Deberá explicar, además, por qué no hace ahora aquello que prometerá en breve, y se lo responsabilizará de todo lo que en este tiempo terminó de derrumbar esperanzas.
Pero está claro, la política suele prescindir de los archivos. El problema es que los ciudadanos tengan poca memoria.