Por Roberto Suárez, Especial para Jornada
Al cumplirse hoy 57 años de su desaparición escribo esta columna con algunos textos del libro.
El 9 de octubre de 1967, ocurrió su asesinato en Bolivia y la polifacética figura de Ernesto Guevara sigue vigente. Casi todo está dicho, escrito o mostrado sobre el Che: Hijo, asmático, lector, viajero, fotógrafo, médico, guerrillero, comandante, escritor, mito, icono. Sin embargo, siempre queda algo más para contar.
Resulta sumamente difícil aproximarse a la figura de Ernesto Guevara, tan abordada desde una multiplicidad de perspectivas y géneros. Casi todo está dicho, escrito, mostrado. Su entrada triunfal en Santa Clara en 1959 y, sobre todo, su asesinato en octubre de 1967, en Bolivia, generaron un aluvión de artículos, libros, biografías, poemas, canciones, fotos, a través de los cuales se despliega un Che “polifacético”.
Admirado, discutido, idolatrado, su figura ha sido elogiada vastamente y también cuestionada por críticos tanto de izquierda como de derecha.
Su corta vida de apenas 39 años, los diarios, cartas y numerosos documentos que dejó para la posteridad, avalan la idea de que Guevara, lejos de ser una persona ríspida, fue un ser muy solidario en todos los ámbitos.
El Che sigue encarnando el espíritu de rebeldía y la posibilidad de la revolución, convertido en un icono del siglo XX. Rebelde con causa, se ganó uno de los puestos entre los personajes más famosos de los últimos 60 años, y se convirtió́ en la imagen de la insurrección.
El Che vio con sus propios ojos la pobreza extrema y la injusticia que asolaban el continente, y quedó conmovido por la solidaridad entre la gente más desfavorecida. En la selva amazónica trabajó como voluntario en una colonia de leprosos; en el norte de Chile, observó las durísimas condiciones de trabajo de los mineros; cerca de Machu Picchu, quedó impactado por la miseria de los campesinos explotados. Estas experiencias alimentaron su idea de que la solución a la injusticia social era la revolución. A 57 años de la desaparición de Guevara, en Latinoamérica 201 millones de personas (32,1% de la población total de la región) viven en situación de pobreza, de las cuales 82 millones (13,1%) se encuentran en la pobreza extrema.
Cierro esta columna, con un pensamiento que, también, está en mi libro del Premio Nobel de literatura, el portugués José Saramago, sobre Ernesto Guevara:
“No importa qué retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, arma en mano, con Fidel o sin Fidel, diciendo un discurso en las Naciones Unidas, o muerto, con el torso desnudo y ojos entreabiertos, como si del otro lado de la vida todavía quisiera acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar, como si no se resignase a ignorar para siempre los caminos de las infinitas criaturas que estaban por nacer. Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar profusamente, de un modo lírico o de un modo dramático, con la objetividad prosaica del historiador o simplemente como quien se dispone a hablar del amigo que descubre haber perdido porque no lo llegó a conocer.
Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che Guevara, si tal se puede afirmar, continúa existiendo después de haber muerto. Porque Che Guevara es solo el otro nombre de lo que hay de más justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar para conocer y conocernos, para agregar el paso humilde de cada uno al camino de todos”.