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Los grandes boxeadores. Muhammad Alí

26/07/2020 13:55
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La Historia del boxeo. Capítulo XII


Alí fue la máxima figura en la “Época de Oro” de los pesos pesados y quizás en la historia. Al finalizar el siglo XX, fue galardonado a nivel mundial por su actuación dentro y fuera del ring; la revista Sports Illustrated y la BBC, entre otros, lo nombraron el “Deportista del Siglo”. Cuando Alí dijo por primera vez “soy el más grande”, quizás nunca se imaginó el peso que llevarían esas palabras.

Para mí sí fue el más grande de la historia. Trascendió boxeando, y lo hizo a lo grande. Pero también como hombre, como gran defensor de su raza, y fundamentalmente como un gran pacifista.

Cassius Marcelus Clay Jr, luego Muhammad Alí, flotaba como una mariposa y picaba como una abeja y a esto él se refirió una y otra vez. Su boca llegó a ser más letal que su gancho de izquierda o su jab. Él bailaba, él jugaba y se burlaba, él demolía. Pero aún había algo más en Alí que su mero carisma. Algo que quizá fue definido de la mejor manera por Floyd Patterson, uno de sus grandes rivales: “Al final entendí que yo no era más que un boxeador y que él, en cambio, era historia”.

Nació en Louisville, Kentucky, el 17 de enero de 1942, y ganó el honor de representar a los Estados Unidos en las Olimpíadas de 1960 en Roma. Alí disputó al polaco Zbigniew Pietrzykowski la medalla de oro y, naturalmente, se había predicho grandes cosas para sí mismo.

Su primera chance real para hacer con sus puños lo que se había vislumbrado en su paso por el amateurismo fue el 25 de febrero de 1964, contra el campeón de los pesos pesados Sonny Liston. Las probabilidades que Clay tenía de ganar eran mínimas.

Liston venía de vencer con dos nocauts en el quinto round al antiguo campeón Floyd Patterson, y parecía imbatible. El médico de aquella pelea, un hombre llamado Robin, pareció haber estado de acuerdo con las escasas chances de Alí, basándose en su examen preliminar: “Está emocionalmente desequilibrado –decía el doctor Robin–. Reacciona como un hombre que teme mucho a la muerte. Teniendo en cuenta la velocidad de sus pulsaciones, está quemando (consumiendo) energías a una velocidad enorme”. Liston estaba muy confiado y poco preparado para cualquier resultado menos para una derrota rápida. En las rondas iniciales, la velocidad de Clay lo mantuvo lejos de la poderosa cabeza de Liston y de sus golpes al cuerpo, ya que utilizó su altura y la ventaja de su alcance para vencer efectivamente a Liston de un puñetazo. El fin vino cerca del sexto round, cuando Liston se retiró a su banco, aclamando que su hombro estaba dislocado. Clay brincó de su esquina, proclamándose “Rey del Mundo”.

Inmediatamente después del combate de Florida, Alí reconoció sin tapujos su pertenencia a la nación del Islam, y a partir del 6 de marzo de 1964 renunció a su nombre de esclavo (Cassius Clay se llamaba el amo del tatarabuelo del campeón). Estas decisiones provocaron una oleada de críticas, incluso entre la comunidad negra, que veía con desconfianza la postura radical de los musulmanes negros.

Luego emprendió una gira multitudinaria por Nigeria, Ghana, Egipto, cuyo enorme éxito reparó todos los agravios sufridos en los EEUU. Le entusiasmaba que lo reconocieran en países donde nadie había oído hablar de Joe Louis, y mucho menos de Rocky Marciano. Fue su primer contacto con lo que significaba ser Muhammad Alí, símbolo internacional, un púgil más importante que el propio campeonato del mundo. Era el hombre más famoso de la Tierra.

El 25 de mayo de 1965, en Lewiston, Maine, tuvo lugar la revancha contra Sonny Liston, un combate que nos dejó de recuerdo la imagen fotográfica más perdurable de Alí y un KO que él mismo llamó “el golpe de ancla”.

