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Recordando a Víctor Legrotaglie: Una entrevista inolvidable

El legado del Víctor perdurará en la memoria de todos los que tuvieron el privilegio de verlo jugar y de aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo. Su amor por el fútbol, su talento incomparable y su carisma inigualable lo convierten en una figura eterna en la historia del deporte mendocino

Redacción
30/03/2024 16:32
Víctor Legrotaglie
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Murió Víctor Legrotaglie, una leyenda del fútbol mendocino cuyo legado trasciende las canchas y se enraíza en la identidad de la provincia  y para honrar su memoria, recordamos sus propias palabras, extraídas de una entrevista realizada en 2014 por la revista futbolera Don Julio.

Legrotaglie, conocido cariñosamente como "El Víctor", compartió anécdotas de su vida marcada por el amor por el fútbol y su arraigo a su tierra natal, Mendoza. Su humildad y su pasión por el juego fueron pilares que lo convirtieron en un ícono indiscutible.

Yo podría ser millonario. Me vinieron a buscar de todos lados. Pero no me quería ir de Mendoza. Las pocas veces que me fui volví rápido. Y acá, usté lo ve, la gente me quiere mucho. Pero podría haber sido muy millonario, eh.

—¿Y se arrepiente de eso?

—¡Qué me voy a arrepentir! Si yo la viví toda.

Es una mañana soleada en el centro de Mendoza. Víctor Antonio Legrotaglie, leyenda del fútbol mendocino, se ríe y toma café. Hablar con Legrotaglie —El Víctor, a secas, para todos– es una tarea complicada. Cada tres personas que pasan una lo saluda o se acerca o lo abraza o le pide un autógrafo o le tira un chiste.

—¡Grande, Víctor! Yo jugué con usted en el potrero de Tamarindos. ¿Se acuerda? —grita un pelado apurado y sigue camino.

Legrotaglie levanta la mano derecha, asiente con la cabeza, saluda.

—Víctor, ¿lo conoce?

—No tengo idea quién es —dice y vuelve a reír.

***

Década del ’50. Las Heras, departamento popular que queda al norte de la ciudad de Mendoza. Casas bajas, veredas altas. Viñedos de un lado, viñedos del otro. En el medio, canchas de tierra. Muchísimas canchas de tierra. Son épocas de potreros.

Un pibe pintón, flaquito, sonrisa tatuada, picardía innata, juega a la pelota como ninguno puede jugar. La rompe. Lo vienen a buscar de todos los barrios para que juegue con ellos. Un día juega acá, otro día juega allá. Lo único que le importa es eso que hará toda la vida: jugar.

—Ya de chico, el Víctor era crack. Cuando jugábamos en la cancha de Tamarindos lo teníamos que hacer jugar de tres, con la condición de que no pasara la mitad de la cancha. Ésa era la única forma de que otros equipos nos quisieran jugar. “Si juega el Víctor, nosotros no jugamos”, nos decían.

El Cato Aguilar es un conocido hincha de Gimnasia y Esgrima de Mendoza. Nació cerca de la casa de Legrotaglie, lo conoció de chico, compartió años con él y sabe mucho de ese zurdito pintón que era obligado a jugar de tres.

—En la primaria había una maestra terrible, la Guidolfi. Una vieja hija de puta, mala mala. Si no le gustaba la tarea, te rompía la hoja a la mierda. Una vez le hizo eso al Víctor, le devolvió la hoja hecha un bollo, y el Víctor se puso a payanear con la hoja en el medio del aula. La vieja se volvió loca.

***

Legrotaglie nació el 29 de mayo de 1937 en Las Heras. De pibe jugó en 5 de octubre, un equipo que participaba de la Liga Lasherina. Ahí empezó a demostrar que era un jugador fuera de lo común. Ahí lo empezaron a ver varios buscadores de talentos que rondaban los potreros mendocinos. 5 de octubre fue el Cebollitas del Víctor. Llegaron a estar 100 partidos invictos.

Jamás hizo Inferiores. Lo querían varios clubes, pero él seguía en 5 de octubre con sus amigos. Su padre y sus siete tíos eran de Independiente Rivadavia. Sólo su madre era de Gimnasia y Esgrima, eterno rival de Independiente.

El Víctor eligió Gimnasia.

—Debuté en Gimnasia a los 19 años, sin hacer Inferiores, y me quedé más de 20 años. Gimnasia es mi casa, ahí viví momentos muy lindos –recuerda Legrotaglie, mientras aprovecha para venderle a algún parroquiano un ejemplar de su libro “El Víctor”, de reciente publicación.

