Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
Todo se sucede vertiginosamente y no sería de extrañar que en pocas semanas, el PSG se lleve, casi de taquito y sin jugar bien la mayoría de los partidos, otro título de liga de su país, pero que no alcanzará a maquillar, ni siquiera por lo mínimo, la frustración de no poder levantar nunca la Copa de Europa, para lo que invirtió una fortuna y cuenta con un tridente de envidia, con Neymar (que se pierde lo que queda de la temporada por su enésima lesión por la que lo acaban de operar), Messi y Mbappé, sumados al arquero Gianluigi Donnarumma y al volante Marco Verrati (campeones de Europa con Italia), dos zagueros centrales como el brasileño Marquinhos y el español Sergio Ramos, un lateral derecho como el marroquí Hakimi Achraf y dos mediocampistas como Carlos Soler y Fabián Ruiz.
La gran pregunta que se formula el ambiente del fútbol es por qué, con tanta inversión -al punto de que pocos entienden cómo desde la UEFA no hay mayores cuestionamientos por la política de límites de gastos por el llamado Fair Play Económico-, al PSG le cuesta tanto ganar un título europeo mientras otros clubes se repiten en el podio (en especial, el Real Madrid, aunque también el Liverpool, el Bayern Munich o el Chelsea).
Para responder a esta pregunta, antes habría que formular otras, como cuánta tradición copera tiene el PSG, o cuánto de fuerte es la liga en la que se desenvuelve el equipo, lo cual derivaría en otra inquietud: cuánto roce internacional o de equipos fuertes tiene un club que participa en una liga poco competitiva (al punto de que sólo una vez, desde que se disputa la Champions League -antes, con el nombre de Copa de Campeones de Europa-, un conjunto francés pudo levantar el trofeo, el Olympique de Marsella en 1993, hace ya treinta años).
Por lo general, los equipos que llegan lejos en las más grandes competiciones europeas tienen una larga tradición, algo así como un gen competitivo que se va gestando en la medida que se va generando la experiencia en la élite. No es que Real Madrid o Bayern Munich no tengan estrellas, pero éstas suelen ser elegidas en función de un proyecto. Para no ir más lejos, aunque los focos se detuvieron días pasados en Munich en lo que perdía el PSG al quedar eliminado con todas sus figuras, resulta que en el Bayern, en ese partido, ingresaron en el segundo tiempo, y desde el banco de suplentes, nada menos que Leroy Sané, Sadio Mané, Serge Gnabry y Joao Cancelo, cuatro figuras de primerísimo nivel. Y lo mismo podría decirse del banco de los “Merengues”, con Marco Asencio, Rodrygo, Nacho, Edouard Camavinga o Dani Ceballos.
No se trata, por tanto, de tener estrellas, porque a esos niveles, las tienen casi todos (basta ver lo que se gastó el Chelsea con su nuevo dueño, Todd Boehly, en la contratación de figuras en el pasado verano europeo, desde Enzo Fernández, el ucraniano Mijailo Mudryk o (aunque sea a préstamo), el portugués del Atlético Madrid, Joao Félix (y los ingleses siguen en la Champions luego de dar vuelta la serie ante el Borussia Dortmund).
Tampoco le sucede sólo al PSG, porque el Manchester City, que también recibió en estos años inversiones millonarias, tampoco pudo levantar nunca la “Orejona” de la Champions pese a tener una continuidad en el trabajo del entrenador Josep Guardiola, que tiene un estilo definido (que puede gustar o no, pero esa es ya harina de otro costal).
¿Qué es lo que tienen en común, en todo caso, el PSG y el Manchester City? Más que todo, se trata de dos clubes con bastante pasado (mucho más, los ingleses) pero que en la última década han recibido una inyección ilimitada de dinero desde la administración de jeques ligados a países que se dan el lujo de comprarlos y manejarlos a través de fondos ligados a Estados (Qatar en el caso del PSG, Emiratos Árabes Unidos, en el caso del Manchester City, que además es la cabeza principal del Grupo City, con equipos en todos los continentes).
Uno de los inconvenientes que tienen estos equipos, que son ricos desde el punto de vista económico, es la urgencia por ganar. Hay una idea de sus inversores de que hay que apostar todo para obtener ya los beneficios y es tanto lo que se invierte en jugadores, que aparece una teórica zona de confort en la que los protagonistas se establecen con la idea de que si el club nunca ganó hasta ahora, recibirá críticas duras, pero el magnate volverá a invertir otra vez en la temporada siguiente en busca del título ansiosamente buscado.
Si el Chelsea (también recibió una millonada desde el multimillonario ruso Román Abramovich desde 2003) pudo ganar ya dos Champions (2012 y 2021) acaso fue cuando llegó a estar varios años en la cima, se estableció como marca dentro de la élite, mordió el polvo de la derrota varias veces, mantuvo una base y un mismo entrenador, y cierto clima de familiaridad. Al cabo, no había un Estado atrás, aunque el dueño tuviera buenos vínculos con su país de origen.
