Mientras el Mundial de Qatar tensa los nervios argentinos en un aparente impasse de la agenda pública, la política sigue encendida, ganando tiempo en preparar la batalla electoral de 2023. Oficialismo y oposición aceleran posicionamientos para cuando la cita futbolística se defina, casi en la previa de las Fiestas, con el receso de verano a la vista, y cuando sólo reste empezar la campaña.
En el Frente de Todos (FdT) la ya explícita disputa entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner adelanta más tensión en su resolución, que paradójicamente, depende del éxito del tercer socio de esa coalición: el ministro de Economía, Sergio Massa. Ante la falta de buenos indicadores en el presente, Massa promete ahora que en marzo el índice de inflación debe rondar en el 3%, es decir una baja de más del 50% de lo que hoy exhibe. Casi una manera de estirar los plazos y vender una ilusión de estabilidad que para los analistas es de difícil cumplimiento; pero que en esta carrera por sobrevivir en la que está embarcado el Gobierno, una promesa más es sólo un salvavidas discursivo que evita el naufragio hoy, aunque no asegure la salvación mañana.
Desde un sector del devaluado albertismo insisten en que un presidente en ejercicio no puede resignar su posibilidad de aspirar a la reelección. Pero desde el cristinismo asumen ahora que este gobierno ha sido “una pérdida de tiempo”, un derroche de poder y que la única manera de enderezar este barco es con una candidatura de la propia Cristina, que por ahora no confirma, aunque todos sus pasos y sus gestos parecieran encaminados en esa dirección; o al menos a imponer otro dirigente capaz de hacer lo que Alberto no quiso, no supo o no pudo.
En Juntos por el Cambio (JxC) las peleas no son menores desde que sus chances electorales crecieron por la impericia kichnerista tanto en el manejo de la pandemia como de la situación económica. Es por ello que los candidatos florecen sin reglas claras de competencia, y con alguna ferocidad más propia de la disputa externa que con socios o miembros del mismo espacio.
Así sucede puntalmente en el Pro, donde las diferencias de estilo entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta llevaron la tensión a lugares antes inexplorados para un partido con poca historia y escasa experiencia en dirimir sus problemas, más acostumbrado a acatar la palabra final del líder y fundador, el ex presidente Mauricio Macri.
Justamente, la figura de Macri lejos de ser el árbitro de esta pelea podría complicar todo aún más si, como parecen indicar sus gestos y movimientos, decide asumir personalmente la posibilidad de intentar su regreso al poder para concretar su anhelado “segundo tiempo”. Si así fuera, la interna macrista se vería altamente fragmentada y por ende de incierto resultado, si además se considera que María Eugenia Vidal todavía no ha resignado sus chances.
Pero el macrismo no sólo debe mirar hacia dentro, sino también hacia los costados. Pues sus socios radicales pretenden ser protagonistas de lo que suponen será el nuevo esquema de poder del año próximo. Y esa señal -entienden- deben darla hoy. De hecho, la UCR tiene tres dirigentes anotados para buscar el mismo objetivo presidencial: Gerardo Morales, Facundo Manes y Alfredo Cornejo.
Más allá de la posibilidad latente de conformar fórmulas mixtas o cruzadas entre macristas y radicales, estos tienen decidido competir con un candidato propio en las PASO, aunque tampoco está del todo claro cómo se dirimirá esa interna propia y de qué manera se elegirá al postulante del partido de Alem. O si además deberá enfrentar a uno o más postulantes del Pro, o tal vez, al propio Macri. Y sin olvidar que Lilita Carrió también podría ser de la partida.
Dilemas internos aparte, Javier Millei también consolida una propuesta opositora, de extrema derecha, que los encuestadores registran como un emergente frente al descontento generalizado y como parte de un fenómeno novedoso. Aunque el libertario incluya un discurso por momento violento, desafiante de las mismas instituciones republicanas y de claro sustrato antipolítico, que aún así, puede ser la sorpresa electoral de una Argentina 2023 sin rumbo, ni claras alternativas que explican -tal vez- la obsesión de estos días por el fútbol y el escaso atractivo que propone el debate preelectoral.
Pero superados los días de zozobra qatarí, nuestra realidad volverá a llamar a la puerta, repleta de ansiosos dirigentes que pelean por el voto y de cansados ciudadanos temerosos de volver a equivocarse.