Fue poco más de medio siglo atrás, en septiembre de 1971, cuando Julio Cortázar le escribió una carta a Alejandra Pizarnik y sin saber que era la última.
Desde París, el Cronopio mayor envió la misiva a Buenos Aires, donde la poetisa se hallaba internada en un psiquiátrico tras un intento de suicidio.
Previamente, ella le había enviado la suya, en un lenguaje del que se leía entrelíneas que sus tomas de decisiones ya atravesaban un período de vaivén emocional preocupante.
Habían creado y mantenido una amistad inoxidable.
Él la conoció en la Ciudad Luz, cuando ella se radicó para trabajar como traductora.
Ya consagrado tras el éxito arrollador de Rayuela, la había tomado como una amiga entrañable, a quien protegía.
"Un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva. Sólo te quiero, Alejandra", le rogó.
Un año después, un 25 de septiembre como hoy, ella ya no volvió a comunicarse.