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Niñerías: Quino quita alas a una mosca, Alcón pide le bajen esa luna, Alí Abbas recibe daño colateral

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Niñerías: Quino quita alas a una mosca, Alcón pide le bajen esa luna, Alí Abbas recibe daño colateral

Si es que la caridad empieza por casa, debo decir que la autocrítica también. Pero confieso que en este punto soy un flojo. Yo, por más que reconozca la intención comercial de los “día de”, una vez más voy a claudicar, seré manada nomás

24/08/2024 22:42
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

    Y ya fui yendo a conseguir los regalos debidos al “día de las infancias”.  Qué voy a hacerle, tengo cuatro nietos. Los nombro pensando en el calor y en la calor que les espera, que le dejamos como herencia segura. El planeta está recaliente. Acabamos de padecer otro julio, el más caliente que se haya medido en la historia de la humanidad.

    Por estos días del agosto del 2024 se celebra, como se dice últimamente, el mes de la Infancias. O, según el lenguaje inclusivo, el  Día del Niño. Y de la Niña. Y de les más diversas niñeces. Así es, pese a tanta penuria estamos atravesando el mes de las Infancias. A propósito de inclusión: salvo la unánime muerte (como diría el Sumo Ciego) nada nos empareja tanto como los piojos. Los piojos igualan a todos los niños y niñas, a todos: a los de la opulenta Capital Federal y a los de las provincias más pobres y distantes del gran puerto. Las niñeces de los niños aburridos por la abundancia, con la niñez de los famélicos, por la carencia de sus panes de cada día. Los piojos además emparejan a los niños y niñas que, abro comillas, “caen en la escuela pública” con los que hoy tienen el jodido “privilegio” de la enseñanza privatizada. En efecto, los tan mentados piojos no hacen diferencias: anidan sin mirar a quien: en las cabelleras de los niños ricos y en la de los niños pobres, en la de los empachados y en la de los famélicos. 

    Si me lo permiten, voy a compartir algunas anécdotas que contienen una pizca de reflexión, o de poesía. Allá voy, allá vamos.

   Por empezar: ahí tenemos la pregunta más peliaguda: ¿Qué es un niño? ¿Qué es una niña? Quien pueda responder a esto en el acto deja de ser niño, o niña.  Es curioso: cuando alzamos los Derechos del Niño olvidamos que hay algo anterior: el derecho a ser niño/a. Por favor, detengámonos un par de minutos: por millones, en esta patria, y por miles de millones en la tan violada esfera terrestre, hay seres que carecen de cuajo de tales derechos. Son niños/as interrumpidos, vientre afuera, por abortos posteriores: niños/as secuestrados por el hambre y por la deliberada analfabetización; ellos están condenados a menos cantidad y a menos intensidad de cerebro. Duele decirlo, condenados están a ser, apenas, sueños cariados, residuos humanos. Reconozcámoslo: nos hemos acostumbrado al escándalo pornográfico de cientos, de miles, de millones de niños y niñas, que nacen condenados a la desesperación perpetua del hambre y a la sentencia inapelable de la analfabetización. Más allá del país que nos toca, el mundo entero funciona como un depósito de desconsolados “residuos”.

     Ante semejante realidad: ¿qué nos responde el desalmado (neo) liberalismo? Nada nos responde; mira para otro lado. No te hagas el zonzo, (neo)liberalismo –le digo– ¿Estás ahí ? Si estás, decime: ¿cuánto cotiza hoy el repugnante dólar? ¿Y cuánto cotiza la vida de una criatura que va a la escuela para poder apenas comer? ¿Y cuánto cotiza la vida de un ser que ayer faltó a clase porque, como tantos,  no comió tampoco la noche anterior?

    Los niños y niñas que padecen hambre y consecuente retraso del crecimiento –según estadísticas de las Naciones Unidas– superan los 150 millones. De uno por uno. Por supuesto que el peor hambre, el hambre acompañado de analfabetización no es un invento argentino. Pero tengamos cuidado, no vaya a ser que caigamos en el “consuelo de los tontos”, en el mal de muchos. No nos consolemos. Sin ir tan lejos (año 1970, a la salida de la dictadura del devoto general Onganía), recuerdo haber registrado niños como los de Biafra (puro hueso, pancitas infladas, ojos desorbitados); esto me sucedió en el viejo hospital de niños de la capital tucumana. Con el tiempo, por abulia moral, adoptamos la creencia de que los niños muertos por desnutrición “sólo sucedían muy lejos”, en el país interior, en Tucumán, en Chaco, en Formosa o en el arduo sur, por ejemplo. Pero la realidad dos por tres nos cachetea, nos escandaliza con la noticia tremenda que nos viene con un comunicado de los docentes de la escuela Nº 11, de las Villas 21-24. Denuncian la muerte de una niña de 11 años, ocasionada por el “hambre crónico”.  La escuela queda en la zona sur ¡de la mismísima Capital Federal!; es decir, adentro del mapa de la ahora autodenominada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los pedidos de asistencia –aseguran docentes de la escuela Nº 11– se venían reiterando desde hacía meses. El 15 de agosto del 2022, hace apenas dos años, la niña se descompensó en la escuela. Se pidió ambulancia. Pero el SAME nunca llegó a los fangos de esa villa. Un detalle que evidencia esa puntual absurdidad: la escuelita de las Villas 21-24 queda, por lejos, en la ciudad más rica de la Argentina. Queda en la rebosante Buenos Aires, esa que el traspapelado Ezequiel Martínez Estrada denominó “La cabeza de Goliat”.   

    Lo podemos ver, palpar con nuestra mirada: estamos ante la desnucación del colmo de los colmos. A ver: ¿a quién se le ocurre ser pobre?