—El Víctor era un hijo de puta, hacía lo que quería —nos interrumpe Raúl, quien se suma al café sin pedir permiso—. Yo lo vi hacer payanitas con una moneda.

—¿Con una moneda?

—Sí. Tiraba una moneda contra el piso, rebotaba y la agarraba con la zurda: tac, tac, tac. Yo lo vi con mis ojos, no me lo contaron. ¿Sabés la de apuestas que ganaba haciendo eso? Probá hacer payanas con una moneda, vas a ver.

—Increíble.

—Que te cuente la que se mandó en la Iglesia.

—Víctor, ¿qué hizo en la Iglesia?

—Nada, un día me robé una pelota nueva que habían comprado en la Iglesia; me tenté. En mi casa era difícil comprar una pelota nueva y el cura se descuidó, y a la mierda, me la llevé. ¡No sabés lo que era esa pelota!

—¿Y qué pasó?

—Al otro día el cura empezó a decir que Dios iba a castigar al que se había robado la pelota, y cosas así. ¡Yo me pegué un cagazo! Dije: “Dios me va a meter una patada en el culo”. Así que a la noche tiré la pelota al patio de la Iglesia.

—Se salvó del castigo.

—Era muy chico. En esa época creía en Dios.

***

Legrotaglie, además de jugar en Gimnasia, donde es ídolo, también vistió la camiseta de Chacarita Juniors, Atlético Argentino de Mendoza, Atlético de la Juventud Alianza de San Juan, Independiente Rivadavia, Américo Tesorieri de La Rioja y la Selección de Mendoza.

En el Lobo jugó 450 partidos. El club en el que más partidos jugó, después de Gimnasia, fue Atlético Argentino, con apenas 21 encuentros.

En Gimnasia mostró lo máximo de su talento. Aún hoy se recuerdan partidos épicos del Víctor y sus compadres, como llamaban al Lobo de esos tiempos. De boca en boca, las hazañas de Legrotaglie siguen vivas, como la historia de un pueblo, con su literatura y su música, con sus lugares y sus ídolos. Esos relatos ya hacen a la identidad de estos pagos.

“Esa maravillosa Mendoza, la del vino, la cueca, la que parió grandes músicos y poetas, le puso al Víctor en sus pies lo que le puso a Tito Francia en su guitarra y a Tejada Gómez en su poesía.”,César Luis Menotti, en el libro El Víctor.

***

Es un día cualquiera del año ’70. Gimnasia juega en su estadio por el Campeonato Nacional. No importa el rival. Puede ser un grande de Buenos Aires o no, lo mismo da. Los hinchas caminan por calle Lencinas hacia la cancha.

Un Rastrojero cargado llega al estadio. Bajan una guitarra, un bandoneón, un contrabajo. La orquesta de los hermanos Rosales tocará hoy. No será en el campo de juego. Tampoco en las tribunas. El concierto será en el vestuario local.

Los jugadores se cambian. Algunos se vendan, otros reciben masajes. Varios más están pendientes de que no falte ninguna cábala. Los hermanos Rosales empiezan con su función. Suena una canción que ya es himno.

“Hoooy, el Lobo está de fiestaaaa, lleeeegó el Víctor y su orquestaaaa.”

Todos cantan. Legrotaglie baila, algunos se suman. Aplauden. Así, Gimnasia y Esgrima de Mendoza espera un partido. Nada de concentrar, nada de charlas tácticas que aburren, nada de estar serios y preocupados. El fútbol tiene que ser siempre una fiesta. Afuera y adentro de la cancha. El Víctor profesa un fútbol feliz. Y sus feligreses aumentan.

***

—A ese Gimnasia le podía ganar cualquiera, pero antes había que quitarle la pelota –cuenta Rubén Lloveras, historiador del deporte mendocino.

Gimnasia siempre fue sinónimo de buen juego. No valía ganar como sea. Primero había que jugar bien y brindar un espectáculo para el público. Ganar era una consecuencia lógica del buen juego.

—Si para jugar levantabas la pelota más de 30 centímetros del piso, entonces no tenías lugar en Gimnasia.

Legrotaglie lideró al Lobo mendocino en los Nacionales del ’70, ’71 y ’72. El equipo nunca llegó a instancias finales, pero sí logró meterse en la memoria de un pueblo. Y el tiempo ha enseñado que muchos pueden ser campeones, pero pocos son los que esquivan el olvido.

El partido más recordado de aquellos torneos es una goleada a San Lorenzo, en el Viejo Gasómetro, 5-2, en el Nacional del ’71.

En un momento, el árbitro Roberto Goicoechea se acercó a Legrotaglie, cuando eso ya se parecía más a un baile que a un partido.