Transcurrido el minuto justo de la pelea, Sonny Liston arremete con la izquierda contra el campeón, que se apoya en las cuerdas. Reculando, este lo evita por muy poco, al tiempo que gira hacia delante lanzando una mano descendente que da de lleno en la sien de Liston.

Fue tan inesperado y tan rápido, que en tiempo real apenas se distingue un latigazo borroso… Esa noche muchos gritaron ¡tongo!… El entrenador Chicky Ferraro dijo entonces: “El golpe dejó liquidado a Sonny. Caído de espaldas, con los brazos hacia atrás, pestañeó tres veces, como tratando de despejarse la cabeza, y yo miré hacia su esquina, a Willie Reddish. Me di cuenta por la cara que se le puso que su boxeador estaba en serios apuros”. Retorciéndose en el suelo del ring de Lewiston, el temible Sonny Liston dio por terminados sus días de gran púgil.

La siguiente pelea de Alí fue con Floyd Patterson. Erigido en estandarte de la América bienpensante, desafió al campeón tachándolo de extremista y considerando públicamente que era indigno del título. No obstante, lo que más irritó al loco de Louisville fue que continuara llamándole Clay, despreciando su nombre musulmán.

En el primer asalto se limitó a esquivarlo sin golpearlo ni una sola vez. En el segundo comenzó a lanzarle suaves jabs. En el tercero añadió los ganchos… Y así, aumentando deliberadamente el castigo, pero sin intentar noquearlo, humillándolo, Muhammad Alí prolongó la pelea hasta el duodécimo, cuando el árbitro detuvo la carnicería.

Desde entonces, Alí, usando una brutal combinación de velocidad y poder, defendería ocho veces su título, derrotando a boxeadores de la envergadura de Ernie Terrel y Zora Folley. La pelea con Folley, el 22 de marzo de 1967, sería la última por el título para Alí durante cuatro años. Porque en 1967 le quitaron el título, cuando rehusó alistarse en el ejército por razones religiosas.

Había empezado su combate contra el gobierno. Sorpresivamente, lo declararon I-A, apto para el servicio, de modo que en cualquier momento podían llamarlo a filas. Era el campeón del mundo, le esperaba un destino cómodo lejos del frente, una maniobra propagandística similar a la de Elvis Presley, años atrás. Sin embargo, cuando le preguntaron acerca de Vietnam, del presidente y etc, en lugar de la declaración patriotera de rigor, a sabiendas de lo que se jugaba, respondió: “No voy a pelearme con el Vietcong ese”.

Robert Lypsyte, del New York Times, presente entonces, declara: “Ese fue el momento de Alí. Durante el resto de su vida, la gente iba a amarlo o a odiarlo por aquella frase, que pudo parecer una declaración formal pero que de hecho fue algo que se sacó de la manga, improvisando”. Comenzó a recibir amenazas de muerte y el abucheo generalizado, pero reaccionó afirmando su posición, estudiando el tema, dando charlas en las universidades. Es muy importante recordar que la opinión pública todavía no estaba mayoritariamente en contra de la guerra, ni mucho menos.

Joe Frazier y Jimmy Ellis ganaron entretanto el campeonato de los pesos pesados, mientras el converso Muhammad Alí aguardaba su tiempo. Volvería al ring el 8 de marzo de 1971 para pelear con Frazier la primera de una de las tres peleas más recordadas, por feroces y excitantes. En ella Alí perdió por puntos en los quince rounds, pero luego se restablecería con mucha energía.

Dos años después, George Foreman se llevó el título de Frazier en Kingston, Jamaica. Pero un 30 de octubre de 1974, Alí se convertiría en el segundo hombre en ganar el campeonato de los pesos pesados, venciendo por nocaut en el octavo round a Foreman, en Kinshasa, Zaire. Muhammad puso en práctica tácticas defensivas, para salvar o guardar energías y descargarlas luego en una serie de durísimos golpes.

