En Bolivia ha gobernado el sector conservador que entró aviesamente al Palacio del Quemado hace un año
Por Roberto Follari,Especial para Jornada
Llegaron denunciando supuesto fraude en aquellas elecciones, en que Evo les sacó 10% de ventaja: igual se quedaron con el manejo del Estado. Ahora son ellos quienes han controlado el proceso electoral. Censuraron a Evo. Condicionaron las elecciones, atrasaron las fechas, pero perdieron por paliza. Casi un 55% de votantes eligió al MAS. Ciegos, algunos denuncian “fraude” porque no soportan la derrota. Y así justifican actos de violencia contra la voluntad popular: un cartucho de dinamita, cortes de ruta. Todo, haciendo fraudulenta acusación de un inexistente fraude.
Está visto: el stablishment no encuentra cómo reemplazar los golpes de Estado militares, aquella estrategia de la violencia y el terror que les permitió el poder durante las décadas finales del siglo XX en Latinoamérica, pero que deslegitimó totalmente al accionar de las derechas ideológicas. Luego vino el neoliberalismo al estilo chileno adosado a la democracia, pero la crisis que hoy vive el sistema en aquel país, muestra que es mecanismo que ha alcanzado su agotamiento: la población en la calle lo ha arrasado.
Han usado el lawfare: la tv sumada a sectores del Poder judicial. Pero no alcanza: a pesar de eso perdieron en Argentina, en México y ahora en Bolivia. Entonces, ha sobrevenido el invento de gritar “fraude” cuando pierden. Sólo cuando pierden, claro. Hasta Macri lo ha anticipado: como supone que va a perder en las votaciones de medio término de 2021, anticipó (diez meses antes!!) que “puede haber fraude”. Ya está cubierto para cuando sobrevenga la derrota, y quizá alguna condición judicial adicta pudiera respaldarlo.
Ha sido la estrategia de Trump. El sobreactuado personaje, de un histrionismo excesivo y que raya en lo grotesco, sabía que era probable que perdiera. De modo que hizo la curiosa maniobra de denunciar fraudes antes de que existan, y de hacerlo desde el lugar de quien tiene mayor control sobre el proceso electoral, al ser gobierno. Que la situación sea bastante inverosímil, es lo de menos: las mentiras producen efectos reales, no ficcionales. Mentir es producir realidad, en base a mala fe. Eso es la denuncia de fraude que lanzó por televisión Trump, antes de que se sepa exactamente el resultado electoral final, pero cuando todo favorece a Byden.
Fueron tan desaforadas e infantiles sus “denuncias”, carentes de la más elemental prueba que se requiera para proferir tamaños reclamos, que varias de las principales cadenas de noticias estadounidenses le interrumpieron la transmisión, juzgando que era un espectáculo antidemocrático y antiinstitucional el que se ofrecía a la ciudadanía con las vacías palabras del presidente, que sueña con resolver todo con jueces y juezas que él mismo ha llevado a la Corte Suprema.
En Argentina, el ministro de Economía ha tenido que recordarles a grandes empresarios que esto es una democracia, y que fue el pueblo quien eligió a presidente y vicepresidenta. Le habían pedido elípticamente apartar a Cristina, ese anhelo interminable del llamado Círculo Rojo. Como dijo alguna alta figura no quieren gobernantes, algunos quieren gerentes de sus intereses en la Casa Rosada. Y si no, entran en la intolerancia y –a menudo- en el impulso a procesos de desestabilización.
Parece mentira, pero al sector más encumbrado de la sociedad, se le está haciendo intolerable la democracia. No es nuevo: en 1930 echaron a Yrigoyen, en 1955 a Perón, y hasta 1983 no se recuperó la decisión popular. Y desde entonces, no han dejado de tratar de condicionar detrás del trono.-
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