Por Luis Abrego
No hay que argumentar, este domingo será decisivo para el desarrollo del escenario político, social, económico, cultural de los próximos cuatro años. Y ante las opciones disponibles, Sergio Massa y Javier Milei, los argentinos -aunque su voto ya esté decidido- se plantaron como quien lo hace frente a un dilema.
Así lo expresó recientemente el politólogo argentino Andrés Malamud en una entrevista de Facundo Chaves en Infobae al describir la situación del dilema que debe definirse en el balotaje como la de "dos propuestas radicalizadas. Una es de alguien que lo que dice suena bien pero no lo hace. Y otra es de alguien que lo que dice suena mal pero no lo puede hacer".
Y está bien hablar de "dilema" y no de "problema". Pues según la Real Academia Española, un dilema es "una situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas". Por su parte, un problema es "una cuestión que se trata de aclarar" o que acarrea "una dificultad o una solución dudosa". Dilema es lo condicionado de la oferta electoral; problema, el resultado que de allí surja.
"¿Cuál es la diferencia de un dilema con un problema? Un problema es una incógnita cuya solución no conocemos, pero existe. Un dilema tiene dos soluciones, las conocemos las dos, y ninguna nos gusta", agrega Malamud con brillantez.
Está claro que en esta nueva hiperpolarización generada en Argentina y desde la que se puede mirar el asunto para estos adversarios, la opción del rival es igualmente mala de lo que los otros piensan de sus opuestos; mientras que para sus seguidores la opción de su líder es la mejor planteada para enfrentar a los que desean arrasar con todolo que queda en pie.
Una especie de suma cero capaz de presuponer algo más que parálisis o estancamiento para un país que en los últimos cuatro años no hizo más que profundizar todas sus asimetrías y agudizar las falencias. Error tras error, la crisis crónica se ha tornado aguda, y las recetas disponibles no convencen mayoritariamente.
¿O están tan seguros, de uno y otro lado, que si su candidato se impone se acaban rápidamente todos los problemas? Después de la euforia de los ganadores, ¿tendremos allanado el camino a la disminución de la pobreza, la generación de empleo, la recuperación del salario, la derrota efectiva de la inflación? Imposible saberlo, pues nada –salvo eslóganes- dijeron en campaña.O por el contrario, ¿lo que viene para los argentinos es más sacrificio, ajuste y desencanto?
Es que elegir por descarte parece haber sido la tónica de este año electoral que llega a su fin y en la que fanáticos y conversos procuran imponer su dogma pensando más que en la solución, en la aniquilación del otro. Y así estamos, tensos, angustiados, inciertos.
En el medio están los desencantados, indiferentes, anestesiados por la realidad o directamente no representados ni por Massa ni por Milei, que refractarios a las extorsiones y psicopatías varias dicen que también medirán la fuerza de su descontento: con la abstención activa vía voto en blanco o nulo, o directamente eligiendo el desentendimiento. Una dimensión de la gravedaddemocrática del dilema.
Abunda Malamud en su análisis: "Tenés a alguien que habla de educación pública, estabilidad macroeconómica y gobierno de unidad nacional, pero tiene un gobierno sectario, que no estabiliza la economía y que desfinanció todos los servicios públicos con el discurso de priorizarlos. Y tenés, por el otro lado, alguien que dice que va a romper todo pero no va tener legisladores para hacerlo".
Dicho de otro modo, Massa predica un futuro que hoy –ni antes- se preocupó en construir, compartiendo con el kirchnerismo una visión de país que hoy dice desconocer. Milei –hasta ahora- carece de poder político para llevar adelante sus propuestas de dudosa elaboración y más difícil concreción. ¿Algo de esto se romperá el domingo? Tal vez. Para eso existe el balotaje: resolverá el problema, pero no ahuyentará el dilema.
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