   Sin embargo aquí estamos, celebrando el “mes de las Infancias”.

   Este cronista se permite salir a la plena intemperie; salir con una red para atrapar tres o cuatro momentos de intensa niñez. Cosas de niños, de niñas, de niñes; en fin, travesuras. No todo ha de ser (neo)liberalismo desalmado, desolado. Vayamos por el recuerdo de las niñeces de algunos personajes entrañables.

 

   Mosca viva.  Dos viejitos en una plaza se alientan: “En vez de pensar que estamos en el otoño de la vida, pensemos que estamos en la primavera de la muerte”. Al autor de tan optimista ocurrencia, en un reportaje de mediados del año 2001, le pedí: “Contame una maldad tuya, muy íntima”. Me confesó avergonzado:

–Me remito a mi niñez. Me la pasaba jugando solo y observaba mucho a las hormigas: las negras grandotas, buenazas; las chiquitas coloradas, malísimas…

–Quino, te pregunté por una maldad tuya.

–A eso iba… a veces yo atrapaba una mosca viva, le arrancaba las alas y la tiraba al centro del hormiguero de las coloradas… Hoy me da escalofrío contarlo.

     Federico.  “Mamá, yo quiero ser de plata.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, yo quiero ser de agua.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, bórdame en tu almohada.” “Eso sí, ahora  mismo.”

     El que escribió esa gota de poesía fue criatura durante 38 años. Se llamaba Federico, y se llamaba García, y se llamaba Lorca… En la madrugada de un día mal parido lo habrán despertado con patadas y ¡arriba, degenerado, ¡¡a correr!!...

    Y allí va él, Federico, el desguarnecido… Allí va descalzo, con el corazón estrangulado por el espanto… y corre y cae y se levanta y los gritos le ladran la nuca y enseguida lo buscan las balas y de su camisa blanca empiezan a brotar mapitas rojos… ¿Mapitas o claveles? En todo caso mapitas estampados y crecientes en su camisa que, hasta recién, fue blanca.   

  

    Alí Ismael Abbas.   27 del 3 del 2003. Un eufemismo, es decir un efecto colateral; es decir, una bomba preventiva del hijo de Bush, cae sobre una aldea en Irak. La noticia late más acá de nuestras narices. El niño Alí dormía con su familia. A las dos de la madrugada, la explosión: “Brazos como trozos de leña,  cabezas aplastadas como macetas.” Murieron los padres y los hermanos de Alí. Y sus abuelos y sus tíos también; Alí perdió a su familia entera. Y perdió su brazo derecho. Y su brazo izquierdo. Pero algo queda todavía de Alí; y desde la foto nos mira, sonriente, muy sonriente.

((Tranquilo, tranquilo. Fue sin querer, muchacho, cosas que pasan, efectos colaterales. Tienes 12 años, Alí, y, caramba ¡la vida por delante!)

  

   La pasión.  Enero del año 1981.  Él acaba de superar una extrema cirugía. Se salvó por muy poco. A su vida le quedan varios años. Le pregunto si la cirugía le cambió la mirada que tenía del mundo; él me dice:

–Estando tan cerca de la muerte he aprendido…

–Aprendido ¿qué?

–Aprendido que somos un fraude. Le tenemos miedo a la pasión. Nos dedicamos a pasarla bien, disfrazando el aburrimiento. Y el aburrido es hipócrita. Sólo los niños jamás se aburren.

–Antes de ser este famoso Alfredo Alcón adulto, ¿qué momento selló tu niñez?

–El momento me traslada a una noche extremadamente cálida… La luna estaba ahí, tan al alcance de la mano… Le pedí a mi padre que me la bajara. Él trajo una escalera, y una vez arriba del techo hizo ademanes tratando de alcanzarla. Al rato bajó, pero sin luna… Adiós a mi niñez, adiós.

    Posdata.  Mientras tejía estas niñeces, debo haber despertado a mi niño oculto. Y anduve un rato con él, descalzo, pisando la eterna espalda del mundo…  Y di un abrazo sin aviso… Y tomé la sopa haciendo ruido… Y lloré en castellano… Y silbé en el lugar menos pensado… Y toqué un timbre del vecindario y salí rajando… Y no sólo eso: en vez de comer maníes comí manices. Porque los manices son mucho más ricos que los maníes. Esto hice y lo fui anotando en un cuadernito. En la última página del cuadernito encontré espacio para anotar la más obscena noticia de aquella lejana semana; la noticia que nos avisaba que una nena de 11 años, el lunes 15 de agosto del año 2022 después de Cristo, en plena Capital Federal, es decir, en La cabeza de Goliat, moría ¡por desnutrición!

    Punto y aparte.  El (neo)liberalismo no sabe lo que hace. ¿O sí sabe lo que hace y sabe lo que deshace? La nena muerta, en las noticias será nombrada con la inicial de su nombre, M. ¿Se llamaba Marta, Mónica, María o acaso se llamaba Magadalena? La ambulancia, tan pedida, ni siquiera llegó con demora, la ambulancia nunca apareció. Es decir que: aquella nena nunca podrá celebrar su semana de las infancias. Se me dirá que este final es un golpe bajo. Sí, debo reconocerlo, es un golpe bajo el mío. Pero lo más triste del caso es que, es cierto.              

    Que tengamos buen provecho. Disculpen. Ahora me levanto de la mesa. No olvidemos que actualmente hay galpones con pilas de alimentos que no se reparten, tienen fecha de vencimiento muy cercano. Recordemos que la desnutrición no prescribe. Se trata de un crimen de lesa humanidad.

 

* zbraceli@gmail.com    ///     www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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