Mejorar la vida, es lo que todos queremos. Vivir más felizmente, o quizá menos infelizmente. Y la política, para eso está. Contra el ingenuo descreimiento según el cual nada hay peor que lo político, vale mostrar que sin Estado sería la guerra de todos contra todos, o la dictadura implacable del mercado, donde triunfa siempre el que más tiene. Vivir mejor es lo que queremos, y en nombre de ello funciona la política. Por eso hay la enorme “toma de Lima”, por los pobres y los cholos en el Perú, donde una represión brutal se ha cobrado ya 53 muertos. Por eso la huelga en Francia, contra la reforma jubilatoria que quiere quitar años de merecido descanso. Por eso las manifestaciones masivas contra el gobierno ultraderechista de Israel, el cual pretende atropellar todas las limitaciones a su poder. Por eso la reserva de los alemanes, que se han cansado de enviar armas y apoyos a un Zelenski que obra como limosnero permanente y nunca satisfecho. Por eso en Argentina la posibilidad de juicio a la Corte, cuando en estos días se archiva insólitamente la causa sobre los chats del ladero de Rosatti. Vivir mejor. Eso es lo que no siempre logramos. Tampoco en niveles cotidianos en que puede intervenir la política, pero son más propios de la vida civil.
En la presente semana, asistimos a algunos hechos preocupantes que pasaron casi desapercibidos. Una niña de 12 años se mató jugando al “blockout challenge”, una especie de absurdo desafío que se plantea en una red social, y que lleva a aguantarse sin respirar hasta desmayarse. Claro, en algunos casos se aguanta hasta morir, sin saberlo. El mismo día moría otro joven en Río Negro por igual razón, y otro quedaba en estado grave. ¿Cómo es posible que el negocio de las redes sociales juegue con la vida de las personas? Ya vemos: es posible. Los padres no pueden controlar todo lo que sus hijos consultan en las pantallas, aunque deben vigilar todo lo posible en diálogo con ellos. Y, por supuesto, hay padres que no tienen tiempo o posibilidad de hacerlo, y otros a quienes lamentablemente no les importa. Lo cierto es que el Estado debe intervenir. Contra este mal llamado “juego”, y contra otros parecidos. Es verdad que las empresas de las redes son internacionales, y que el Estado tiene sólo jurisdicción nacional. Pero las redes están actuando aquí, en Argentina, y el Estado no puede seguir permitiendo estos excesos brutales y mortuorios, que no son sólo de este “desafío”, sino de varios otros que están en la oferta de “entretenimientos”. Mientras, no hay modo de sustraerse a la catarata interminable, repetitiva y tediosa de horas de televisión sobre el asesinato de Báez Sosa. No debiera hacerse un “show” del sufrimiento enorme de la familia, de los padres y amigos, sometidos todos a una invasión mediática que parece no tener final ni límites. Estamos hartos de las indignaciones reales o fingidas de voceros televisivos -no siempre irreprochables-, de la presentación de los culpables como monstruos. Ojalá que se los castigue con justicia acorde a sus responsabilidades en lo que ha sido un crimen execrable. Pero la constante exhibición televisiva de sus actos, hace que en vez de un asesinato alevoso, parece que hubieran cometido mil: los hace más visibles que Al Capone en su capacidad de matar. Por supuesto, todos sufrimos también las pretensiones de la defensa, hablando de una “riña” que, si existió, fue dentro del local, y afuera ya había terminado hace rato. O diciendo que no querían matar, cuando es evidente que no se cuidaron de no matar. Si se va a golpear salvajemente y sin límites está claro que se puede matar, aunque la idea de hacerlo no haya sido explícita. En fin: ojalá termine el juicio, haya penas acordes a las responsabilidades en cada caso, y la televisión encuentre otras temáticas, pues hay quien sospecha que tanto ruido oculta otros asuntos de importancia, o pretende lavar la deteriorada imagen del poder judicial. Llama la atención, por ejemplo, el escaso seguimiento al juicio por el asesinato del niño Dupuy, perpetrado por una pareja de mujeres en La Pampa: una de ellas, era su progenitora.
Quizá hoy no forme parte de lo “políticamente correcto” referir a este crimen aberrante, especialmente silenciado por cierta prensa progresista. El niño fue matado “de a poco”, con torturas y variadas vejaciones previas. Es importante saber que, como figura en el epígrafe de alguna famosa novela latinoamericana, “en todas partes puede anidar la corrupción”. Y, por ello, que debemos reconocer cuando aparece, para alertarnos de que, en lo posible, ello no vuelva a suceder.-