Después de tres defensas contra Chuck Wepner, Ron Lyle y Joe Bopner, Alí detuvo a Frazier en el round 14 de una pelea celebrada el 1 de octubre de 1975. Pero en un round defensivo de un encuentro contra retadores mediocres, Alí fue a la lona por la brutalidad de Leon Spinks. Se había mostrado extraordinariamente débil contra el joven luchador, en aquella pelea de Las Vegas del 18 de febrero de 1978. Y Spinks terminó con el intento de Alí de ser el ganador del título mundial por tercera vez.

Siete meses después, en septiembre de ese mismo año, Alí recobró el título frente al mismo Spinks, tomando ventaja de una pobre defensa y un ataque indeciso.

En 1980 comienza la decadencia, al perder por abandono en el undécimo round ante Larry Holmes. Ya se imponía el retiro. Subió por última vez a un ring. En Nassau, Bahamas, enfrentó al joven Trevor Berbick. Ya tenía 40 años, su peso era mayor, ya no flotaba como una mariposa ni picaba como una abeja. Llegó al último round exhausto, y perdió por puntos.

En 1984 se hizo público que padecía el mal de Parkinson. En 1990 ingresó en el Salón de la Fama del Boxeo, y en una imagen conmovedora, en 1996 encendió la llama olímpica en la ceremonia de inauguración de los Juegos de Atlanta.

Se casó en cuatro oportunidades, y su hija Leila se desempeña en el boxeo profesional femenino.

Falleció el 3 de junio del 2016, en un hospital en Phoenix (Arizona) a los 74 años tras ser ingresado unos días antes. El boxeador llevaba 32 años batallando contra la enfermedad de Parkinson, un desorden del sistema nervioso que afecta al movimiento. Así desaparecía un icono de este país, una de estas figuras que sirve para explicar qué significa ser estadounidense, un hombre controvertido cuya trayectoria, desde los desgarros sociales de los años sesenta a la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca en 2009, define la historia reciente de EE UU.

Muhammad Ali (o Mohamed Ali) no era estrictamente un político, ni un activista, pero su influencia fuera del cuadrilátero desborda la de cualquier otro deportista de su tiempo. El impacto de sus gestos —su conversión al Islam, su rechazo a luchar en Vietnam— es comparable al de los discursos de Martin Luther King, o las manifestaciones masivas contra la guerra. Ali es un espejo, incómodo muchas veces, pero afinado, de los Estados Unidos de su tiempo

En sus diez años netos de boxeo, Muhammad Alí influyó sobre toda una generación de pugilistas, que no sólo copiaban su estilo físico sino sus ataques verbales a sus oponentes, que consistían en insultos y versitos más o menos ingeniosos.

Pero aquellos que estudiaron su estilo de boxear se beneficiaron mucho más. Porque Alí se movía en el ring con mucha inteligencia, hasta llegar a dibujar guías del estilo de sus oponentes. Los enfrentaba moviendo la cabeza en forma enloquecedora, fuera de todo alcance, para desorientarlos y terminar descargándoles verdaderas ráfagas de golpes.

En su obra maestra Rey del Mundo, David Remnick, ganador del premio Pulitzer, le pregunta en una entrevista cómo le gustaría que la gente lo recordara y el viejo Alí le responde: “Como un negro que ganó el título mundial de los pesos pesados y que tenía sentido del humor y que trató a todos con justicia. Como un hombre que nunca miró por encima del hombro a quienes así lo miraban a él y que ayudó a tantos de los suyos como le fue posible, no sólo financieramente, sino también en su lucha por la libertad, por la justicia y por la igualdad. Como un hombre del que los suyos no se avergonzarían”…

Sus dichos inolvidables…

Muhammad Alí siempre fue prolífico en poner sobrenombres a sus rivales. Aquí tienen alguno de ellos:

  1. “La Momia” (George Foreman)
  2. “El Oso Feo” (Sonny Liston)
  3. “Drácula” (Leon Spinks)
  4. “El Cacahuete” (Larry Holmes)
  5. “El Conejo” (Floyd Patterson)
  6. “El Gorila” (Joe Frazier)
  7. “El Pulpo” (Ernie Terrell)
  8. “La Bestia” (Oscar Bonavena)
  9. “La Bellota”, en referencia a su calvicie (Earnie Shavers)

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