Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Resumo rápido mi punto de vista: Precisamente, porque “la vida es sagrada”, estoy a favor del aborto legal. Del aborto legal, seguro, gratuito ¡y solar! Pero, damas y caballeros, mucho ojo al piojo: nos seguimos olvidando de registrar de los “abortos posteriores”.
¿No se entiende? Sepan disculpar las perfumadas señoras muy aseñoradas y los almidonados señores muy almidonados. Sepan disculpar los “gentes de bien” sensibles, decentes y prolijos. Ellos –me refiero al promedio, no a todos– ellos son eficaces portadores de la bacteria de la confusión. Ellos, en general, los y las que se nombran antiabortistas no sólo desenvainan enseguida el jodido dedito de acusar sino que, además, vienen apropiándose del excluyente rol de los que están “a favor de la vida”. Los agraciados alzan, como primer y último argumento que “todo aborto es una interrupción de vida”. Es decir: un asesinato.
No es todo: los reverendos derechos y humanos se atreven a afirmar que si el embarazo es, por ejemplo, producto de una violación, de todas maneras hay que salvar a la criatura donándola a una “familia amorosa y de bien”. Vida y sentimientos y opinión y futuro de la madre importan poquito. Es decir: importan nada. Joder: si tanto les importa las criaturas paupérrimas, ¿por qué no se hacen cargo de las miles de criaturas que gimen ateridas entre los desgajados que decoran nuestra espeluznante realidad? Realidad hoy, obscenamente acunada por la devastación del neoliberalismo. A no más de veinte cuadras de Puerto Madero encuentran niñitos desolados, para elegir, incluso de ojos celestes.
Retomo: venía diciendo que estoy a favor del aborto legal, seguro, gratuito ¡y solar! porque, justamente, estoy a favor de la vida. ¿Cuántas vidas se salvan sacando al aborto de la sórdida clandestinidad? A ver; ¿cuántas? Muchas, muchísimas, incalculables.
En este momento se me cruzan las voces de dos mujeres desatadas: Alicia Moreau de Justo y la Negra, Mercedes Sosa. A Alicia Moreau conseguí entrevistarla en diciembre de 1985; hacia tres meses que ella había cumplido los cien años de su edad. Conversamos de todo. En algún momento me dijo que el día más feliz de su vida fue el de su primera menstruación. ¿Por qué? “Porque ese día pude hablar largamente y me hice amigo de mi padre”.
Junté coraje y me animé a preguntarle a Alicia Moreau si, como médica, “tuvo que interrumpir alguna gestación”. Me respondió sin incomodarse: “Sí, naturalmente. Frente a un problema así procedí científicamente. Enfrentada a una situación determinada actué objetivamente, científicamente.”
Observemos con qué naturalidad Alicia usa el “naturalmente” para referir un aborto.
Al promediar el año 2002 después de Cristo yo estaba escribiendo la biografía de Mercedes Sosa. En una de las charlas finales, sin que mediara pregunta, la Negra me sorprendió. La voz le salió en carne viva, con convicción y además con furia. Escuchemos lo que La Negra me dijo para el libro, y para siempre:
“–A fines del 67 quedé embarazada y tuve que hacerme un aborto. Por varias razones di ese paso tan doloroso, y no me refiero sólo a lo físico. ¿Tener otro hijo para dárselo a mi mamá a que lo críe y andar todo el tiempo despidiéndome de él? Nooo. Además yo tenía problemas con mi metabolismo; si seguía con el embarazo lo más probable era que dejara sin madre a mi Fabián, el hijo que yo ya tenía. Mi médico no estaba a favor del aborto, pero me convenció: “Tiene que hacerlo, Mercedes”… El dolor ahí abajo es terrible, es como parir, con la fiera diferencia que después del parto por aborto una se va a su casa sin el hijo... Eso pasa en el cuerpo... pero hay otros dolores. Una se siente como una perra, como una bestia despreciada.
(Mercedes enseguida se levantará y se encerrará en su habitación. Me dice pensando en voz alta:)
“–No es fácil vivir y menos siendo mujer. Imaginemos las jovencitas y no jovencitas que, empujadas por la miseria, el hambre y el desempleo, tienen que abortar. Las flagelan en lugares sórdidos. Cuando empecé a trabajar para la Unicef se los dije: hablaré por los niños y por las mujeres. Y diré que estoy por la despenalización del aborto. Estoy en contra de la hipocresía y en contra de la clandestinidad terrorífica a la que son sometidas las mujeres pobres. Porque una cosa es abortar como yo, en una clínica con calefacción y música funcional, y otra cosa es abortar en un rincón inmundo con unos fierros terribles que te meten ahí, adentro, para arrancarte un cuajo de vida que, si se lo dejaba vivir, se la condenaba al hambre y al analfabetismo.
