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Cien días metidos debajo de la piel y un furor argentinizado sin freno

¿Cuáles son los motivos para que la identificación entre La Selección y la gente pareciera no hallar un punto final? La resiliencia y la esperanza son los motores de este vínculo que está lejos de cesar

Redacción
29/03/2023 08:13
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Cuál si fuera una repetición guionada, Lionel Messi marcó el primer gol argentino en Qatar y Gonzalo Montiel transformó la esperanza en realidad con el penal decisivo; en ambos casos, el escenario fue idéntico: el Lusail Stadium. Anoche, en el cierre de un jubileo que cumplió cien días de la consagración, Leo y Cachete abrieron y cerraron el marcador -respectivamente- de los festejos en suelo santiagueño, provocando la primera asociación de parentesco entre ambos hechos, aunque claramente sin punto de contacto equivalentes debido al lógico antagonismo de ambas situaciones fácticas.

Frente a Francia en la gran final como ante un partenaire como Curazao, no hubo equivalencia en la faz deportiva pero sí en cómo el feedback con la gente mantiene un grado extremo de furor que no cesa y amerita explicaciones de todo tipo, sobre todo visibilizadas desde el marco teórico que ofrecen las ciencias sociales.

Ya no es solamente futbolístico este estado de fervor que parece inmutable, sino que hay elementos tangibles que se desprenden desde las interpretaciones de tipo sociológicas y psicológicas: este estado de gracia en el que navega La Selección con rumbo fijo está incorporado al sentir de una población que vibra en escalas diferentes, pero de las que nadie reniega. Se metió debajo de la piel y bien podría remitirse a la frase que se le atribuye al matemático Blas Pascal en el siglo XVII: “Hay razones del corazón que la razón no puede explicar”.

Hace rato que el mejor futbolista del mundo y también de su época es aceptado sin las insólitas percepciones que de él se habían generalizado tiempo atrás. Sobre todo, cuando se lo comparaba con Maradona, sin siquiera tener en cuenta que el propio Diego había forjado un vínculo estrecho con el por entonces figura surgente en Barcelona. En 2010, durante el Mundial de Sudáfrica, bastaba observarlos en los entrenamientos del predio que ocupaba Argentina en Pretoria para darse cuenta de cómo las indicaciones del entrenador eran asimiladas por quien ya contaba con el primer Balón de Oro entre los siete que cosechó.

Era Maradona y Messi, en vez de Maradona o Messi.

Y, entre ellos, era el trato familiar entre Diego y Leo, tal como mutuamente se identificaban a través de sus nombres de pila.

Este Lionel, al que pareció conocerse de otro modo desde su “qué mirá, bobo, andá pa’lla”, tras el intenso y adrenalínico juego frente a Países Bajos, rompió definitivamente el molde de políticamente correcto en el cual parecía hallarse encorsetado desde la apreciación de terceros. Y, así, un caparazón que tendía a protegerlo de cualquier comentario adverso comenzó a agrietarse para darle paso al ser humano en contexto, con tanto grado de equilibrio interno como, a la vez, sujeto a vaivenes emocionales propios de nuestra especie.

Messi incorporó rasgos de argentinidad que lo exhibieron públicamente, tanto en su apego a exhibirse mate en mano como en el grado de sorpresa que demostró cuando fue a cenar días atrás a una parrilla en Buenos Aires y una multitud – enterada de boca en boca – lo aguardaba pacientemente afuera aunque más no fuera para verlo cara a cara y quizá solo por una décima de segundo.

Eso es el gen argentino, Leíto: expresar lo que se siente, tarde o temprano. Ser, en vez de parecer.

Este motor encendido que es “La Scaloneta” no solamente se expresa dentro de un campo de juego, sino que interpreta el modus vivendi de una comunidad en la cual 45 millones de seres practican la resiliencia todos los días quizás sin darse cuenta de que lo están haciendo.

Tal como marca el hit de estos tiempos, “ahora nos volvimos a ilusionar” y esto no es poco en medio de las necesidades que exige cubrir el día a día. No hay freno que detenga estas pulsiones que remiten a la eterna disyuntiva freudiana de la puja entre eros y thanatos.

“Muchachos”, he aquí una representación cabal de la identificación genuina con el levantarse después de una eventual caída. Y esta Selección, quizá sin darse cuenta, está en pugna directa con la resignación. Y le sigue ganando.

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