El primer golpe que recibí del modo tensionante que utiliza Mariana Enríquez para contar historias aún me dejó huellas mnémicas de esas que no tengo apuro en borrar.
La lectura del cuento "El chico sucio" fue hecha durante un viaje desde Retiro hacia Mendoza apenas la pandemia dejó una hendija para que se retomaran los traslados de larga distancia.
Llegué a la Terminal, caminé unas cuadras, abrí la puerta de casa y me tiré en un sillón.
Necesitaba recomponerme porque la sucesión de flashbacks me hacía situar en el plano real de una historia que nacía en la zona de la estación Constitución, pero podía reproducirse en cualquier otra donde el no-lugar fuese, paradójicamente, el espacio donde decenas, cientos y miles de otros "chico sucio" desarrollaban su existencia sin otro horizonte que el de sobrevivir sea como fuere.
El pulso narrativo de esta escritora/periodista concentra un poder energético digno de frecuentar.
Hoy, ya que fue invitada para la inauguración de la Feria del Libro en el Le Parc, tengo claro por qué hay un imán que -tal como la teoría de la "w"- interpela el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué decidí volverme a encontrar con este pequeño que está aunque no esté y me roza aunque no me roce.