“Prendido a tu botella vacía, esa que antes siempre tuvo gusto a nada. Apretando los dedos, agarrándome, dándole mi vida a ese para-avalanchas. Cuando era niño y conocí el estadio Azteca me quedé duro, me aplastó ver al gigante. De grande me volvió a pasar lo mismo pero ya estaba duro mucho antes”, conmueve Andrés Calamaro.
¿Qué decir, entonces, aquellos que como este escriba, pudieron ser testigos de aquellas jornadas calurosas de México DF de 1986, cuando apenas podíamos comenzar a intuir la gloria que se terminaba de abrazar a partir de momentos mágicos, irrepetibles, difíciles de transferir con las palabras justas?
Habrá que acostumbrarse a la ausencia física de Diego Armando Maradona, porque como sostuvo de manera brillante la intelectual argentina Beatriz Sarlo, más que un funeral, lo del pasado jueves tuvo otro tipo de fastos porque en verdad se trató de una ascensión al Olimpo.
Hablar de Maradona en pasado será una tarea de difícil adaptación, especialmente cuando dio tanto a los amantes del deporte más hermoso del mundo, y queda claro cuando se pueden observar los distintos actos en todo el planeta, desde los All Blacks colocando una camiseta negra con su nombre y el número diez en el césped antes de su tradicional “Haka” ante Los Pumas, o el conmovedor minuto de silencio en la Premier League inglesa, o los ojos llorosos de su ex compañero Diego Simeone, y sus aplausos fuertes y solitarios en el homenaje del Atlético Madrid antes de su partido contra el Valencia en Mestalla por la Liga Española.
Cuando se trata de fútbol, como cualquier manifestación de la vida, es imposible vaticinar que nunca aparecerá algún genio que acapare la atención y el mejor ejemplo lo tenemos en casa con Lionel Messi, pero Maradona es otra cosa que no está relacionada con la cantidad de goles, o el número de Balones de Oro o de títulos conseguidos durante su carrera, que de hecho, incluyó dos largas suspensiones de quince meses cada una y una larguísima cadena de polémicas con personajes de los distintos poderes.
Paradójicamente, Maradona dejó de jugar un año después de que llegara el internet a la Argentina y sin embargo, no hay jugador más global que él, que generaba atracción en niños, ancianos, gente de cualquier edad con su sola presencia, y era capaz de parar cualquier entrenamiento hasta de los equipos top, todos sintiéndose chiquitos ante su aparición.
No parece casualidad, tampoco, que el último partido de Maradona en la selección argentina haya sido en 1994, cuando un año más tarde se sancionó la llamada “Ley Bosman”, a partir del caso de un jugador belga en conflicto con su club para que le permitieran jugar como europeo por la cuestión del libre tránsito en el espacio Shengen para todos los ciudadanos de la Unión (UE), lo que abrió las puertas a los extranjeros que consiguieran un pasaporte del Viejo Continente, lo que dio origen a la salida masiva de jugadores argentinos, movidos por el lógico crecimiento de los intermediarios.
Así es que apareció una nueva generación de futbolistas de la selección argentina cada vez más europeizada, y por ende, en sus intereses y su juego, más alejada de los hinchas argentinos hasta llegar a la exasperación en los últimos años, cuando muchos cerraban la cortina de sus ventanas en los micros para no tener que saludar a los hinchas que se acercaban desde todos los puntos posibles para verlos, aunque sea, por unos segundos.
Si estos jugadores calculan la conveniencia de cada entrevista, consultan con sus agentes lo que pueden o no decir, Maradona fue todo lo contrario: espontaneidad hasta el riesgo de terminar en polémicas de fondo, incorrección política para declarar, y amor por la camiseta hasta jugar con una rodilla que parecía una pelota, los tobillos a la miseria, una uña encarnada durante todo un Mundial o escapándose desde su club para estar presente aunque luego sufriera sanciones por su “inconducta”.
Maradona encabezó una generación de futbolistas que con el paso del tiempo están más identificados con la selección argentina que con sus clubes, como Sergio Goycochea, Oscar Ruggeri, Jorge Burruchaga o Gabriel Batistuta. Algo así como que el amor era más fuerte que el interés económico, en el mismo tiempo en el que pese a su carácter mafioso (bien señalado por Maradona todas las veces que pudo), la FIFA todavía instaba a que los equipos nacionales equilibraran el creciente poderío económico de los principales clubes del centro del mundo futbolero, una batalla que hoy se va perdiendo.
Si hubo algo coherente en Maradona, en su carrera futbolística, sin dudas fue su postura contra la FIFA, su caretaje, sus lujos, esos manejos que nunca admitieron un juez imparcial, desde afuera de ella, porque siempre supo que lo suyo era la imposición desde el carácter mismo del fútbol, su fuerza como uno de los fenómenos más importantes desde lo social en el siglo XX. Y sin embargo, un muchacho de un talento descomunal con una pelota en los pies, consigue una globalización que ya quisiera un dirigente de estos de trajes caros de Zurich poder conseguir alguna vez.
Decir “Argentina”, infinidad de veces es decir “Maradona”, con o sin su presencia física. Transgresor, irónico, ocurrente, melancólico, genuino, polémico, Maradona pasó el miércoles a ser definitivamente ícono de la cultura popular nacional, pero al mismo tiempo, un símbolo de la rebeldía contra cualquier poder y por eso, es bandera en todo el mundo, para generaciones enteras, que por suerte tienen la chance de ver sus maravillas con la pelota en las redes sociales, en la TV.
Y cuando algún equipo argentino reciba indicaciones para cualquier planteo conservador, o se acerque un torneo importante, algún partido decisivo, siempre deberá tener en cuenta que para recuperar la grandeza, estará esparcida por algún lugar cercano, la inspiradora idea maradoniana de la gambeta, la rabona, el pecho inflado, la lengua afuera, que tratarán de recordar que al fútbol se juega, se disfruta, no se lo trabaja ni se lo sufre, que al público hay que respetarlo y darle espectáculo, y que el amor por la Selección, o por el club, no se negocia. Que Maradona no fue casualidad, sino la consecuencia de los Moreno, Méndez, Pontoni, Rojitas, Bochini. Y que la pelota, no se mancha.
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