—O paran con esto o yo no me hago cargo de lo que pueda pasar —le ordenó el referí.

Legrotaglie le dijo que se quedara tranquilo.

—Y paramos un poco la mano, porque le podríamos haber hecho diez.

—¿Fue para tanto?

—Pibe, los mismos hinchas de San Lorenzo, que primero nos puteaban, después gritaban “oooole, oooole”, cuando la tocábamos. Nos terminaron ovacionando.

“El Víctor, como lo fue Carlovich, Enrique Omar Sívori, Ermindo Onega, como lo fue Rojitas y tantísimos otros, simboliza esa galería de talentosos jugadores con estilo y estirpe que supieron darle una identidad a nuestro fútbol.”, Roberto Perfumo, en el libro El Víctor.

 ***

Gimnasia -y sobre todo Legrotaglie- tenía un arma letal: los tiros libres. No ensayaban jugadas de pelotas paradas, no había laboratorio ni pizarrón. Para nada. Los tiros libres iban al arco y punto.

 

El equipo tenía grandes pateadores: el Víctor, el Polaco Torres, el Bolita Sosa y Montes de Oca, entre otros.

Legrotaglie tenía una zurda prodigiosa. Un tiro libre cerca del área era más peligroso que un penal.

Una tarde, en cancha de Gutiérrez, Gimnasia tuvo como diez tiros libres. Ninguno fue al arco. Todos afuera. Los hinchas se preguntaban qué pasaba. El equipo venía con una racha ganadora en la Liga Mendocina. En los últimos partidos había marcado uno o dos goles de tiro libre en cada juego.

—Yo no entendía qué pasaba —recuerda Cato, el conocido hincha del Lobo—. Cuando terminó el partido me fui derecho al vestuario, estaba re caliente. “Escuchame”, le dije al Víctor, “¿qué mierda les pasó que no metieron un solo tiro libre?”. El Víctor me miró, se sonrió y le dijo a Aceituno: “Contale vos”.

—¿Sabés qué pasa, Cato? —me dijo Aceituno–. Habíamos apostado a ver quién le pegaba al fotógrafo.

Eso era Gimnasia: un equipo increíble.

—Y ahí empecé a hacer memoria —se sonríe Cato—. ¡Era cierto! En cada tiro libre el fotógrafo se corría o agachaba la cabeza porque la pelota le pasaba cerca.

El partido terminó 2-1 a favor de Gimnasia, pero eso a nadie le importa.

***

Legrotaglie anotó 116 goles en su carrera. Aunque no hay registros oficiales sobre cómo fueron cada uno de esos tantos, se estima que marcó más de 60 de tiro libre y 12 olímpicos.

Goles más, goles menos, si hay un aspecto que todo el que vio jugar al Víctor destaca, ese don, esa cualidad asombrosa, es su pegada.

Oscar Guzzo, abogado, hincha de Gimnasia y sobrino de Tito Guzzo, recordado presidente del Lobo en 1963, no se olvida las imágenes que vio de chico.

—En los entrenamientos, el Víctor hacía apuestas. Al arquero titular le jugaba que de 12 penales, diez iban a los palos y dos adentro. Y le salía.

En el fútbol de hoy casi no se ven goles olímpicos. Legrotaglie marcó muchos. Da la sensación de que cada día que pasa son más y más y más.

—Lo vi hacer muchos goles olímpicos. Siempre desde la punta derecha, pegándole con un tremendo efecto. La pelota, cuando llegaba al arco, giraba en comba hacia adentro, al primer palo. Era rarísimo porque los tiraba todos con la misma precisión. Con los pibes de mi edad nos pasábamos horas queriendo tirar un córner para que entrara al arco. Solos. Sin arquero. Y nadie lo hacía —rememora Guzzo.

Otro que también da fe de la calidad de Legrotaglie para pegarle a la pelota es Oscar Zavala, experimentado periodista mendocino, que comparte una anécdota que pinta lo que generaba el Víctor en los rivales.

—Fue en un partido con Talleres. Había llegado un santafesino a jugar en el Matador. Al Víctor le hicieron una falta en el borde del área. Un defensor de Talleres le dijo al árbitro: “Señor, fue adentro del área, es penal”. El santafesino no entendió nada y le gritó: “¡¿Sos pelotudo, cómo le pedís penal?! ¡Mejor si cobró tiro libre!”. Y el compañero le contestó: “No, boludo, en esa distancia es gol seguro del Víctor”.

—¿Y qué pasó?

—Por supuesto que fue gol del Víctor.

***

—La pegada se entrena. Yo me pasaba horas y horas y horas pegándole a la pelota. En el potrero de Tamarindos, cuando me entrenaba en Gimnasia, en todos lados. Eso no es casualidad —dice el Víctor.

