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El Juego del Calamar, una sensación mundial con bases cuestionables

A riesgo de iniciar esta sección fastidiando a más de uno, les debo y me debo el deber de ser sincero. Antes que nada deben saber que no soy un hombre remilgado, no tengo tantos escrúpulos, y por eso mismo lo que me ha ocurrido con esta serie es algo destacable. Lo que quiero decir con lo anterior es que no soy un hombre impresionable, que he visto cine de todo tipo y que en reiteradas ocasiones decanto por películas o series cruentas. Lo que sigue aquí no es fruto de un criterio prejuicioso, se los prometo.

02/11/2021 08:42
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Por Alé Julián Sosa

Comencé a verla con el objeto de hacer una reseña para el diario, pero casi inmediatamente sentí un fuerte rechazo por el modo de transmitir la violencia, o mejor dicho: de qué modo utiliza la violencia como vehículo para transmitir un mensaje (si acaso). Casi de inmediato, tomé una libreta y comencé a subrayar, como poseso, algunas cosas. Jamás, queridos lectores, he sido ese espectador que mira con celo escrutador —analíticamente malsano—, lo que se me cruza por enfrente, pero en este caso fue tan espontáneo que me permití el raro derecho de ubicarme en el sitio de crítico, y aquí debemos hacer un alto. Todos somos, mal o bien, con mayor o menor rigor, críticos (eso, a no ser que todo nos de lo mismo).
¿Nos da, entonces, lo mismo la violencia?

Pero antes de responder es menester poner de relieve qué tipo de violencia es esa de la que hablamos. Si bien El Juego del Calamar posee un importante añadido de violencia gráfica, no es la única que se manifiesta vivamente ante la pantalla, y son ese tipo de variaciones las que me interesaron profundamente.

Para ponernos en tema (y procuraré que esto dure tan solo unas pocas líneas) la serie va de que un número importante de personas, de alguna manera todas ellas marginales, se ven involucradas en un excéntrico y macabro juego que amenaza sus vidas, con la —aparentemente— irresistible posibilidad de que el ganador pueda volverse asquerosamente rico. Por lo demás, la estructura es simple y lo son todavía más los personajes, que han sido esbozados con trazo grueso, logrando unos matices muy pobres y las más de las veces sobradamente inverosímiles. Todo esto me hace pensar que la serie no ha sido más que una cuidada excusa para dejar escapar ideas muy que muy reprochables.

 


Las afirmaciones de que la vida es un infierno y que más valdría morir en busca del oro que vivir sin suerte son dos de los postulados que más atrajeron mi atención (y son recurrentes). Todo se encuentra rodeado de ese tufillo nihilista que me pone de los nervios… Aunque pudiendo ser más rica en su propósito, se queda a inicio de camino, ¡y para peor!, cada capítulo podría durar al menos la mitad —y yo estimo que la serie llegaría al mismo puerto—. Solo resta decir que sobran las reiteraciones, y que va a paso de hombre, llevando al espectador de la mano, sin dejar margen para la imaginería: una suerte de voyerismo absoluto. Todo es notablemente evidente, tanto que siquiera la violencia llega a ser rebuscada o imaginativa, para nada, no es más que una secuencia de simples ejecuciones al mejor estilo sicario.

Podría abundar en detalles y explicarles todavía aspectos más minuciosos, pero les sugiero dirigir su atención —en caso de ver la serie— a estos aspectos más profundos de la violencia presente y considerar, con la mayor capacidad de su juicio, si acaso no hay un mensaje funesto bañándolo todo.

Oldboy: un posible antídoto para El Juego del Calamar

El cine coreano ha sido, desde hace dos décadas, una maravillosa cuna de creatividad, tanto que es suyo el Óscar a Mejor Película del año 2019, galardón otorgado a Parásitos (aunque este sea un caso aparte, en el cual también vi muchas de las cosas mencionadas más arriba). Sin embargo, los mayores exponentes de su cine han pasado —al menos en nuestro país— sin tanta pena ni gloria. Craso error, sin dudas, ya que es un cine poderosísimo que reúne las máximas virtudes del mejor cine de Hollywood y las más dulces riquezas del cine oriental. Un caso ejemplar es Oldboy (2003), de Park Chan-Wook, que hoy recomendamos como antídoto para El Juego del Calamar (ignorando la distancia lógica entre el cine y las series, frente a la cual prefiero siempre el primero).

Luego me cuentan si la violencia de cada caso es igual o soportan alguna diferencia.
 


En lo sucesivo recomendaremos algunas obras de envergadura del cine coreano, que forman parte, sin dudas, del panteón del gran cine.
 
(Y no se olviden, lectores, de tener extrema cautela en compartir estas creaciones con los pequeños de la casa, antes sería apropiado que el adulto pase revista y luego decida si es conducente que los menores las vean).

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