El Real Madrid se llevó ayer, en Cataluña, una gran victoria por 3-1 en el Clásico español, al aprovecharse del momento de enorme confusión que vive el Barcelona desde hace varios meses aunque en realidad, lo que ocurre en el césped es sólo un correlato de lo que acontece fuera de él, con varios jugadores de peso enfrentados a la comisión directiva, que a su vez puede caer en unos días si prospera una moción de censura.
Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
No es que el Real Madrid esté jugando bien tampoco, sino que simplemente, en comparación con su gran rival de la liga española, al menos tiene cierto orden mínimo y un criterio para moverse en el terreno de juego, consciente de sus limitaciones, especialmente desde que hace dos temporadas perdiera nada menos que a Cristiano Ronaldo.
Desde ese instante, apareció un Real Madrid más utilitario. Su entrenador, Zinedine Zidane (invicto en el Camp Nou en los seis clásicos que dirigió hasta ahora), entendió bien que pese a haber sido un finísimo jugador en el pasado, eran tiempos para un esquema un poco más conservador, y liberar en el ataque a Karim Benzema, que antes había trabajado para Cristiano Ronaldo y eso lo limitaba en sus movimientos, más allá incluso de que en el partido del sábado no lució como en la temporada pasada.
Pero al menos, el Real Madrid es un equipo sólido atrás, con un Sergio Ramos (al cabo, la figura del partido) imperial en el fondo, bien acompañado por Raphael Varane, y con un esquema que agrupó a varios volantes con despliegue, desde el uruguayo Federico Valverde (autor del primer gol), hasta el brasileño Casemiro, y hasta con un talentoso como Marco Asencio sumándose cual obrero cualificado, para dejar arriba, solos, a un veloz Vinicius Junior y al citado Benzema, apoyados en la precisión de Toni Kroos, un diez atrasado.
No es demasiado y de hecho, es bastante poco para lo que fue el Real Madrid en un pasado reciente, y es así como viene de perder en su debut en la Liga de Campeones de Europa como local ante los ucranianos (en realidad, podría decirse que son brasileños disfrazados de tales) del Shakhtar Donetsk, que al terminar el primer tiempo en el estadio Di Stéfano, se imponían por 3-0 (terminaron 3-2).
Sin embargo, al Real Madrid, en esta Liga Española devaluada, que perdió a varios jugadores de renombre, le alcanza con este esquema conservador ya no sólo para ganar el torneo pasado sino para vencer ahora, y de manera holgada(aunque más en el resultado que en el trámite) al Barcelona, y hasta con el lujo de que Daniel Carvajal fuera reemplazado por Nacho como lateral derecho, y al lesionarse éste tuviera que recurrir a un delantero original, como Lucas Vásquez, para suplirlo atrás y lo hizo sin dificultades mayores.
La pregunta necesaria es por qué al Real Madrid le alcanza con eso ante el Barcelona y en el Camp Nou, por más vacío que esté a causa de la pandemia y cuando el público suele jugar un partido especial, por la enorme rivalidad (deportiva y política) que existe.
Y esto sucede porque es el Barcelona el que viene cayendo en picada y porque en este tiempo se cumple a rajatabla aquella sentencia de que para que un equipo pueda pretender funcionar bien, tienen que estar mancomunadas las tres patas: dirigencia, cuerpo técnico y jugadores, y no es lo que ocurre, y se nota demasiado.
Desde el punto de vista institucional, las heridas no están curadas luego del culebrón del burofax, por el que Lionel Messi intentó irse en el pasado verano europeo, y si al final se quedó fue para evitar problemas con el club que lo albergó hace veinte años, cuando era adolescente, pero está claro que es cuestión de tiempo y que en ocho meses quedará libre o bien esperará para saber qué comisión directiva se conformará luego de las elecciones presidenciales de marzo, si no es que la actual conducción no termina yéndose antes si es que prospera (como todo indica) una moción de censura de los socios en su contra, cuando ya recogieron 12 mil firmas y se necesitan 16 mil y quedan por contar otras 8 mil.
