Desde aquel 18 de diciembre hasta este 18 de enero ha transcurrido mucho más que – apenas – una sucesión de días. Perdura con una alta intensidad una vara emocional que solamente puede situarse en un paralelismo cercano a la del 22 de junio en 1986, cuando Diego Maradona ingresó definitivamente al olimpo de los dioses futbolísticos tras su épica performance frente a los ingleses en el estadio Azteca. Y esas pulsiones vitales, que nunca han mermado su potencia, hoy en día vuelven a impregnar todo espacio de argentinidad que vibra a escala planetaria luego de la consagración reciente en el Lusail Stadium. La victoria en Qatar fue no solamente un desahogo, sino también una coronación imprescindible para que la extraordinaria carrera de Lionel Messi tuviese, al fin, ese escalón más alto del podio reservado para quienes se han convertido en referenciales dentro del espacio donde orbitan las estrellas de luminosidad extrema.
La sucesión de imágenes remite a Leo alzando la Copa del Mundo, pero también le da un espacio preponderante a la caminata previa de Gonzalo Montiel, que tanta incertidumbre despertó, antes de su lanzamiento con destino exitoso en la ejecución decisiva de aquella tanda de penales frente a los franceses. Y queda, también ubicada entre los tres hechos más resaltables de la gran final, la acción que pudo haber cambiado el destino de la epopeya en suelo qatarí. Ni más ni menos que la excepcional respuesta que tuvo Emiliano Martínez en el instante exacto en que el atacante Randal Kolo Muani disparó hacia el arco con un alto porcentaje de probabilidad exitosa.
Era el minuto 123 de juego, con el adicionado del suplementario, inclusive, hasta que en ese segundo y medio, en el cual el delantero quedó con tanto tiempo como distancia para medir hacia donde iba a dirigirse su remate, hubo una reacción en cadena conteniendo la respiración y sean las preferencias que fueren. Bien valdría parafrasear el título de una película – “Los gritos del silencio” – para expresar lo más fidedignamente posible aquel repentino estado de estupor. Quienes cerraron los ojos supieron de inmediato cual había sido el desenlace, conforme la orientación del júbilo o la desazón por parte de los miles de fans que poblaban cada sector del majestuoso recinto – ocupado por 89 mil personas según el informe oficial -.
No en vano, la propia FIFA le concedió el premio “Golden Glove” al arquero argentino luego de haberlo considerado el mejor en su puesto durante el reciente Mundial. La técnica de “Dibu” fue tan propia de un guardameta de balonmano, expandiendo simultáneamente las piernas y los brazos, como la de un gimnasta o un bailarín clásico. Esa imagen tiende a reproducirse en indumentaria, merchandising, murales y hasta tatuajes. Fue, sencillamente, un revulsivo de esos que marcan un tajo en la historia.
Larga vida a la evocación de esa atajada en modo premium, que ya se convirtió en una de las más emblemáticas no solo en la historia del fútbol argentino, sino también en la de los mundiales y sin discusión alguna.
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