La sorpresa fue grande en primera vuelta: ganaba un ignoto profesor de provincias la elección presidencial del Perú. Alguna chance se daba a la más moderada candidata progresista de apellido Mendoza, pero nadie había reparado en este súbito Castillo.
Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Tampoco se había supuesto que sería Keiko la segunda: con causa judicial porque se la puede condenar a 30 años de prisión –siendo mujer del sistema, se hace creíble la acusación-, sigue a su padre, primer japonés en gobernar un país latinoamericano, quien “corrigió” sus papeles para parecer peruano. El régimen autoritario de Fujimori (al que hubieran aplaudido los hoy llamados “libertarios”, dada su economía de apertura al mercado) realizó permanentes acciones de persecución y hasta de muertes ilegales, lo cual mantiene en prisión al ex presidente. Y sin embargo, su hija hacía buena elección.
Buena, dentro de lo que permitió la enorme dispersión de votos entre muchísimos partidos. El sistema político del Perú está destrozado, con cinco consecutivos presidentes desplazados de sus cargos, la mayoría por corrupción. Desde el suicidado Alan García a Toledo, Humala y Kuzinski, los gobiernos fueron todos monocordes, de derecha acentuada o módica, pero invariable. El pueblo en el hambre, abandonado. Los buenos números macroeconómicos de los últimos años por las ganancias de la minería extractivista, agregaron al deterioro ambiental un aumento de la desigualdad interna, muy marcada en el rechazo a los indios y a los “cholos” de la sierra, entre los cuales revista quien obtuvo más votos en esta segunda vuelta.
La primer reacción del stablishment fue practicar una matanza en la zona Sur que se llevó incluso dos niños, atribuyéndola al cuasi extinguido Sendero Luminoso, acompañado ello de una feroz campaña anticomunista en los medios hegemónicos. Se viene el cuco, te quitarán la casa y los hijos, tu pequeña quintita te será expropiada. Y algunos lo creyeron, porque Keiko sacó más de lo que se esperaba tres semanas atrás. Pero no les alcanzó.
Vino la segunda parte del sainete, aún no finalizada: denunciar fraude. Es fraudulento denunciar fraude cuando se pierde, lanzándolo así como así. Como hizo Trump, en una maniobra que no por burda le deja de dar réditos. No parece que a Keiko le vaya igual: casi nadie le creyó. No sólo porque no tiene prueba alguna, sino porque Castillo no tiene ningún poder en el Estado como para modificar resultados: la familia Fujimori sí, y una muestra fue cuando el hermano de Keiko negoció con el entonces presidente Kuzinsci la libertad para su padre a cambio de votos en el Parlamento. Finalmente Kuzinski fue destituido, y papá Fujimori retornó a la cárcel. Pero quedó claro que el fujimorismo sigue manejando poder.
Veremos qué ocurre, pero parece que esto de denunciar fraude a troche y moche, empieza a aburrir. Esperamos que se imponga sanciones nacionales y de organismos internacionales a las falsas denuncias como las de Keiko y Trump, pues no se trata de una amable mala costumbre de amigos del café, sino de una burla ruinosa a las instituciones del Estado, así como a la voluntad democrática expresada en las urnas. Las denuncias tendrían que mostrar un mínimo standard de plausibilidad para ser consideradas como tales, ya que también en Ecuador vimos a Pérez –el supuesto indígena candidato por la CONAIE- ensayar lo mismo, y hasta Macri ha dicho algo parecido en la Argentina. Así el que gana gana y el que pierde acusa, aunque sea sin ton ni son.
La maniobra siguiente –cuando se va resignando la derecha a la derrota electoral-, es decir que será un gobierno débil. Es cierto: no tiene mayoría parlamentaria. Pero todo depende de la habilidad que muestre Castillo: cuando Correa llegó a la presidencia, no tenía ni un solo diputado propio, pues no llevó listas legislativas. Pero llamó a constituyente, y ello obligó a nueva elección parlamentaria. Todo depende de cuánta habilidad y audacia pueda desplegar el aún no proclamado presidente, quien proviene de un remoto sitio de Cajamarca, expresión de un Perú mayoritario y olvidado: aquel que un gran autor como Arguedas inmortalizó, y otro como Vargas Llosa nunca conoció. Ese Perú que se expresó también en los relatos de Manuel Scorza, como el recordable “Redoble por Rancas”.
Ahora, una nueva “noticia”. Que Cerrón, que ofreció su partido para el triunfo de Castillo, es más radical que éste. Castillo ha moderado su discurso los últimos días: necesita llegar a la presidencia, ante la desconfianza de las Fuerzas Armadas, las clases altas y el gran empresariado. La prensa dice que Cerrón está enojado con Castillo: ya empezó el mismo relato que hay sobre Alberto Fernández y Cristina. Que están peleados, que el que gobernará no es el presidente, y otros repertorios trillados. Veremos cómo ocurre, pues por ahora son más deseos de los adversarios que alguna realidad. Así como en Argentina las parciales diferencias no han obstaculizado la acción de gobierno, es esperable que ocurra en Perú. Claro, sería para desesperación de la derecha que, en su cerrazón, quisiera ahora que acumulara poder Cerrón, alguien situado más a la izquierda que Castillo, sólo para debilitar al próximo gobierno.
Lo cierto es que ganó la izquierda en Perú, toda una novedad. Como se ha bromeado, el Grupo de Lima se quedó sin Lima. Y la nueva ola de progresismo regional se sigue expresando, con los levantamientos en Colombia y la elección constituyente en Chile como hitos significativos.-