Mucha esfervescencia popular, inexplicable desde quienes pretendieron reclamar –desde la tv, siempre el principal sitial opositor- que si JxC ganó por 9 puntos a nivel nacional, el peronismo debía estar triste. Pero no era el caso.
Dejemos de lado la pretensión televisiva de decirle al oficialismo cómo tenía que sentirse. ¿A qué se debió la impresión de que el peronismo había pasado favorablemente la elección, si efectivamente había quedado lejos? A algo muy simple: el stablishment había creído que era la hora del jaque mate. De la aniquilación. Del final para el peronismo y para el kirchnerismo tantas veces denostado.
Se había apostado al todo o nada. Al final del gobierno. A, como dijo Vidal, quitarle al peronismo la primer minoría en las dos Cámaras. O, como pretendió un Macri sin filtro, llegar a un “gobierno de transición”. La pretensión era esa, acorde a los abultados resultados conseguidos en las PASO.
Y para eso se agigantaron las expectativas. Creyeron que era el “no va más” para el gobierno que les ganó en 2019, y que ha tenido que lidiar con la peor situación económica y sanitaria del mundo en un siglo entero, como es la pandemia. Esa que la población no parece advertir cuando evalúa la afligente situación social.
Y a pesar de algunas zancadillas en Jx C (los apoyos de Bullrich y Macri a Milei, para perjudicar a Vidal y a Rodríguez Larreta), la elección les fue muy favorable: en el número porcentual final, fue apenas un punto menos de distancia hacia el Frente de Todos, comparado a las PASO.
Pero se distribuyeron los votos de otro modo: lo principal, fue que se achicó la diferencia en la crucial –y cercana a la CABA- provincia de Buenos Aires. Esto cambió la impresión: el casi empate que allí se produjo, trastocó por completo la percepción social del resultado.
Secundariamente, el peronismo recobró dos de las muchas provincias en que había perdido: Chaco y Tierra del Fuego. Casi la da vuelta en San Luis –perdió por medio punto-, y en cambio los votos adicionales de JxC no modificaron resultados: ya había ganado en Santa Fe o Entre Ríos, los 11 puntos que descontó en Tucumán no alcanzaron para triunfar allí.
Y es así que no perdió el gobierno la primer minoría en Diputados, tampoco en el Senado, donde sí resignó la anterior mayoría propia. Pero esto se compensó con la subida en Senadores de provincia de Buenos Aires, donde logró empatar a la oposición, lo cual le da ventaja al tener la presidencia de esa Cámara.
Siendo así, la derrota menos abultada de lo que se creyó, quitó de inmediato el fantasma de la crisis gubernativa, y del tan pretendido “final de ciclo” inventado por algunos periodistas. Una vez más, estos confundieron sus deseos con realidades, y el resultado fue ese paradojal triunfo sin alegría de la oposición, y derrota sin tristeza del gobierno nacional.
Por supuesto, para el oficialismo todo está por hacerse. Habrá que ver cómo termina la negociación con el FMI, necesariamente tortuosa; habrá que ver si en algo se doma a la inflación y –sobre todo- si la incipiente mejora económica puede reflejarse en poder adquisitivo de la población. Un enorme desafío.
En Juntos por el Cambio, las tensiones se mostraron ya el mismo domingo: no había radicales de peso en el podio del festejo, y los partidarios de JxC cantaban –insólitamente- “el que no salta es un radical”. Algunos reclamaban que los votos de Manes no habían ido todos a Santilli. Y un sector radical le había cantado días antes a Bullrich que “con Milei no se habla”.
Está claro: Macri y Bullrich quieren ir con Milei, Larreta/Vidal no están en esa sintonía. Tanto, que Larreta salió a hablar hace unas semanas de “monopolios” en la economía, y ahora a repudiar la brutal acción policial que acabó con el joven Lucas, donde los efectivos estaban de civil. La diferencia de línea es evidente.
La UCR quiere desperezarse del rol de aplaudidora del PRO que viene cumpliendo sin descanso durante seis años: Manes habla de “centro popular” mientras Milei es ultraderecha descarada, y así la distancia con Macri y Bullrich se ha hecho grande. Mientras, el jujeño Morales simula apoyo a Manes pero se juntó con Bullrich hace semanas para erosionar al “recién llegado” al radicalismo, quien pretende súbitamente alzarse con la más alta candidatura.
Complicaciones varias. Nadie la tiene fácil. Menos aún el ciudadano de a pie, que espera que la interrupción de la pandemia (que vuelve fuerte en Europa) le dé mejor horizonte de vida. Todo por delante. El gobierno, por ahora, salió del rincón defensivo. Pero nada garantiza el futuro para los inquilinos de la Rosada, ni tampoco para sus adversarios.-
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