Lo que le sucedió al PSG ante el Bayern Munich, cuando quedó eliminado prontamente de la Champions, en los octavos de final, fue simplemente que se encontró con un gigante enfrente, un equipo con enorme tradición, que sabe jugar finales desde siempre, que tiene un presupuesto (alto, sin dudas) y se ciñe a él, que tiene un estilo propio (por eso mismo, hasta River Plate fue a buscar a Martín Demichelis, que trabajaba como entrenador del segundo equipo bávaro) y que tiene un largo proyecto, en el que muchos jugadores llevan varias temporadas juntos.
Si lo del Bayern es metódico, lo del PSG parece espasmódico, pero ni siquiera es nuevo. A los parisinos ya les ocurrió de quedar eliminados ante el Barcelona en el Camp Nou tras ganar en la ida 4-0 en París, cayendo por un espectacular 6-1. En otra oportunidad, perdieron como locales ante un Manchester United en crisis tras haber ganado la ida en Old Trafford. El Real Madrid les levantó un partido imposible en 2022 en el Santiago Bernabeu, cuando en la ida ganaron los franceses 1-0 y en la vuelta también se imponían y los blancos tenían que marcar tres goles. ¿Casualidad que en todos los casos le remontaran y que siempre haya sido ante equipos de tradición?
Los medios franceses (nos tocó leer algunos al día siguiente de la gala de la FIFA de París, en la que el argentino fue coronado como “The Best” luego de levantar la Copa del Mundo en Qatar, y ni una palabra en todo un diario) suelen caerle duro a Lionel Messi, tal vez por la expectativa que éste generó cuando llegó casi de manera imprevista al PSG por la intempestiva salida del Barcelona. No hay casi críticas a Mbappe por tratarse de una especie de símbolo nacional (máxime después de que el presidente Emmanuel Macron le pidiera expresamente que no se fuera al Real Madrid en el verano pasado, torciendo su voluntad), y acaso por eso el genio rosarino no suele saludar a los hinchas cuando acaban los partidos.
Sin embargo, ni Messi ni Mbappe son responsables directos. El PSG ya perdía partidos como el del Bayern del miércoles pasado cuando los protagonistas eran otros, ya sea Ángel Di María, Edinson Cavani, Zlatan Ibrahimovic o Thiago Silva. No es una cuestión de nombres, y tampoco específicamente de entrenadores.
Cuando este periodista tuvo la oportunidad de entrevistar a Mauricio Pochettino en Barcelona a poco de haber salido de su cargo de entrenador del PSG (nunca más volvió a hablar), el argentino argumentó que no había tenido la posibilidad de realizar una buena pretemporada porque la mayoría de sus jugadores venía de disputar la Eurocopa o la Copa América a mediados de 2021 y se tomaron largas vacaciones. Un argumento comprensible, aunque no suficiente.
Cristophe Galtier, su sucesor, dijo que ante el Bayern le faltaron jugadores fundamentales como Hakimi, Neymar, Kimpembe y no bien comenzó el partido se fue lesionado Marquinhos. Todo muy entendible, pero lo que le sucede al PSG no es de este año ni del pasado. Tuvo entrenadores de los más diversos como Unai Emery, Thomas Tuchel, Pochettino, y pese a que se trata de líneas completamente distintas, filosofías de fútbol muy diferentes,todos terminaron más o menos igual: ganaron una liga poco competitiva, con cierta distancia de los rivales, y no pudieron en la Champions, postergados siempre por clubes con mucha mayor tradición.
Tal vez sea hora de que la dirigencia del PSG comience a entender que para llegar a una élite europea se necesita tiempo, proyectos, salirse de la zona de confort, armar un plantel en base a una idea, y hasta, por qué no, buscar que la liga nacional donde juega el equipo sea más competitiva, algo que no sólo está en sus manos sino en las de una Federación Francesa (FFF) que acaba de echar a su presidente, Noël le Gräet, al comprobarse su participación en un caso de acoso sexual.
Mientras no se revise la historia para corregirla y se crea que los proyectos no valen y que todo se soluciona a golpe de chequera, o viajando a buscar más fondos, y probablemente el PSG siga tropezando con la misma piedra, con un DT o con otro, con unos súper cracks o con otros, y aún queda la cereza del postre: se supo que la familia norteamericana Glazer decidió poner en venta al Manchester United, por lo que todavía puede ocurrir que, cansado de perder oportunidades de títulos en Europa, el fondo qatarí vaya ahora por el club inglés y comience a colocar en la pila de abajo al parisino.
__________________________________________________________________________________________________________________________________________
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.