***

Llegamos al estadio de Gimnasia para hacer las fotos. No se está entrenando el plantel de Primera. No encontramos al canchero. Sólo vemos a unos albañiles, que están haciendo obras para mejorar la cancha.

—Víctor, tenemos que avisar en Secretaría que vamos a entrar a la cancha –le decimos, con el fotógrafo.

—¡Qué vamos a avisar, si esta cancha es mía! —dice y larga una carcajada.

Razón no le falta: el estadio del Lobo se llama Víctor Antonio Legrotaglie.

***

“Cuando jugaba para Argentinos Juniors tuve el privilegio de enfrentarlo en aquellos viejos Nacionales y recuerdo que no había manera de poder quitarle la pelota, la tenía atada a su zurda y era un verdadero espectáculo ver las fantasías que hacía adentro de un campo de juego.”, José Pekerman, en el libro El Víctor.

***

Legrotaglie era muy amigo de otro grande del deporte mendocino: Nicolino Locche. El Víctor y el Intocable eran el ejemplo de esos deportistas talentosos, populares, bohemios. Eran ídolos de su pueblo. Y eran, sobre todo, dos caraduras.

En una época los dos vivían en Chacras de Coria, un coqueto distrito del departamento Luján de Cuyo, al sur de la ciudad de Mendoza.

Cerca del mediodía de un domingo sonó el timbre en una casa de Chacras. Eran Legrotaglie y Locche, el mejor futbolista de Mendoza y el mejor boxeador, acaso, de la Argentina. Los dos cracks iban a buscar a un amigo para que los acompañara en una jodita.

—¿Qué hacen acá, en qué andan? —dijo el amigo, que en esta anécdota mantendrá el anonimato, cuando les abrió la puerta.

—El Nicolo salió a comprar los ravioles y me pasó a buscar. Nos vamos a Salta. ¿Te venís? —le propuso el Víctor.

—¿A Salta? ¿A qué van a Salta?

 

—Nos vamos a visitar a unos indios, amigos del Nicolo.

—Ustedes dos están en pedo. El Víctor y Nicolino se tuvieron que ir sin el tercer miembro del grupo.

—Eso fue un domingo al mediodía —recuerda el amigo anónimo-.A la tarde me llama la Lucha, esposa del Víctor, para preguntarme si sabía algo. “No, Luchita, ni idea”, le dije.

—¿Cuándo volvieron?

—Pará, eso no es nada. Pasan dos días. El martes me llama Don Paco Bermúdez, entrenador de Nicolino. “Me han dicho que usted sabe dónde está el Nicolino”, me dijo Don Paco. “Sí, Don Paco, está en Salta, con el Víctor”, le contesté.

—¿Y qué dijo Bermúdez?

—Estaba como loco. El Nicolino peleaba el sábado en el Luna Park contra un brasileño y el Víctor jugaba contra la Lepra también el sábado.

—¿Y qué hicieron?

—Volvieron el jueves. El Nicolino, como llegó, armó el bolso y se fue a Buenos Aires. El sábado lo paseó al pobre brasileño. Y el Víctor fue figura ante la Lepra. Esos dos, no te miento, no se podían creer. ¡Habían salido a comprar ravioles y terminaron en Salta!

***

Tomás Felipe Carlovich es otra leyenda del fútbol rosarino. El Trinche es muy amigo de Legrotaglie. Una amistad que nació cuando el rosarino vivió en Mendoza y jugó para Independiente Rivadavia en la década del ’70.

—“Cada vez que venís para acá se olvidan de mí”, me dijo Víctor la última vez que anduve por Mendoza —le cuenta el Trinche a Don Julio, desde su casa, en Rosario—. Cuando fui allá, con unos amigos comimos en su casa. Llegamos y el Víctor me dijo: “Ustedes tienen que venir más seguido”. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque nunca, nunca, nunca, tuve la heladera tan llena como ahora para recibirlos”.

Un día Legrotaglie y Carlovich jugaron juntos. El Trinche reforzó a Gimnasia en un amistoso ante Boca, por la venta de Darío Felman a ese club.

—No sabés lo que fue compartir la cancha con el Carlo —recuerda el Víctor—. El Toto Lorenzo no quería saber nada más con nosotros. A Suñé lo agarramos y lo volvimos loco haciendo cabecitas. Fue una cosa de locos. Pero no hay filmaciones de eso, una lástima.

***

—Yo no miento cuando digo que me buscaron de muchos lados. Me buscaron del Real Madrid, del Santos de Pelé, del Inter de Italia.