(Enfrenté a Mercedes con el alevoso argumento de los antiabortistas: “la vida es sagrada”. Vadeando su llanto, me respondió:)
–Pregunto yo a los hipócritas que están contra la despenalización: ¿acaso ellos no provocan millones de abortos cada día?... Producen abortos cuando cierran fábricas y dejan a cientos, dejan a miles sin trabajo; producen abortos cuando condenan a chicos al hambre que los descerebra y hasta los mata. Hay que educar, enseñar a usar anticonceptivos... Que se dejen de joder las madres que quieren tener la nena zurcida y virgen hasta el casamiento. ¡Hipócritas de mierda! ¿Cuándo reconocerán que la hija puede de repente enamorarse y acostarse y hacer eso tan bello que es el amor y quedar gruesa por culpa de tanta pacatería, de tanta educación para la hipocresía? Favorecen las siniestras condiciones para el aborto quienes impiden la legalización. Ellos provocan abortos fomentando la ignorancia. Yo no quiero promover el aborto; lo que quiero es que cada mujer sea realmente dueña de su cuerpo y de sus ovarios y de su destino… Conozco señoras que públicamente opinan contra la despenalización, pero ellas, calladitas, van y se los hacen en clínicas muy paquetas. La iglesia manipula; mientras tanto frenan esto no se ocupan de resolver de una vez que los curas puedan amar y casarse para que no hagan las macanas que están haciendo. Estamos manejados ¡por caretas! Se está contra los abortos evitando las causas que los provocan, reabriendo fábricas, generando trabajo, educando (...) Quienes impiden la despenalización para sacar al aborto de la marginalidad y para posibilitar que cada mujer sea dueña de sus ovarios y de su vientre, son los que matan mujeres y matan niños de hambre. ¡Caretas! A ver, ¿quién tiene derecho a impedirle a una mujer de Tucumán o de La Matanza o de donde sea que decida abortar sabiendo que el hijo que trae al mundo estará condenado a morirse de hambre?
(Mercedes ya estaba en el borde del centro. No hacían falta preguntas; entonces dijo:)
–¿Acaso no es un aborto cada niño que se muere a los cinco, a los siete años? Pero que se vayan a la puta que los parió ¡hipócritas!”
Más allá del llanto furioso de Mercedes Sosa, en este abril del año 2023 después de Cristo, me permito soltar la semillita de algunas preguntas: ¿Acaso los que dicen estar a favor de la vida no interrumpen vidas de cualquier edad condenando al desempleo, al hambre , analfabetizando a través de los medios de descomunicación? Tantos telegramas de despido, ¿acaso no son el anuncio de abortos posteriores? Los horrores de errores colaterales, y los miles de desaparecidos de este y otros mapas del mundo, ¿no son abortos posteriores? Las criaturas robadas y secuestradas de cuajo desde la placenta, ¿no son muy promovidos abortos posteriores?
La madre (y el padre) que los parió: ¿hasta cuándo nos van a agredir la paciencia con el negacionismo, con la campante hipocresía, con la violación de la libertad de las mujeres?
En realidad a ellos la vida les importa un comino; es decir, una mierda. Porque ellos, alegrísimos portadores de globitos de colores son en sí mismos una mierda sin olor. No estoy descalificando: esto no es una insultación, esto es una descripción.
Posdata. Oíd mortales: una pregunta merodea hasta que nos cae en la mollera. La pregunta baja: ¿cuántos abortos posteriores provocará el alevoso, voraz, impiadoso, el criminal préstamo con el que nos estrangula el FMI (con todas las letras: el Fondo Monetario Internacional)?
Esta es nuestra cuestión: a quienes por ser antiabortistas se declaran “defensores de la vida” debemos decirle eso: que hay abortos anteriores, en el vientre, y hay, además, ¡y en cantidades! monstruosas, abortos posteriores que ejecutan diariamente los misiles inteligentes, los errores colaterales, los hacedores de guerras y de hambre, los que propician la analfabetización nuestra de cada día.
Pero no hay caso: se insiste en ignorar la espeluznante cantidad de abortos posteriores. Mucha, muchísima razón tenía Mercedes Sosa cuando me preguntó afirmando: “¿Acaso no es un aborto cada niño que se muere a los cinco, a los siete, a los once años?”
–Sí, Negra, eso es: un aborto posterior. Uno de los millones de abortos posteriores que de noche y de día se producen en nuestro mundo cargado de absurdidad.
Recordemos: bastaría con apartar los millones de miles de dólares que se invierten en un solo día con su noche en gastos bélicos, para terminar con el perpetuo genocidio del hambre y de la analfabetización.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
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