Por Luis Abrego
Sin dejar dudas, Alfredo Cornejo se convirtió en el primer gobernador capaz de obtener un segundo mandato desde el retorno de la democracia. Un triunfo contundente, por alrededor de 10 puntos de diferencia, que había parecido ponerse en dudas en algún momento cuando Omar De Marchi no sólo rompió Cambia Mendoza, sino que hasta se animó a desafiarlo con la creación de La Unión Mendocina.
Efectivamente, los mendocinos priorizaron la experiencia de gobierno de Cornejo, pero también la continuidad que supo expresar (aunque con su propia impronta) Rodolfo Suarez. Un reconocimiento explícito a un proceso político de casi ocho años, que más allá de las cifras finales, logró superar el natural desgaste que supone la gestión pública. Y mucho más, en tiempo de vacas flacas y crisis recurrentes, pandemia mediante.
Pero especialmente, los mendocinos confiaron en la narrativa que el propio Cornejo fue capaz de imponer ante una coyuntura inédita que desplazó al peronismo al tercer lugar tras la irrupción demarchista. Todo ello, además, matizado con un escenario nacional complejo, tras la desorientación kirchnerista y el fenómeno que en las PASO expresó Javier Milei.
Cornejo y Cambia Mendoza lograron abstraerse de los obstáculos de su propia interna y la posterior ruptura, pero también en las últimas semanas de la incertidumbre que domina el tablero nacional. Incluso, de la unanimidad de críticas que todos los adversarios dirigieron hacia el ex gobernador y ahora mandatario electo durante una campaña en exceso virulenta.
Pero está claro que el triunfo de Cornejo, que básicamente capitaliza el radicalismo mendocino, el sector del Pro que optó por seguir la vía orgánica y los aliados de siempre, se asentó además en muy buenas victorias en las comunas más pobladas: Capital, Guaymallén, Godoy Cruz, pero también San Martín, Junín y Tupungato, entre otras. Y ello, sin obviar el más que emblemático triunfo -por diferentes aristas- que el oficialismo logró en Las Heras, ante la defección de Daniel Orozco y la multiplicidad de escándalos ventilados allí.
Para mayor ventura, lo sucedido ayer cerró una tríada de triunfos provinciales anhelados para Juntos por el Cambio, y en especial, de la candidatura presidencial de Patricia Bullrich.
Mendoza, y Cornejo, le otorgaron a la oposición una victoria provincial más, antes de la elección presidencial, como semanas atrás había sido en Santa Fe y Chaco. Un impulso modesto, pero oxígeno al fin, para la posible construcción de un cambio de gobierno en Argentina.
Si bien el casi 30 por ciento logrado por La Unión Mendocina supone un éxito electoral, implica un enorme desafío de continuidad y homogeneidad de cara al protagonismo legislativo que esa fuerza tendrá en el futuro, así como las responsabilidades en el manejo de comunas importantes como Luján y San Carlos.
Para el peronismo, lo de ayer supone una jornada para el olvido, constituyéndose en la peor elección histórica de esa fuerza en la provincia, con el agravante de la adversidad nacional producto del desvarío que significa el gobierno de Alberto Fernández, pero también de las profundas diferencias internas que llevaron a muchos de sus dirigentes a acompañar a De Marchi. Un escenario de reconfiguración que aparece como muy complejo de cara al futuro próximo.
El Partido Verde logró una sorprendente perfomance, a casi 4 puntos del peronismo, como si no se resignara a perder ese lugar de tercera fuerza que fugazmente supo alguna vez tener. En definitiva, mayor variedad y atomización del voto opositor a lo que se sumó el previsible último lugar del Frente de Izquierda.
Si las elecciones las ganan o las pierden los oficialismos, está claro que aún diezmado por el quiebre demarchista, Cambia Mendoza se sobrepuso a las tensiones y de la mano de Cornejo mantuvo un rumbo político que el electorado de Mendoza, mayoritariamente, ratificó y acompañó con su voto. Y como se sabe, no fue la primera vez.