La dictadura militar en Chile, que comenzó con el golpe de Estado de Augusto Pinochet, son temas que ocupan desde hace muchos años a Joan del Alcázar. El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia incluso aportó un peritaje a la Audiencia Nacional española, en el marco del proceso que abrió en su día el juez Baltasar Garzón contra Pinochet y que llevó a su detención en Londres, en 1998. Con él conversamos sobre lo que significó en Europa lo ocurrido en Chile en 1973.
¿A qué atribuye el impacto internacional que tuvo el golpe de Pinochet?
Joan del Alcázar: La vía chilena al socialismo fue, para buena parte de la izquierda mundial, por lo menos para la occidental, una especie de alternativa, surgida casi de la nada, pero con una enorme carga simbólica que despertó esperanzas, interés, apoyo, y que, sin embargo, se vio dramáticamente truncada cuando los cazas de combate bombardearon ni más ni menos que el palacio presidencial, y al mismo tiempo acabaron con el proyecto chileno.
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¿Qué diferenció al caso chileno de otros?
La experiencia chilena fue novedosa. Tiene una singularidad: es una "revolución” institucional. Allende y la coalición que lo sustenta renuncian a la lucha armada y anuncian a quien quiera escucharlos que ellos van a avanzar hacia el socialismo, sin abandonar los cauces republicanos, institucionales. Pero, al mismo tiempo, hay una enorme contradicción, porque Salvador Alende recibe a Fidel Castro en noviembre de 71 llamándole 'comandante de la esperanza revolucionaria latinoamericana', y anuncia que lo que él y la Unidad Popular pretenden es llegar al mismo lugar al que ha llegado Cuba, solo que por otra vía. Y eso horroriza a los estadounidenses. Torpedean todo desde el comienzo. Pero no se puede olvidar que en Chile existe un importante sector social y político que no sintoniza en absoluto con la propuesta de Allende. Cuando Allende triunfa en las elecciones presidenciales del 70, obtiene el 36,4 por ciento de los votos. El casi 64 por ciento restante no vota por Allende.
Durante el gobierno de Allende, el país se polariza cada vez más, hay problemas de inflación, hay problemas de orden público, hay problemas de producción, hay huelgas permanentes, manifestaciones diarias, por lo tanto, el golpe no es una sorpresa. Pero sí lo es en su brutalidad. Tiene una brutalidad absolutamente inconcebible e inesperada. Este golpe militar fue un punto y aparte, por su salvajismo, por su extrema virulencia, por su brutalidad, que luego fue siendo confirmada por las detenciones, las desapariciones, las torturas, los centros clandestinos.
¿Qué diferenció a la dictadura de Pinochet?
Las dictaduras militares en América Latina, no en Chile, pero sí en el conjunto del continente, habían sido moneda frecuente hasta los años 60, 70. A partir de entonces, lo que se producirá será un cambio en la tipología de la dictadura militar. Y serán lo que, a partir de entonces, se llaman dictaduras de seguridad nacional. Entienden que hay un enemigo interior, que es el comunismo. Ese será un cambio muy significativo.
¿Tuvo consecuencias en Europa?
Hay una cuestión de extrema relevancia, que tiene que ver con la concepción de lo que es un sistema democrático. Lo que es la democracia, vista desde la izquierda, en los años 60 y 70. Me cuento entre aquellos que piensan que la experiencia chilena significó un replanteamiento completo, absoluto, de la izquierda a propósito de la idea de la democracia. La primera explicación, y a mi juicio la más razonable, viene de los comunistas italianos. Enrico Berlinguer será el que revalorizará la idea de democracia, como un objetivo en sí mismo. Ese es un cambio radical en la izquierda. Lo que ocurre en Chile enseñó que no es suficiente avanzar, si ese avance no genera los consensos necesarios como para que no sean reversibles. Y creo que esa es una gran aportación de la experiencia chilena a la política internacional y, particularmente, a la europea.
¿Qué impacto tuvo en la España de las postrimerías del franquismo?
El golpe de Chile fue un mazazo. Lo que puedo decirle es que, tras la estupefacción inicial, el Chile de la resistencia fue un punto de conciliación entre las izquierdas hispanas, y, además, un motor en la lucha por la democracia y por llevar la transición española a buen puerto. Quilapayún, Inti Illimani, Víctor Jara, Violeta Parra, Pablo Neruda, los versos, las canciones, se convirtieron de alguna manera en la banda sonora de la lucha antifranquista de aquellos años.
¿Cuál fue su papel en la causa que, a fines de los 90, se abrió en la Audiencia Nacional de España contra Pinochet?
Fue una cosa fortuita. Cuando Pinochet llegó a Londres, el juez Baltasar Garzón decidió enviar una orden de detención al gobierno británico. Se inició un proceso judicial, en el que había una acusación de crímenes de lesa humanidad. La defensa del general Pinochet argüía una figura de la legislación británica, que es la llamada inmunidad soberana. La acusación rebatía que el golpe fue protagonizado y dirigido no por el general Pinochet sino por una junta militar de la que formaba parte. Por lo tanto, no era presidente de la República y no se le podía aplicar ningún tipo de inmunidad soberana.
Yo tenía una serie de documentos. Entre otras cosas, el discurso de toma de posesión de Pinochet, en el que decía, de manera taxativa y explícita, en junio de 1974, ‘desde hoy asumo el mando supremo de la Nación'. Si lo asumía, era porque antes no lo tenía. Eso llegó a conocimiento del juez Garzón, porque yo envié una carta al diario El País. Me pidieron un peritaje, en el que yo expliqué el tema, como lo hacemos los historiadores, basándome en las fuentes, y muy especialmente en ese discurso, y fui convocado a la Audiencia Nacional. El Juez Garzón me tomó declaración, el informe se tradujo al inglés y se trasladó a Londres. Esa fue mi participación en el proceso.
¿Qué sintió usted con este caso y la impunidad final de Pinochet?
Tuve en su momento, y lo conservo todavía, un sabor agridulce. No hay que olvidar que Augusto Pinochet permaneció 503 días detenido en Londres, lo que significó un golpe irrecuperable para su soberbia. Era una persona muy soberbia, muy autoritaria, que se creía por encima del bien y del mal, que se consideraba el salvador de Chile y una especie de campeón mundial del anticomunismo. Por lo tanto, esos 503 días no se los quitó nadie. La segunda idea importante es que, cuando sus abogados perdieron los sucesivos recursos, debieron recurrir a alegar que el general Pinochet prácticamente era un enfermo, con unas capacidades mentales muy disminuidas, y eso también significó una humillación de gran tamaño.