Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
Claro que hubo partidos aislados -o no tanto- para el recuerdo, como el 0-3 a Brasil en 1964 por la Copa de las Naciones, con los dos goles de un muy joven Roberto Telch en el estadio Pacaembú (cuando Pelé lesionó al “chino” Messiano), o las finales de los mundiales de 1978 y 1986, o los partidos de cuartos de final y semifinales del torneo de México ante Inglaterra y Bélgica, pero la actual sensación de superioridad es notable y alcanza uno de los picos máximos.
Más de un lector podrá argumentar que desde la final del Mundial, hace casi diez meses, la selección argentina no enfrentó aún a grandes rivales ni en amistosos ni en los tres partidos (todos ganados merecidamente) ante Ecuador, Bolivia (en la altura de La Paz) y Paraguay. Eso es cierto y es lo que, de alguna manera, deja planteado un signo de interrogación para cuando deba jugar por compromisos mayores.
En cambio, sí hay un consenso en cuanto a que este equipo albiceleste, sin dudas, ofrece más garantías todavía que el que fue recientemente campeón del mundo, por una cuestión de confianza en el sistema, en los compañeros y en el rendimiento individual, con jugadores que se fueron consolidando a partir de los logros y de un ritmo que fue creciendo con el aceitamiento de los mecanismos asociativos (las pequeñas sociedades, que suele llamar César Luis Menotti, actual director general de Selecciones Nacionales de la AFA).
Si hubiera que definir con un adjetivo a esta selección argentina, habría que decir que es insoportable para la mayoría de los rivales. Cuenta con una ventaja que pocas veces ha tenido: una inmensa mayoría de jugadores de buen pie, algo que hay que relacionarlo con la muy buena visión del cuerpo técnico a la hora de las convocatorias. Esta virtud permite administrar la pelota y moverla de un lado al otro a donde mejor convenga sin temor a grandes equivocaciones.
Tanto Enzo Fernández, como Alexis Mac Allister como Rodrigo De Paul, pueden alternar en distintas funciones, pero todos garantizan lo mismo: la pelota será bien tratada y se le dará siempre buena dirección, pero eso no significa que triangulen para los costados, sino que siempre hay, por algún lado, alguien que se proyecta, que busca los huecos, que trata de llegar al arco rival por una innumerable cantidad de vías.
Cuando la dinámica genera que aparezcan muchas alternativas, ya sea por los extremos, por el medio, por remates de media distancia, por buscar a los definidores, para el rival es muchísimo más difícil, pero ante Argentina se les suma otra complicación: la presión es asfixiante y cada vez más lejos del arco de Emiliano Martínez, que además, si alguno pasa el vallado, es excelente para resolver en el uno contra uno, tal como lo viene demostrando desde hace años en la Premier League inglesa y en los últimos tiempos, con la albiceleste (por ejemplo, el pasado jueves a la noche en el Monumental frente a Ramón Sosa, en la única oportunidad neta que tuvo Paraguay).
Es decir que, para aquellos que podrían tratarnos de líricos irremediables, la selección argentina no recibió hasta ahora ningún gol en los tres partidos de clasificación mundialista para 2026 y su defensa se mostró firme, en especial, con el destaque de Cristian “Cuti” Romero. El zaguero central del Tottenham Hotspur es hoy uno de los mejores cinco del mundo e su posición y se transformó en gran figura, lo que no obsta para que su compañero de línea, el veterano Nicolás Otamendi, haya abierto el marcador (que luego fue definitivo) ante Paraguay con una volea tras un córner de Rodrigo De Paul desde la izquierda. Tampoco desentonan en absoluto los dos laterales, Nahuel Molina y Nicolás Tagliafico, consolidados en el fútbol europeo.
Jugar contra la selección argentina, hoy, implica perder la pelota, o arriesgarla muy pronto, apenas traspasando la mitad de la cancha, debido a la presión, y luego, tener que soportar que no menos de cinco jugadores, con mucha dinámica y a velocidad, administren el juego y lleguen con frecuencia a posición de gol.
Y por si esto fuera poco, el equipo de Lionel Scaloni ha conseguido ir mejorando el sistema cuando por muchos pasajes de los partidos no contó nada menos que con Lionel Messi, uno de los mejores de todos los tiempos y la gran figura del pasado Mundial, y otras veces sin Ángel Di María, otra de sus grandes estrellas.
Esta es, además, una buena señal para el futuro. Tanto Messi como Di María se encuentran, evidentemente, en el final de sus carreras, y es lógico que Scaloni piense en un futuro recambio, para lo cual debe ir pensando en fortalecerse desde lo colectivo y no sólo desde lo individual.
¿Qué le falta a esta selección? Desde ya que siempre hay un enorme margen para la mejora. Seguramente, cuando tome ritmo, Giovani Lo Celso podría reencontrarse con quien fue antes de la grave lesión que lo marginó del Mundial pasado, y en ese caso podría constituirse en una competencia importante con los titulares. Acaso también fuera necesario, para ciertos partidos, un “cinco” más clásico. El único que se acerca a esta función es Guido Rodríguez porque, como ya se escribió varias veces en esta columna, Leandro Paredes es, en verdad, un diez retrasado, que no es lo mismo.
También debe mejorar en la definición. En el último partido ante Paraguay, en Buenos Aires, la distancia con el rival fue muy grande pero no se notó tanto en el marcador. Al no jugar Messi, Scaloni optó por una fórmula interesante, la de Julián Álvarez por detrás de Lautaro Martínez, quien, si bien atraviesa un gran momento goleador con el Inter de Milán, no puede concretar las situaciones con la albiceleste desde el Mundial de Qatar, pero son rachas que delanteros de su calibre ya van a romper.
Otra situación parecida a la de Lautaro Martínez es la de Nicolás González, uno de los jugadores preferidos de Scaloni que se perdió el Mundial a último momento por lesión pero que luchó y rindió en la Fiorentina para volver a ser convocado y fue titular reemplazando a Di María. Se perdió varios goles, algunos cantados, pero redondeó un buen partido. Una pena que Lucas Ocampos haya ingresado tan cerca del pitido final porque casi no tuvo tiempo de mostrarse, cuando aparece como otro extremo para tener en cuenta, y aún quedan Alejandro Garnacho, del Manchester United y otra figura emergente a la que habrá que prestarle mucha atención, que es Nico Paz, del Real Madrid Castilla (el segundo equipo del Real Madrid, que dirige Raúl González) y que se desempeña como extremo derecho.
Lo cierto es que venciendo y convenciendo (que es lo más importante), la selección argentina lidera el grupo sudamericano de clasificación al Mundial 2026 con la totalidad de los nueve puntos en disputa y, lo que es más importante, es que Ecuador, hoy el séptimo de la tabla y la selección que entraría a un repechaje, se encuentra ya a seis puntos (dos partidos completos) de distancia cuando esto acaba de comenzar.
El gran desafío es seguir jugando igual, para adelante y con la misma solidaridad y técnica en Lima o donde toque y ante el rival que sea. Pero salvo el período 1978-1980 con Menotti (luego llegó un prolongado bajón en el juego, que derivó en un discreto Mundial 1982), no se recuerda un momento de tanto esplendor y de la transmisión de una idea de tanto poderío, en lo colectivo y en lo individual. ¿Se podrá conseguir que se prolongue hasta 2026?
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