Si el propio entrenador holandés Ronald Koeman aceptó ante la prensa que no sabe si pudo convencer a Messi con su proyecto (que además podría ser de apenas ocho meses si una nueva conducción decide traer a otro director técnico como ya amenaza uno de los principales candidatos, Víctor Font, quien promete a Xavi Hernández, ahora en Qatar), el argentino parece desconectado de todo, y apenas interviene, aunque cuando lo hace, aflora su talento natural, y mucho peor lo pasa el francés Antoine Griezmann, campeón mundial con Francia hace dos años, que terminó en el banco azulgrana por sus inexistentes actuaciones, pero que sigue luciendo cuando se pone la camiseta “blue” de su selección.
Por si fuera poco, justo en los días previos al clásico, los cuatro capitanes (Messi, Gerard Piqué, Sergio Busquets y Sergi Roberto) enviaron una durísima carta a la comisión directiva en la que se quejan por la pretendida rebaja salarial, en la misma semana en la que Piqué dio una entrevista en la que manifestó que los dirigentes pretenden ahorrar con la excusa de la cuarentena pero se gastaron un buen dinero en contratar una agencia de marketing que atacó a varios de los jugadores del club (entre ellos, Piqué y Messi).
¿A qué juega el Barcelona? Es bastante difícil saberlo. Es cierto que se trata de un equipo en transición, que se desligó de jugadores más grandes (Arturo Vidal, Iván Rakitic, Luis Suárez) y otros como Arthur o Nelson Semedo, para incorporar a jóvenes como Pedri, Trincao o Sergiño Dest (quien demostró buenas condiciones ante el Real Madrid), pero por el momento, el único que brilló es Ansu Fati, ya más adaptado a la categoría y con un rodaje que le permitió ser también convocado a la selección española.
El Barcelona es, aún, una suma de voluntades, pero no un equipo armado y mucho menos, con claridad conceptual, y lo empieza a pagar caro con esta segunda derrota consecutiva en la Liga (la anterior había sido ante el Getafe) matizada por un triunfo fácil ante un rival muy inferior como los húngaros del Ferencvaros por la Champions.
Si bien la defensa no parece tener demasiados inconvenientes y tampoco el arco (el brasileño Neto reemplazó bien al alemán Marc Ter Stegen), y con un Jordi Alba que va recuperando su estado físico tras una mala temporada pasada, el problema empieza cuando hay que salir desde la zona central, con un Busquets que si bien nunca fue veloz, lo salvaba la colocación pero ahora aparece ya demasiado lento, y con un desperdiciado, hasta ahora, Frenkie De Jong, un jugador contratado para otro tipo de despliegue, como el que le hizo descollar en el Ajax. Sin muchas posibilidades de crear, tampoco Pedri parece adaptado todavía al esquema, y no parece el mejor camino dejar a Ansu Fati solo arriba, porque Messi no es un nueve puro ni lo siente, y suele bajar a asociarse en la creación pero sólo encuentra allí a Coutinho, en un juego tan previsible que facilita que se le corte el circuito. Además, le falta el gol que dejó ir con Suárez, y al que nunca reemplazó (aunque se habla de la llegada del holandés Memphis Depay para el próximo mercado de pases).
Cuando los jugadores no se sienten a gusto en un esquema, se nota demasiado y esto es lo que pasa con un Barcelona que parece tener la cama en la cocina y el inodoro en el cuarto, con las piezas demasiado revueltas en una casa que se cae a pedazos y que aún así, pudo emparejar las acciones en gran parte del partido por la actitud conservadora del Real Madrid, que sólo apareció cómodo desde el 2-1 con el penal de Ramos, y que sentenció cuando Luka Modric (que ingresó como suplente) aumentó el marcador en el final con un notable gol, digno de su talento.
No es que el Real Madrid tenga un gran pronóstico jugando de esta manera y acaso no le alcance en Europa por este camino, pero el Barcelona va a sufrir mucho más si al menos no ensambla sus partes dentro y fuera de la cancha, algo que no parece fácil en un año electoral y con el estado de situación actual. Y el campo de juego es un fiel reflejo de lo que ocurre afuera, como no puede ser de otra manera.
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