“Creo que el Estado es una organización criminal”, dijo tiempo atrás, sin tapujos, el presidente de la República Argentina, Javier Milei.
Es decir (varios ya lo han comentado), que el jefe del Estado de una República democrática, representativa y federal, considera que el ámbito que él lidera de manera legítima y con el aval del 56% de la gente que votó el pasado 26 de noviembre, es una organización que comete delito. Ergo, él es el jefe de un ente delincuente.
Semejante exabrupto puede venir sólo de alguien que “desprecie” al Estado tal y como existe ahora. Y siendo él quien lo preside, resulta preocupante.
Es que para Milei (y para mucha gente que lo votó), el Estado es sinónimo de “antro de corrupción”, donde quienes se mueven lo hacen sólo con el afán de cometer delitos de todo tipo, principalmente económicos. De ahí su desprecio y también, su afán por “aniquilarlo”.
Por eso en campaña decía que cerraría el Banco Central. Y por eso, el viernes último, en su discurso de apertura de sesiones ordinarias del Congreso, anunció (y avanzó en ese sentido) el cierre de la agencia estatal de noticias, Télam, tras 78 años de funcionamiento.
Según el mandatario, esa agencia, la más importante del país y la más utilizada por la mayoría de los medios argentinos para informarse e informar, “fue utilizada durante las últimas décadas, como agencia de propaganda kirchnerista".
El ejemplo da cuenta del concepto que Milei y la mayoría de sus votantes captaron del Estado, de la administración pública y de quienes, por décadas, lo manejaron. Por eso también decidió cerrar el Inadi y por eso avanzará de similar forma con otros organismos públicos. Y por eso también, el viernes pasado anunció el paquete de leyes “anti casta”, para terminar con muchos de los “privilegios” de la clase política.
Está clara la idea. Y hay fuerte consenso para terminar con la corrupción que tanto mal le ha hecho al país. Pero desde lo conceptual aparecen algunos problemas. El primero es que no se puede definir a un organismo por su cualidad eventual. Si el Estado es corrupto, es porque quienes lo ocupan en determinado momento, lo son. Pero la entidad “Estado”, posee conceptos teóricos forjados durante siglos, en todo el mundo.
De hecho, la Real Academia Española le da varias acepciones: “País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios”; “Forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra a la población en un territorio”; o “Conjunto de poderes y órganos de Gobierno de un país sobreaño”, entre otras.
El Estado también puede ser definido por cómo se lo gestiona. Puede ser “keynesiano”, que se presenta como salvador de las crisis y se hace cargo de todo lo relacionado con la Economía. O puede ser “necesario”, tal como lo planteó el neoliberalismo de los 90, que implicaba una reducción a la mínima expresión.
Pero pensar que por definición el Estado es corrupto, es una falacia. Entonces, preocupa que el actual líder de este Estado argentino, en vez de pensar en mejorarlo, para que realmente responda a las demandas del pueblo, se esfuerce más en hacerlo desaparecer.
El presidente se confiesa “anarco capitalista”, o sea que apoya la “honesta propiedad privada de los medios de producción” y la libertad para gestionarlos, “sin interferencia coercitiva del Estado”.
Esa es la razón por la que no lo cree necesario. Por eso se enoja cuando la clase política establecida le cuestiona aspectos que -más allá de los oportunismos- deben ser fruto de la discusión y el consenso parlamentario, aunque su llamado al “pacto de mayo” alberga cierta esperanza de consenso.
Por eso también “ningunea” a las provincias (Estados provinciales, preexistentes a la Nación, según la Constitución), desatendiendo reclamos y fondos coparticipables.
La vociferada intención de “exterminar” el Estado, por el sólo hecho de ser “corrupto” o “criminal”, preocupa por sus consecuencias, ya que es un concepto que prende en mucha gente que, muchas veces sin informarse y con lecturas lineales (sin un sesudo análisis), lo acepta sin cuestionamientos.
El Estado es cosa seria para un país. Tanto en su concepción como en su administración (a cargo de eventuales administradores) debe ser mantenido, defendido y siempre mejorado.
Puede ser más grande o más chico, sin dudas. Pero pensar en hacerlo desaparecer es pensar en hacer desaparecer a la propia República Argentina.