“En el contexto latinoamericano, tendrá un gran impacto en descorazonar futuros guerrilleros”. A pesar de la sensación de triunfo que embargó a los sectores estadounidenses y latino-caribeños del momento, la desaparición física de Ernesto Guevara no impidió que se mantuviera latente su imagen en todo el mundo hasta hoy.
Antes de ese informe, en La Higuera, un remoto caserío del sureste de Bolivia, fue donde en el mediodía del 9 de octubre de 1967, el sargento Mario Terán le dio el tiro de gracia a Ernesto Guevara, luego de hacerlo prisionero un día antes en la Quebrada del Yuro.
La noche anterior, en una reunión que el presidente boliviano René Barrientos mantuvo con el general Ovando, otros altos jefes militares y hasta el jefe de la CIA en Bolivia, John Tilton, se decidió la ejecución de Guevara, aun cuando en ese país no estaba instaurada la pena de muerte. Mantenerlo detenido y enjuiciarlo hubiese significado meses de protestas, manifestaciones, pedidos de libertad y arriesgarse al surgimiento de otros grupos guerrilleros.
La orden en clave emitida para los militares en La Higuera fue: “Saluden a papá”. La recibió el coronel Miguel Ayoroa Montano; éste se la transmitió al teniente Pérez Panoso. Le correspondía aplicarla al suboficial Mario Terán Ortuño.
“¡Póngase sereno y apunte bien! Va usted a matar a un hombre”, dijo Ernesto Guevara aquel 9 de octubre, al sargento de los rangers bolivianos.
La primera vez que entró en la habitación para cumplir las órdenes, Mario Terán se retiró turbado tras encontrarse con la mirada del Che. Después de oír las burlas de sus colegas y de darse coraje con una botella de alcohol, volvió a entrar y ultimó con ráfagas de metralleta al médico argentino que soñaba con la liberación.
Terán afirmó que le disparó dos ráfagas. Con la primera le arrasó las piernas, lo vio caer sangrando abundantemente y le volvió a disparar. Un balazo le pegó en un hombro, otro en un brazo y un tercero en el corazón. Ya estaba muerto.
Muerto y con los ojos abiertos anunciando que comenzaba la leyenda del Che.
Contó Terán que: “Ese fue el peor momento de mi vida. Lo vi al “Che” grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente”.
Mario Terán, murió el 10 de marzo de este año, en Santa Cruz de La Sierra, a los 80 años.
A los 39 años Ernesto Guevara encontró la muerte. Fue médico de profesión, curioso por naturaleza, de ideología marxista y preocupado por las problemáticas sociales.
Había nacido el 14 de junio de 1928 en Rosario, hijo de Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna.
Luego de graduarse recorrió Latinoamérica. En Guatemala conoció a la economista y exiliada peruana Hilda Gadea y trabó amistad con un grupo de cubanos, entre ellos Ñico López, que lo bautizó “Che”.
En 1954, luego del derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz, Guevara partió a México. Al año siguiente conoció a Fidel Castro y decidió sumarse a su lucha contra Fulgencio Batista.
Con Castro a la cabeza, el grupo de 82 guerrilleros partió hacia Cuba sobre el legendario “Granma” el 25 de noviembre de 1956. Desembarcaron el 2 de diciembre.
Prácticamente un año le llevó a los rebeldes tomar el poder en la isla. Una de las batallas clave fue la toma de Santa Clara por parte del grupo guerrillero liderado por el propio Che, entre el 29 y 31 de diciembre de 1958. El 1 de enero del año siguiente, Batista abandonó Cuba y triunfó la revolución.
Allí comenzaba el mito Ernesto Guevara, que pasó a la historia como el Che.
Él decía: “Podrán morir las personas, pero jamás sus ideas”, y en este caso tampoco su imagen, que se convirtió en un ícono universal, considerado por la BBC News como la imagen más reproducida, reciclada y explotada en dos siglos, presente en remeras, gorras, posters, tatuajes.
Jim Fitzpatrick, artista irlandés, es el autor de la famosa imagen, una impresión en serigrafía en colores rojo y negro, donde el Che Guevara aparece con la reconocida boina de soldado con una estrella al centro, que está basada en una fotografía tomada por Alberto Korda el 5 de marzo de 1960, durante un funeral para honrar a 80 cubanos muertos en la explosión de un carguero francés.
Pasaron 55 años de su muerte y esa imagen sigue viva, haciendo realidad una vez más lo pronosticado por el poeta Nicolás Guillén, quien escribió frente a la certeza de la muerte del Che en tierras bolivianas: “Estás en todas partes, vivo, como no te querían”.