Lloro.
Mis dedos tiemblan en el teclado.
Los dientes se hunden en mi lengua.
Mi pie izquierdo le pega al derecho.
Mi pie derecho devuelve los golpes.
Mi psiquis es un lavarropas centrifugando.
La lapicera ya se cayó tres hileras abajo.
Las uñas se quiebran en la fórmica.
En mi espalda, tres o cuatro golpes me convocan.
Giro, se viene el abrazo.
Uno, cinco, mil, dos mil millones…
Abrazos a no sé quién.
Abrazos de no sé quién.
Insultos al aire: uno, cinco, mil, dos mil millones…
Lloro.
Lloran.
Lloramos.
Llora Leo.
Llora Dibu.
Llora Ota.
Llora Enzo.
Igual que el tipo de la fila de arriba.
Me acerco, no sé quien es, no sabe quién soy.
Lloramos, gritamos, maldecimos y se suman uno, una y no sé quiénes son, y no saben quién soy.
Lloro.
Llora Fideo.
Llora Julián.
Llora Alexis.
Cierro mis ojos: imágenes retro, el barrio, la cuadra, la pelota pulpo, los tobillos sucios y el fóbal convocando.
El bollito de papel en el recreo, el caño que tiré en la fila para formar, el caño que me tiraron en la fila para formar.
Los desafíos contra esos de la otra cuadra, la prueba en el club del barrio, la prueba en el club de AFA.
Llora Lautaro.
Llora Angelito.
Llora Nahuel.
Llora Taglia.
Llora Rodrigo.
Llora Leandro.
Llora Guido.
Llora Franco.
Llora Gerónimo.
Llora Germán.
Llora Marcos.
Llora Papu.
Llora Cuti.
Llora Lisandro.
Llora Juan.
Llora Exequiel.
Llora Paulo.
Llora Giovanni.
Llora el Lionel mayor.
Llora el Payasito.
Lloran el Cabezón.
Lloran los profes.
Llora Bangladesh.
Lloran en el rioba.
Y hoy Doha es un barrio pintado de celeste y blanco.
Y creo que estoy soñando.
Que estas lágrimas no existen.
Que es una fantasía o una peli de ciencia ficción.
Pero veo que el Diego mete un guiño cómplice.
Y que Pachorra se une a la ronda de abrazos.
Y que estos muchachos se abrazan con los pibes de Malvinas.
Y que el pogo más grande del mundo hace vibrar Qatar.
Y que…¡¡¡NO LO SOÑÉ!!!