Malargüe fue sede del Segundo Encuentro La Payunia 2024, cuyo objetivo es avanzar en el proceso para que la reserva natural mendocina, una de las regiones del planeta con mayor densidad de volcanes, sea declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
En el encuentro de trabajo, organizado por el Ministerio de Energía y Ambiente, participaron el coordinador de la Dirección de Áreas Protegidas, Francisco Immerso; Carlos Weiner, de la Dirección de la Delegación Zona Sur de Emetur, Graciela Viollaz, secretaria de Desarrollo Económico de la Municipalidad de Malargüe, y Roberto Molinari, consultor independiente y ex miembro del Comité Argentino del Patrimonio Mundial Unesco, que dirige los trabajos.
Además, se invitó a representantes de los sectores académico, turístico, científico y ciudadanos que quisieran participar. “El objetivo del segundo encuentro fue compartir los avances en la preparación del dossier y recibir aportes de los participantes sobre los contenidos que se encuentran en proceso de elaboración”, explicó Immerso.
La elaboración del dossier, que culminará luego de un tercer encuentro en noviembre, tiene como objetivo fortalecer las características específicas para que La Payunia califique como Patrimonio Mundial: los criterios de Valor Universal Excepcional, que significa una importancia cultural y/o natural tan extraordinaria que trasciende las fronteras nacionales y cobra importancia para toda la humanidad; los fenómenos naturales y áreas de belleza particulares, y los procesos geológicos en la evolución de las formas terrestres que hacen de este enclave un sitio único en el planeta.
Por qué la Payunia es un candidato firme
Según la Unesco, el concepto de Patrimonio Mundial tiene un carácter excepcional debido a su alcance universal. Los sitios del Patrimonio Mundial pertenecen a todos los pueblos del planeta, independientemente del territorio en el que se encuentren.
La Payunia no solo es uno de los sitios de mayor densidad volcánica del mundo, con un promedio de 10,6 volcanes cada 100 km: tiene además extensos escenarios cubiertos de coloridos materiales volcánicos, en los cuales habita un santuario de fauna y flora.
Su diversidad biológica la convierte en una de las regiones representantes de la estepa patagónica y además posee yacimientos arqueológicos que suman atractivo, tanto de interés turístico como científico y educativo.
Con más de 800 volcanes, los más destacados y frecuentados por los visitantes son el Payún Matrú (3.750 m), el más importante de la región; el Payún Liso (3.780 m), que contiene en su cráter un planchón de hielo en invierno y una laguna en primavera; y el Santa María, que se destaca por haber emitido una de las mayores coladas del área, que alcanza 17 km de longitud.
Otra zona de excepcional belleza es Pampas Negras, una amplia superficie recubierta por un manto de material eyectado por el volcán –lava fragmentada o material piroclástico–, de pequeño tamaño y color muy oscuro, denominado lapillis. El Campo de Bombas es una zona colmada de formaciones circulares de material piroclástico denominadas “bombas volcánicas”.
El ambiente desértico alberga especies que se adaptan al clima riguroso. Se calcula que en la zona viven unos 14.000 guanacos, además de zorros grises, zorros colorados, gatos del pajonal, liebres maras y piches patagónicos.
También habitan la región aves como el chorlo cabezón, la monjita castaña, el yal carbonero, la calandria mora y el choique (ñandú petiso). Cuenta con reptiles como el matuasto de las flechas, el geko austral, y varios endemismos –especies exclusivas de una o unas pocas regiones–, como el lagarto cola de piche y la lagartija escorial o de la Payunia.
En cuanto a flora, se destacan las cactáceas que habitan este ambiente árido, y pastizales, como el tupe, la flechilla y el junquillo. Cuenta con arbustos como el solupe negro, la leña amarilla, tres especies de jarilla, la pichanilla y la melosa. Antiguamente, los pobladores del lugar utilizaban la raíz de la leña amarilla para encender fogatas y plantas como la pichana de flores amarillas, para preparar tinturas, entre otros muchos usos comestibles y medicinales de la flora nativa.
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