El consultor político Enrique Zuleta Puceiro ha dicho en medios colegas, que el triunfo de Javier Milei no se basó en su propuesta electoral sino en cómo la dijo.
Claro está que lo que ha hecho popular a Javier Milei es, sin dudas, su manera de decir las cosas. Cuando él habla de “la casta”, no hace más que cuestionar con dureza y a los gritos, a la clase política, a quienes de una u otra forma, han venido gobernando y fracasando en sucesivas gestiones.
Hacia 2004, cuando Néstor Kirchner era presidente (cargo al que había llegado tras la renuncia al balotaje de Carlos Menem y luego de haber salido segundo y sacado apenas 21% de los votos), inauguró una modalidad muy particular de comunicación.
El santacruceño necesitaba legitimarse en el cargo y por eso, cada evento institucional que organizaba era transformado en un acto político en el que, desde una tribuna, se transformaba en un fuerte orador.
A los gritos solía vociferar las necesidades del pueblo argentino, tanto políticas como -fundamentalmente- económicas. Al mismo tiempo y de igual modo, planteaba sus propuestas. Así, a los gritos, se transformó en el referente de su propio espacio, el incipiente movimiento al que le dio nombre: kirchnerismo.
Ese estilo fue continuado por su esposa cuando accedió al mismo cargo, años después. Fue el que también mantuvo al kirchnerismo más de diez años (la famosa “década ganada”) en el poder y que le permitió munirse de gran cantidad de jóvenes que veían en sus líderes, rebeldes y contestatarios, un claro reflejo de lo que ellos mismos eran y pretendían.
Cada reunión, cada encuentro político, implicaba la aparición del “folclore” K que incluía indefectiblemente el griterío juvenil “de cancha” al que estamos acostumbrados los argentinos. Y el o la líder, gritando a los cuatro vientos sus verdades.
Hubo otros grupos políticos que también siguieron la modalidad, pero sin resultados similares.
En los últimos tiempos, quizás en afán de parecerse a quien fue su referente político, el actual presidente, Alberto Fernández, encabezó algunos encuentros levantando la voz. No pocos se asombraban ante los gritos presidenciales que, también a modo de tribuna, buscaban quizás convencer a las mayorías de que su razón era válida. O ilusionarse con alguna propuesta de reelección que, obviamente, nunca llegó.
Podría entonces teorizarse que en la Argentina los cambios se reclaman y los planteos se hacen “a los gritos”. Y cualquier actitud silenciosa o al menos, reflexiva, lleva las de perder ante el que grita más fuerte.
Es quizás la forma que también encontró Javier Milei para llegar, sobre todo a los jóvenes y a buena parte del electorado, logrando una mayoría de votos que hoy lo posiciona como posible futuro presidente.
Sin dudas él logró que su propio grito fuera escuchado y se transformase en “el grito de la Argentina enojada”, tal como calificó el diario El País de España, en su artículo del 14 de agosto, tras las PASO.
“Quemar el banco central ‘terminará con la inflación’; la venta de órganos puede ser ‘un mercado más’; a los políticos ‘hay que sacarlos a patadas en el culo’. Con propuestas como estas, disparadas a los gritos sobre un escenario, el economista ultraliberal Javier Milei ha copado la agenda pública argentina”. Así lo describió en el artículo, el periodista español José Pablo Criales.
Con su estilo “gritón”, Milei se ha dado el gusto de vociferar que la justicia social, ésa que todo un país espera para sus habitantes “es una aberración” en los términos que se da en la actualidad. Y siempre gritando, reitera su amenaza de darle “una patada en el culo” a la “casta”.
Es indudable que el país está enojado. Hace años que lo está. Basta con ver viejos videos del 2001 o añejos programas de televisión de la década del 80 (como los inolvidables monólogos de Tato Bores, por citar sólo uno), para comprender que la Argentina ha tenido casi de manera cíclica, crisis terminales como la actual.
Es cierto que hubo una clase política que fracasó. También, que ha habido gobernantes corruptos e ineptos. Pero no es menos cierto que los argentinos hemos sido ciertamente responsables de esos gobiernos.
Que hoy estemos enojados y tengamos que gritarlo, no parece ser una excepción en la historia.
La teoría del que grita más fuerte plantea que indudablemente, el que levanta la voz es más escuchado que el resto. Y ahora vuelve a suceder. El que grita más fuerte resultó el más escuchado. El más votado.
Habrá que ver si esos gritos son convenientes o si es mejor reflexionar y pensar el voto desde otra perspectiva.
La historia lo dirá.
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