Por Andrés Cáceres.
A propósito de la muestra retrospectiva de Andrés Casciani en la Cava de Arte de Bodega Santa Julia, escribo estas líneas, gratamente impresionado por la solidez y la originalidad del joven artista.
El temple de su obra hay que situarlo en una zona mucho más profunda y dramática que las cuestiones técnicas. Él dispuso, ya desde sus breves comienzos, de medios eficaces otorgados por una disciplina laboral y decidió dejarse llevar por su instinto creador. De allí surge su intensa orquestación cromática y lo que yo designaría como garabato gestual.
Esa facilidad innata que tiene para el dibujo le permite tornar reconocible un rostro sin recurrir a fisonomías fotográficas. Al contrario, garabatea con mano sabia y logra que forma y fondo conformen una continuidad de una y otro, con el único límite del marco que la encierra.
Uno mira sus cuadros y tiene la impresión de que la pintura podría continuar en las paredes, deleitándonos con una probidad nunca satisfecha. Y me viene a la memoria la afirmación de Ingres, al decir que el dibujo es la probidad del arte.
Le podemos buscar parentescos, pero Casciani es un creador y, por lo tanto, auténtico, de modo que habrá de reflejar, necesariamente, su autenticidad y, por ende, su estilo.
Poco importa si, por la facilidad de rotular, decimos que es expresionista y que se lo puede ubicar dentro de esa maravillosa tendencia que es la neofiguración. Él encuentra, con toda naturalidad, un lenguaje y una visión que incitan los riesgos y la alegría de afrontarlos.
No hay en su prolífica obra ni estridencia ni concesión al asombro inmediato. No busca la sorpresa sino una estabilidad construida y calculada. La espontaneidad con la que nos seduce es un resultado final, al que solo llegan los artistas en su madurez, tras una atenta introspección de los límites de la plasmación de su imaginario.
Voy a aplicarle a mi tocayo una frase que le escuché a Adolfo Ruiz Díaz: “La solidez de la nave no perjudica la conquista de lejanos Vellocinos de Oro”.
Y es que, en esas visiones en que parece que todo está por resolverse o desleírse, surge la solidez de un estilo que borra lo efímero con la firme voluntad de la permanencia.
Lo conmovedor de su dibujo es que cualquiera que sea la fecha de su creación, comprende la autenticidad de su razón de ser y de su época.
Aun cuando se trata de cuadros grandes, incita a mirar de cerca, a degustar esas líneas que parecen libradas al azar y al verlas en conjunto, surge la cordialidad asombrosa de sus incitaciones.
Edición periodística: Fabián Galdi