—¿Y por qué no se fue?

—No quería. Yo quería estar acá. Además, acá, en ese momento, me pagaban muy bien. Yo tenía boliches, autos, tenía de todo.

—¿Cómo fue lo del Real Madrid?

—Mandaron al cónsul para convencerme. Me regaló un reloj, no sabés lo que era. Me dieron pasajes y todo. Me prometieron no sé cuánta plata. Pero nunca me fui.

—Su mujer, ¿qué le decía?

—La Lucha es el amor de mi vida. Siempre me bancó. Me entendió cómo era y me quiso así.

—Pero usted le dio varios dolores de cabeza.

—Miles. Miles. Pero ella sabe que siempre fue mi único amor. Un día, me siento a almorzar con la Lucha y una de mis hijas. Veo que en la mesa ponen dos platos. Para mí, nada.

—¿Nada?

—Nada. En eso, la Lucha me tira un diario. Lo veo y había una nota que me habían hecho. El título decía: “Gané mucha plata y luego se la devolví a la gente”. “¡Qué te dé de comer la gente, caradura!”, me dijo la Lucha. Y me quedé sin almuerzo. Qué linda, la Lucha.

***

Década del ’80. El Víctor era el técnico de Gimnasia, que jugaba un partido importante contra Huracán. Había que ganar. Era momento -como tantos otros momentos- de pedir ayuda divina. Y ahí fue Legrotaglie, con dos amigos, a una bruja.

Para ganar, la bruja les dijo que primero tenían que enterrar un gato muerto detrás de uno de los dos arcos. Y que después tenían que comprar una docena de claveles y que los jugadores los tiraran a la tribuna de Huracán.

—Imaginate la escena: tres tipos, de noche, entrando a la cancha para meter el gato no sé dónde mierda. Era una locura –cuenta uno de los testigos de esa noche.

Y sigue:

—Al otro día íbamos para la cancha y nos acordamos: “¡Los claveles!”. Como justo teníamos que pasar por el cementerio aprovechamos y robamos los claveles de la tumba del Guacho Cubillos. Llegamos al vestuario, repartieron los claveles, dieron las indicaciones. El trabajo estaba hecho, pero…

Pero siempre hay un pero.

—Resulta que uno de los jugadores se equivocó y fue hacia la tribuna de Gimnasia con el clavel. Y lo tiró en la tribuna equivocada. Nos queríamos morir. “La bruja se nos vuelve en contra, la bruja se nos vuelve en contra”, decía el Víctor.

–Ni pregunto cómo salió el partido.

–Ni preguntes.

***

El 19 de mayo de 1969 fue el día más triste en la vida de Legrotaglie. Cocó, su hijo de cinco años, murió cuando jugaba en el taller mecánico de la casa de unas tías a causa de un golpe en la cabeza.

 

Después de eso, el hijo de Legrotaglie, quien siempre era la mascota de Gimnasia, pasó a ser la cábala del equipo. Antes de entrar a la cancha, el Víctor hacía besar por todos sus compañeros un pantaloncito del Cocó.

Debajo de una de las tribunas del estadio del Lobo había un monolito que lo recordaba: “Por irse a jugar al cielo, nos quedamos sin mascota. Aquí un pibe menos, allá un ángel más”, decía la plaqueta en la que el Víctor y sus compadres siempre le pedían al Cocó que los ayudara a ganar.

—En un partido ante Estudiantes vi y escuché cuando Pachamé le recordó al Víctor que su hijo había fallecido. Fue la única vez que lo vi desencajado al Víctor  —le cuenta Guzzo, el abogado, a Don Julio—. En el segundo tiempo les hizo ver a Malbernat y a Pachamé que no eran nadie al lado de él. Fue tal el toque que les dio que Pachamé trató de golpearlo porque lo bailaba, el Víctor justo lo esquivó, y le pegó a Malbernat.

***

—Alguna vez leí que no le molesta hablar de su hijo, el Cocó.

—Para nada. Yo soy feliz cuando hablo del Cocó. Él siempre me acompaña.

—¿Cómo hizo para superar esa pérdida?

—Fue difícil. Al otro día de lo del Cocó, agarré el auto y me fui al Cerro de La Gloria. Me iba a tirar. Pensaba en eso. Pero cuando llegué, me cagué. No me animé. Y dije: “Voy a vivir por el Cocó”. Por eso me gusta hablar de él, porque me hace feliz, yo lo veo ahí, con su pantaloncito, la camisetita de Gimnasia.

—Después de lo que le pasó, ¿se puede seguir creyendo en algo?

—No sé, es difícil. Yo sólo creo en el Cocó.

 

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